La calle, por José Luis Pagés
El café aroma la sala. Lucio hace anillos de humo y Vargas
vestido de escritor, polera y chaqueta negra, lee un programa en voz alta.
Lucio lo sigue con curiosidad.
Antes del 78, Vargas lo visitaba seguido. Junto al
ventanal que ahora muestra un cuadro de
hojas amarillas, hablaban de libros, mujeres y política.
“Nos juntamos en la estación y cuando llegue la última
delegación visitamos al intendente. El Liceo nos facilita un colectivo”, dice.
Lucio hace un esfuerzo por ver los ojos ocultos por gruesos cristales.
La última vez –antes del Mundial–, se vieron en la Modelo. Una semana
después lo dejaron en la calle. “Saludamos al Coronel y con él vamos al Teatro
Municipal adonde se hace el encuentro”. “Pero como cambia la gente”, se dice
Lucio.
Vargas enciende la pipa, mira al techo y agrega: “Luego
visitamos al gobernador”, “El Almirante”, observa Lucio. “Claro. Después
almorzamos en el Liceo Militar que nos asegura
munición de boca y hospedaje. A la tarde, apertura oficial. Ministro de
Educación, autoridades”. Lucio no sabe si reír o llorar.
“Después abrimos con lecturas de poemas…”, alcanza a decir.
“Claro, no sigas”, ataja Lucio. “¡Contamos con vos!”. “Gracias, no voy”. “¿Pero
por qué no?”, inquiere Vargas.
Lucio mide la respuesta, no es cuestión de suicidarse, pero
le sale algo impensado.
“Soy civil”.
Vargas se despide con un fuerte apretón de manos y una
sonrisa indescifrable.
En Pausa #137, miércoles 16 de julio de 2014. Conseguilo en estos kioscos.
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