Variopinta, por Federico Coutaz
Pedro siempre camina, tiene una mirada brillosa. Ofrece un
saludo que siempre es un encuentro, un abrazo. Anda por la vida con buena cara.
Sospecho que sus mapas son secretos, que no los conoce, pero de alguna forma
los intuye o adivina.
Sin descanso, Pedro absorbe la belleza y el dolor y se le
vuelven canción en el cuerpo. Pedro canta, grita y llora, Pedro se funde en
guitarra, Pedro se hace música.
Desde hace algún tiempo se presenta como artista en
distintos eventos y escenarios. De a poco, somos más los que lo acompañamos
cada vez, sin embargo, durante el suceso, Pedro queda irremediablemente solo,
solo con sus fantasmas y sus dioses.
El cuerpo se le arquea en convulsiones suaves, Pedro acomoda
el cuerpo como puede, se trata de parir una canción. A veces la disfruta y
arropa, a veces la sufre hasta el fin de la palabra, le rasga el corazón,
rechina, se incendia y la pelea, con toda su fuerza, con toda su vida. Pedro es
valiente. Llega el silencio, un instante sin tiempo, una mariposa que fuga en
vuelo mortal, en vuelo furtivo y errante que desenreda el mundo.
Si por los caminos de
la madrugada llega un desprevenido donde Pedro, puede escapar urgente y
protegerse o quedará sumergido en el prodigio, respirará el perfume narcótico de las violetas y
bailará la tarantela con sus muertos, sentirá el momento preciso en que, muy
lejos, un barco choca y sabrá para siempre que somos hijos de las estrellas, de
la locura y del desamor. Pero también recordará que la poesía es hija de la
magia y podrá mirar con ojos de niño, extender las manos y pedir la luna o
romper el sol contra las piedras.
Publicada en Pausa #135, miércoles 11 de junio de 2014
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