La calle, por José Luis Pagés
Calle abajo, empujan. Atropellan y apartan. “¡Fuera!”,
escucha decir. Todos caminan hacia el río. Estorba el paso. Lo pueden, lo
arrastran. No resiste, se deja llevar.
Entonces, como ahora, prefería la soledad. A orillas del lago atrapaba peces
dorados, perseguía mariposas, cortaba una flor, aunque todavía ignoraba a quién
dedicaría esos trofeos. A la culata la moja la mano cobarde. Por eso las cachas son de madera.
Por eso están ranuradas. “No tengas miedo”, dice mientras se hunde en la masa
con la Ballester
en la sobaquera. Pero va con él, el
tibio recuerdo de esa piel y la mirada que no supo cuidar. Si trepara
escalones calle arriba no cambiaría el tiempo de lugar. Lo sabe, pero sube solo
porque quiere saber si el cuadro es el mismo de ayer. Hunde los codos en las sombras que bajan. Allá en lo alto una
imagen sigue congelada. Giran en silencio las balizas de la ambulancia mientras
un enfermero arrastra una camilla. Luego, es él quien llora desconsolado. Es él
de rodillas, después del resplandor y el último trueno. Allá abajo
inexplicablemente giran los camalotes en medio de una fuerte correntada. Ahora
lo sabe, siempre fueron para ella los peces de plata, las flores de papel, las
mariposas libertarias. Ahora nuevamente todas las sombras bajan por el río, pero se desvanecen antes de tocar el
aterrador remanso. Él va, entre ellas.
Publicada en Pausa #135, miércoles 11 de junio de 2014
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