Por Gastón Chansard
En Rosario, la ciudad de Lionel Messi, Maximiliano Rodríguez
y Ezequiel Garay, nació, jugó y creció Ángel Di María. El famoso “Fideo” se
formó futbolísticamente en las inferiores de Central. El padre (Miguel)
trabajaba en una carbonería para mantener a la familia, mientras que el futuro
jugador del Real Madrid lo ayudaba armando las bolsas de carbón para repartir.
Un día llegó el debut en Primera, Angelito tenía 17 años y
otro Ángel, el eterno Zof, lo mandó para la cancha contra Independiente. El
futbolista reemplazó definitivamente al carbonero del barrio Cerámica –zona
norte de Rosario–. La populosa barriada que vio nacer a un tal Brian Medina –un
rapero que es conocido como Brapis– tiene quien le cante y pinte una realidad
cruel para esos pibes sin calma. “En el barrio, los chicos de mi edad, crecemos
con el transero a la vuelta y la poli mirando para otro lado”, declaró el rubio
admirador de Eminem en un medio rosarino. Dicen que Rosario está jodido y, al
parecer, las calles donde caminó Di María no son la excepción.
El flaquito que un día dejó barrio Cerámica por la bella
Lisboa y más tarde se mudó a la casa eterna del gran Alfredo Di Stéfano,
cumplió con la ley de los que no se olvidan de la cuna, de los que están
marcados por el ADN del fútbol y la vida amateur. Al deportista profesional no
le llegó la contaminación ni de la fama, ni del dinero. Y si de algo sirven los
millones que gana, es para que un día sea lea esta noticia: “Di María contrató
un charter para que diez amigos de su infancia viajen a Río de Janeiro a ver la
final del Mundial”.
Al final, Fideo no pudo jugar el partido de su vida, y una
imagen televisiva lo mostró lleno de lágrimas, ya afuera del que iba a ser su
Mundial.
En Pausa #137, miércoles 16 de julio de 2014. Conseguilo en estos kioscos.
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