Mil mates, por Fernando Callero
Ahora entiendo esas imágenes de sentido común como “llevar
tantos inviernos encima”, entre otras variaciones, que asocian los años con una
acumulación de cosas . Pero ¿cosas de qué orden?
Hace un poco, un chico con el que mantenía una charla casual
de pronto me miró a la cara y me dijo “Ah, pero vos tenés un par de años”.
Tener también es cargar. El tiempo en el cuerpo es una transformación que
mantiene sus huellas anteriores, y esas huellas son acumulaciones que se dejan
leer como nodos de un proceso step by step, como las marcas en la corteza o los
nudos de los árboles, esos ojos lánguidos en que cicatrizaron las rama caídas.
La paradoja es que la acumulación proviene de una pérdida,
le sucede. La perdida de la juventud, la pérdida de las capacidades, de la
resistencia física, el desgaste, contra la acumulación de experiencia, arrugas
y achaques de todo tipo.
No quiero que esto suene a lamento, es sólo una observación
de un cuarentón que atraviesa una vez más el umbral del invierno. El olor de
los pastos quemados por la helada, la bruma de la mañana que el sol deshace
lentamente, la intimidad conque suena la música ahora que la casa es una caja
cerrada, parecen recuerdos nítidos de experiencias conocidas, pero que cada vez
se sienten como nuevas, incluso más intensas. El placer recurre a viejos
surcos, es un movimiento saludable para el alma. Recuperar, se le suele decir,
recuperar algo que se creía perdido pero estaba ahí esperando que un
interlocutor lo active: fenómenos climáticos, atmosféricos, y también sociales
(ver pasar por la ventana a un laburante echando vapor por la boca). Marcan la
irrupción de una estación austera, sí, incluso miserable para algunos por todo
lo que se lleva o niega, pero que también aporta sus cosas. Los cuerpos duermen
recogidos fermentando una savia que después los va a impulsar hacia una nueva
conquista: su fruto o futuro.
Los aromas del invierno. Son muy otros, incluso si provienen
de las mismas cosas. El café, los perfumes cosméticos, el algodón secado en la
cuerda; pero también cambian las flores y los frutos y en esa alternancia de
los ciclos se despereza toda la variedad que mantiene activo el mundo.
Los citrus son de invierno, la ráfaga dulce del jazmín chino
marca la primavera y llega hasta los primeros soles de verano cuando ya se
torna empalagoso. Los cuerpos de los animales hieden una vez muertos, despachan
todo su perfume antes de fundirse con la tierra. La pira ofrece un atajo a la
degradación, pero igual el perfume del proceso es nauseabundo. Una aceleración
de la actividad al punto de pasar del otro lado de la pasión: la calma eterna.
Feliz invierno.
Publicada en Pausa #135, miércoles 11 de junio de 2014
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