Por Licenciado Ramiro
Quienes me conocen más o menos bien, saben que yo intento
escaparle por casi todos los medios al pensamiento religioso y, mucho más aún,
a la conducta supersticiosa y/o mágica. Sin embargo, ante el hartazgo por las
permanentes lluvias, pero sobre todo por pasar noches sin poder dormir de
corrido debido a las tormentas y su percusión en las chapas de mi techo, decidí
ir en contra de mis costumbres.
Sí, tomé el toro por los cuernos (nunca entendí eso de las
astas) y fui a cortar la tormenta, qué tanto… y lo hice a la vieja usanza,
desplegando todo un espectáculo telúrico, basado en técnicas gauchescas que,
por el momento, son casi inefables. Le paso las instrucciones del método.
En primer lugar, se necesita sólo de un hacha. Si usted,
lector, es un bicho de asfalto como yo, con un cuchillo (pongámosle “afilado”
para hacer más mística la cosa) alcanza. Luego diríjase a una superficie de
tierra (una maceta sirve), haga una cruz (si quiere murmurar algún rezo
mientras tanto, depende de usted), clave el cuchillo atravesando la cruz… Y eso
es todo.
¡¿Que si funciona?! ¡Insolente! ¿Acaso no recuerda usted que
el pasado lunes 29 de octubre además de comer los ñoquis de la mami pudo dormir
bien porque a pesar de estar tormentoso y ser pronosticada la “Sandy
tercermundista”, al final no cayó ni una gota durante la madrugada? ¡Y todavía
tiene el tupé de cuestionarse la eficacia de mi método, sin siquiera decirme
gracias! Claro que funciona… y no es la primera vez, sépalo. Y si a usted no le
sale, es porque lo hizo mal; no culpe al método: Descartes tiene razón.
De todos modos, ya estoy acostumbrado a que desconfíen de la
eficacia de mi magia, así que si no me cree no me voy a ofender. El martes,
orgulloso, les conté a mis alumnos y alumnas lo que había logrado el día anterior
y se me rieron a carcajada limpia. Y sí, yo también, ¿no? Ir a una alta casa de
estudios, guarida de la ciencia moderna, criterio unívoco de verdad, a jactarme
de mis gualichos...
Ahora no sólo perdí fe entre mis alumnos, sino que
seguramente usted, lector, estará pensando “¿Y este se gana el sueldo
hablándole a sus estudiantes de estas pavadas? Menos mal que mis hijos no lo
tienen de profesor”. No se apure, ni sea tan prejuicioso.
Ante la reacción burlona de mi audiencia, respondí
preguntándoles porqué no me creían si yo había dado pruebas casi contundentes
(no llovió) de la eficacia de mi método y, además, lo comparé con los
pronósticos fallidos del Servicio Metereológico Nacional que había asegurado
que durante domingo y lunes caerían 100 mm en la ciudad por las lluvias
tormentosas. Sin embargo, siguieron sin creerme. Está bien, es lógico: estudian
ciencias, yo formo en ciertas ciencias y/o disciplinas, entonces no es
coherente ni creíble lo que les estaba planteando.
Pero para mi sorpresa (ya que no me dejo persuadir tan
fácilmente), cuando como último recurso les consulté a los burlones si creían
en la existencia de Dios, la gran mayoría me dijo que sí. Y los herejes
infieles que me dijeron que no, no se sorprendieron por la ridiculez que estaba
preguntando. Les pregunté si tenían alguna prueba que confirmara dicha
existencia y no pudieron responderme. Apelé al criterio lógico de estudiantes
universitarios para que me explicaran cómo, en épocas donde no existía la
fecundación in vitro o asistida, una virgen podía ser madre y tampoco obtuve
respuesta lógica… Con lo cual, mi método antitormenta, concluí, tendría el
mismo status de verdad que cualquiera de los principios religiosos del
cristianismo.
¿Entonces qué los diferencia? ¿Por qué nadie se ríe ni se
sorprende de que alguien pregunte por la existencia de Dios? ¿Por qué no
sorprende que alguien garantice que María es la madre de Jesús siendo virgen?
Pero, y entonces, ¿por qué es ridículo pensar que un individuo, con métodos
mágicos, puede evitar una lluvia? En otras palabras, ¿por qué ese tipo es
ridículo o estúpido y no el cristiano?
Tanto la magia, como la religión y la ciencia teoriza sobre
el funcionamiento de los fenómenos sociales y naturales; e histórica y
culturalmente han ido consolidando su jerarquía como productoras de saberes y
conocimientos, consolidando con ello la posición social de quienes detentan uno
u otro saber. Hoy, esa posición la ocupa la ciencia y le sigue, más de cerca de
lo que uno querría, la religión… y por ello sus afirmaciones resultan
“creíbles” y esperables, más verosímiles que las explicaciones populares. Los
científicos resultan más verosímiles que los paisanos. Por eso, según ellos, yo
no corté la lluvia, sino que la meteorología falló y mis alumnos y alumnas se
me rieron, muy a pesar de que luego, dos minutos antes de rendir, apoyen sus
estampitas de San Expedito arriba del pupitre, sin darse cuenta de que al santo
que le tienen que rezar es al mismo que luego le entregarán sus parciales…Y que
encima es supersticioso.
Publicada en Pausa #105, miércoles 7 de noviembre de 2012
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