Variopinta, por Federico Coutaz
Y yo me temo que va a pasar el tiempo y que no va a ser un
recuerdo feliz. Me quedo quieto para no ahuyentar tus labios latiéndome en la
boca, tu mirada en los ojos, tu perfume en el frío (y el eco repiqueteado en la
mesa del ritmo de tu nombre).
Los amores eternos de la pena: tu auto se aleja y me quedo
en la puerta, en la calle, en la noche. Desierto-viento-helado, mentolado, y
las hojas de siempre que insisten en su danza, melodía sorda, canción de
invierno.
Y ahora te imagino sacándote la ropa (que yo no pude),
tratando de no hacer ruido en una coreografía lenta de piruetas mudas. Un
ronquido acompasado llena el aire y penetra esas grietas invisibles que tienen
todas las paredes. Te acostás despacio, te acurrucás y te tapás la cara. Y te
tapás el llanto y te sacás los besos. Pena penita, pensar en nada. Quizás
sueñes que sos chica y corrés por el campo.
La mañana traerá la calma, borrará los temblores, las cosas
estarán donde siempre y con la luz recobrarán su peso, su orden, su designio.
Bajo tus pies descalzos, las últimas penumbras se arrastrarán ligeras debajo de
la cama. Después del desayuno, cuando te quedes sola, llegarán las noticias en
el diario y la radio, el mundo y sus miserias, todo y nada, girando, todo
cambia, nada cambia, se transforma y se pierde. Y vos vas a mirar el vapor del
café y la humedad que brota del vidrio en la ventana, imaginando dibujitos con
el dedo que no vas a hacer. Eso.
En Pausa #137, miércoles 16 de julio de 2014. Conseguilo en estos kioscos.
1 comentario:
Es un texto que te genera el interés de volver a leerlo.
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