Escenarios virtuales: un mundo de consumidores
despenalizados y proveedores castigados.
Por Juan Pascual
A mi amigo A. y sus historias de rock y patrulleros
Son 33 Rocas. Con eso hay que pagar la nafta y la
mercadería. El repartidor tiene 25 años y sale en moto, lleva 33 bochitas de
marihuana. Son los “25”, la dosis mínima común que cualquier fumador compra. De
esas 33 bochitas, con mucha suerte obtendrá un 50% de beneficio. Depende de si
tiene un ladrillo propio o si hace la movida para un tercero, que jamás se va a
hacer rico por tener ese ladrillo de la suerte.
El miércoles 8 de mayo, en un operativo de saturación
desarrollado por varios cuerpos de seguridad pública (entre otros, Infantería,
Logística, Automotores, Comando Radioeléctrico y Motorizada) un repartidor,
como aquel, perdió y cayó, con sus 33 bochitas, en Alsina y callejón Aguirre
(Blas Parera al 8600, seis cuadras al este). Los Ángeles, San Cayetano,
Estanislao López, Liceo Norte, Los Quinchitos, Santa Rita I y II, UPCN,
Favaloro y Sayago: en ese territorio se llevó adelante la acción; la caída del
repartidor de 25 años fue el elemento informativo más relevante en la noticia
publicada sobre el despliegue de fuerzas.
¿Adónde iba este muchacho en moto, arriesgando su libertad
por $ 1.650?
Enrosque
Desde 2012 hay en danza dos proyectos de ley para
despenalizar la tenencia personal y el consumo de estupefacientes. Por fin, la
figura del usuario de drogas apunta a salir del mundo penal: el consumidor no
es un delincuente. Sin embargo, la figura de quien comercializa y provee estos
consumos sigue destinada a la vigilancia y el castigo. “Queremos terminar con
las cárceles llenas de consumidores en lugar de narcotraficantes”, es la frase
que justifica la separación.
Las leyes no van detrás de los delitos. La acción maligna no
es anterior a la construcción de una regla que la impugne. Es la ley la que
denomina a los actos punibles, es la ley la que recorta qué (y a quiénes) se
castiga y qué (y a quiénes) no. El pequeño hurto, el robo cotidiano, el malevo
ajuste de cuentas y el duelo señorial no fueron delitos, sino prácticas comunes
en nuestras sociedades. Fue la ley la que los recortó y los separó del ámbito
de lo permitido.
Cada penalización, entonces, produce diferentes tipos de
efectos, algunos impensados o, acaso, sólo imaginables en una apuesta de la
ficción que abra a escenarios por fuera de los planteados por la racionalidad
manifiesta de la ley. Además, están los modos de aplicación de la ley.
¡Maravillosos deltas! En 2007, último año de estadística de seguridad publicado
por el gobierno de la provincia, se registraron apenas cinco usuras en todo
Santa Fe. Sonría. O, enfocando a la prostitución penalizada: ¿alguna vez se
escuchó de un consumidor de prostitutas que haya ido preso? Al revés, ¿cuántas
veces se supo de travestis –ejerciendo o no la prostitución– en un patrullero?
Cuelgue
La ley 23.737, referida a los estupefacientes, produce estos
segmentos en la prisión: en 2011, el año previo al diseño de los proyectos de
despenalización, el 48% de los delitos ligados a las drogas fue por consumo, el17% por tenencia simple y el 34% por comercio o tenencia. Otro dato: poco más
del 70% de las mujeres presas en cárceles federales están detenidas “por microtráfico o pequeña venta de drogas, lo que se explica por la persecución a loseslabones más débiles de la cadena”, según señaló Anabella Museri,
investigadora del CELS.
¿Adónde iba este muchacho en moto, quiénes eran los 33
consumidores que lo esperaban con un Roca para tener algo de paraguayito por 15
días?
Locura
La despenalización es un avance en los derechos civiles e
individuales. Por otra parte, aliviaría a la Justicia de un vagón de
causas sin sentido. Sin embargo, a partir de la delimitación de su alcance es
posible imaginar toda una serie de universos nuevos que produciría, justamente,
la transformación legislativa. Y el eje de los efectos impensados de esta
transformación está en esa separación: para el que consume, eventual
tratamiento; para el vendedor, cárcel.
La primera, y obvia pregunta, es ¿a quiénes le van a comprar
los consumidores? En el caso de la marihuana, la respuesta cae de suyo y es
digna de celebración. Florecerá el autocultivo. Sea. Entonces, tenemos un
jugador para inventar: el del comprador de cogollos. Aquella persona que es
incapaz de hacer sobrevivir un helecho o una planta de perejil, ¿por qué no va
a demandar, y pagar, a otra persona que tenga robustos y gigantescos plantones
de cannabis? El cultivador ¿es entonces un traficante?
¿Adónde iba ese muchacho en moto, a llevar una bochita
dentro de las zonas de abandono o a pasar raudo hacia la tierra alta y blanca,
llena de Rocas y oportunidades?
La segunda: ¿qué sucede con las drogas que requieren
elaboración química? La producción de cocaína requiere variadas materias
primas, laboratorios, y luego está la distribución. Los consumidores de cocaína
no se verían observados por el ojo de la ley, pero sí sus proveedores. La
escena: tomo el auto, salgo hacia el bulevar, doblo en Freyre, agarro Mendoza,
le doy al fondo. Pego pila de capuchones: la noche es larga, son muchos los
amigos. Salgo. A mí no me pasa nada. Y si el lugar pierde, otro habrá, o un
delivery. Y una trama de protecciones cayendo y rehaciéndose, mucho más ceñida
porque se haría un foco mucho más nítido y recortado sobre el territorio a
vigilar.
¿Cuántos años de cárcel por $1.650?
La escisión libera a unos y concentra en otros, pero los dos
tienen una relación indisoluble, que los constituye mutuamente. Es inútil creer
que una demanda, en este caso a un mercado, es falsa o se puede disolver. Más
si es una que curtimos desde que somos animales parlantes. Luego, es fútil
preguntarse si la despenalización fomentará o no la demanda. Lo que sí es
cierto es que se puede imaginar un mayor enfoque en el acoso territorial de
aquellas zonas donde se produce la venta. Aquellas zonas donde muchos
habitantes pagarían cinco años de rejas por $1650 (y era una movida eventual,
por lo general ni siquiera). Las zonas donde hay muy poco para elegir.
(Hipótesis Walter White. Hay una serie estadounidense,
Breaking Bad, en la que un manso y triste profesor de química de secundaria,
blanco, necesita una suma imposible de dinero para curar su cáncer. Deja de dar
clases y comienza a fabricar cristal de metanfetamina, con la ayuda de un yonki
que fue su alumno. Al laboratorio lo van desplazando por diferentes lugares, en
muchas ocasiones lo enclavan en el medio de barrios blancos, barrios bien. El
profesor luce respetable. ¿Por qué no abrimos una cocina en plena tierra alta,
en las landas de los puros consumidores, si los patrulleros apuntan al oeste,
oteando al abismo de abandono y tráfico?).
Bajón
El viajecito en patrullero por haber descartado un porro a
puro miedo, justo cuando el coche pasa, es un garrón clásico del ritual de un
kiosco a la tarde, en el fin de semana. La pifió, sacó la carga de su bolsillo
y, encima, intentó un gesto disimulo. Los oficiales hicieron lo que a veces es
una suerte de castigo administrativo –excepto por el detallecito de la pintura
de dedos– o a veces se delira y termina en pabellón o sótano de comisaría.
La despenalización muestra otra veta de la ley, el
seguimiento de lo que muchos hacemos. Muchos. Y cerca. La visibilidad y
organización de la práctica presiona el cambio en el derecho. El horizonte en
el consumo de marihuana luce amable, después de una transición de denuncias
indignadas por las flores que crecen en esos cañaverales de aquel baldío. Con
el resto de los consumos, queda una incógnita ¿es este el último momento de la
reivindicación? ¿Va a ser negada la existencia de ese mercado? ¿Cómo va a
funcionar el castigo por sostener esa demanda? ¿Qué va a pasar con los
proveedores? ¿Dónde viven los que pierden, quiénes son? ¿Sacaremos la mirada de
quienes serán los presos de nuestra libertad de consumo?
Publicada en Pausa #113, miércoles 15 de mayo de 2013
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