domingo, 22 de junio de 2014

Transformación

Mil mates, por Fernando Callero

Ahora entiendo esas imágenes de sentido común como “llevar tantos inviernos encima”, entre otras variaciones, que asocian los años con una acumulación de cosas . Pero ¿cosas de qué orden?
Hace un poco, un chico con el que mantenía una charla casual de pronto me miró a la cara y me dijo “Ah, pero vos tenés un par de años”. Tener también es cargar. El tiempo en el cuerpo es una transformación que mantiene sus huellas anteriores, y esas huellas son acumulaciones que se dejan leer como nodos de un proceso step by step, como las marcas en la corteza o los nudos de los árboles, esos ojos lánguidos en que cicatrizaron las rama caídas.
La paradoja es que la acumulación proviene de una pérdida, le sucede. La perdida de la juventud, la pérdida de las capacidades, de la resistencia física, el desgaste, contra la acumulación de experiencia, arrugas y achaques de todo tipo.
No quiero que esto suene a lamento, es sólo una observación de un cuarentón que atraviesa una vez más el umbral del invierno. El olor de los pastos quemados por la helada, la bruma de la mañana que el sol deshace lentamente, la intimidad conque suena la música ahora que la casa es una caja cerrada, parecen recuerdos nítidos de experiencias conocidas, pero que cada vez se sienten como nuevas, incluso más intensas. El placer recurre a viejos surcos, es un movimiento saludable para el alma. Recuperar, se le suele decir, recuperar algo que se creía perdido pero estaba ahí esperando que un interlocutor lo active: fenómenos climáticos, atmosféricos, y también sociales (ver pasar por la ventana a un laburante echando vapor por la boca). Marcan la irrupción de una estación austera, sí, incluso miserable para algunos por todo lo que se lleva o niega, pero que también aporta sus cosas. Los cuerpos duermen recogidos fermentando una savia que después los va a impulsar hacia una nueva conquista: su fruto o futuro.
Los aromas del invierno. Son muy otros, incluso si provienen de las mismas cosas. El café, los perfumes cosméticos, el algodón secado en la cuerda; pero también cambian las flores y los frutos y en esa alternancia de los ciclos se despereza toda la variedad que mantiene activo el mundo.
Los citrus son de invierno, la ráfaga dulce del jazmín chino marca la primavera y llega hasta los primeros soles de verano cuando ya se torna empalagoso. Los cuerpos de los animales hieden una vez muertos, despachan todo su perfume antes de fundirse con la tierra. La pira ofrece un atajo a la degradación, pero igual el perfume del proceso es nauseabundo. Una aceleración de la actividad al punto de pasar del otro lado de la pasión: la calma eterna. Feliz invierno.

Publicada en Pausa #135, miércoles 11 de junio de 2014
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