domingo, 14 de octubre de 2012
Un heroico sobreviviente
Punzante, curtido, virtuoso, Willy Crook pasó por Santa Fe y Paraná: un completo repaso en primera persona
Por Juan Almará
Eduardo Pantano, mejor conocido como Willy Crook, pasó el 6 de octubre por Santa Fe, presentándose con su actual grupo The Royal We en el Centro Cultural La Moreno. Como invitados estuvieron los paranaenses Equilátera. El domingo 7, ambos artistas se presentaron en la capital entrerriana.
Willy integró la descontrolada troupe del rock argentino de los 80. Con su saxo, grabó en los dos primeros y ya míticos discos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota (Gulp! de 1985 y Oktubre de 1986). En 1986 formó parte de Los Abuelos de la Nada, y vivió la última gira de Miguel Abuelo. A la vez, colaboró con diversos artistas, entre los que se pueden nombrar a Riff y Sumo. La década del 90 lo encontró en Lions in Love, grupo experimental liderado por Daniel Melingo. Con ellos registró Lions in Love (1992) y Psicofonías (1994). Ese año se lanzó como solista. Producido por su amigo Melingo, editó Big Bombo Mamma. En 1997 salió el vivo Pirata. En ese año conformó el grupo Los Funky Torinos, con el que grabó varias producciones y se dio el lujo de talonear a James Brown. En 2004 apareció su última obra hasta el momento, Fuego amigo. En el 2010, resurgió con su nuevo proyecto: The Royal We.
Saxofonista, guitarrista, cantante. A veces más tirado hacia el rock, otras hacia el funk, el blues, el soul y hasta el reggae. Un personaje histriónico y ácido, que ha sabido intercalar períodos de luz intensa con temporadas bajo las sombras. Pausa aprovechó su visita para charlar sobre su actualidad inmediata, el futuro cercano y los siempre presentes años locos.
Hoy es hoy
—¿Cómo nacen estos shows con Equilátera? ¿De qué forma se conocieron?
—Revisando la web encontré una versión suya de un tema mío, “Friendly Fire”. Ahí hicimos contacto. La propuesta de juntarnos vino de ellos. Y es muy útil porque los transportes se han zarpado y están impracticables. Por primera vez en mi vida, casi que entiendo a los bolicheros. Sale una fortuna traer a seis monos por una noche. Más para la clase media del rock, que es mi caso.
—Ahora tocás con un grupo relativamente nuevo. ¿Cómo vivís este renacer musical? ¿Está colmando tus perspectivas personales y las del público?
—Mis expectativas residen en cumplir las del público. Pasé por un período de ostracismo en el cual las cosas iban para atrás y yo las ayudaba. Una etapa rústica, como diría Melingo. Pero dejé de beber y todo eso terminó. The Royal We somos más o menos los mismos cretinos, pero a la vez no estamos iguales. Porque sucedió una cosa en el medio, que se llama años. No obstante eso, la música que escucho en mi cabeza es diferente. No está tan supeditada a los vientos. Ya Fuego amigo fue un disco desértico. Justamente el nombre habla de eso: de todo lo que es aliado, y a la vez eliminás.
—En The Royal We confluyeron grandes nombres, como Déborah Dixon y Patán Vidal. ¿Cómo fue la génesis de la banda?
—Cuando la escena se vino abajo en el 2005, tras la tragedia de Cromañon, el tratamiento sintomático de este país fue prohibir todo. Patán tenía laburo porque es un excelente pianista. Pero para mí no había mucho trabajo, no se solicitaban Willys Crooks y tuve que dejar la personalidad de lado. Pudimos tomar impulso y volver a un boliche que se llama Belushi. Ahí tuvimos cierta continuidad, lo cual es fundamental. Y fue muy grato tocar con los que éramos en ese momento, porque hay gente que ya se fue. Estaban Patán y el baterista Timoty Cid. Y con el bajista Nacho Porqueres nos conocíamos de un trío que teníamos con Juanito Moro, el hijo de Oscar. Deborah hace excepciones por cariño, porque ya tiene su propia carrera hecha. Desde luego que conmigo no gana lo que junta sola, pero le gusta mucho ser parte de la banda. Fue fantástico. Éramos los mismos, pero con las manías mucho más arraigadas y con ligeros progresos por el paso del tiempo. Y lo teníamos a Ryan Anderson como guitarrista, que ahora se fue a Estados Unidos, lo cual me ha obligado a aprender a tocar la guitarra —ironiza entre risas—. No está mal formarte en tu instrumento después de 30 años de carrera.
Lo que se viene
—Actualmente están preparando un nuevo disco, bajo la producción de Daniel Melingo. ¿Cómo viene ese proceso?
—Va a ser sencillo, y cuento con la invalorable colaboración e interés de Dani. Nos metimos a grabar dos días con la banda bien ensayada y todos los agregados vendrán después, de la mano de Melingo. Por ese lado no sabemos qué esperar, y eso es realmente lo que más me interesa. El álbum está destinado a unir al grupo y darle un buen material al público. En este disco está girando el leitmotiv de un poema de Edgar Allan Poe que se llama “A dream within a dream”. Es vivir constantemente en la fantasía de idealizar a la persona amada, porque cuando las cosas se ponen ciertas, ahí a no convienen. Todavía estoy desarrollando las letras, tema al que le presto bastante atención. Trato que respeten la poesía y que no sean una declaración. El arte está para eso: para abrir tranqueras y no crear fronteras. Creo que “rock” y “nacional” no deberían estar juntas en ninguna oración bajo ningún aspecto. ¿O alguien va a ir a la guerra por la invasión de un estribillo de Fito Páez? —aclara riendo—. Por otro lado, está en mis planes liberarlo inmediatamente. Idea que no está pensando la compañía, pero lo voy a hacer antes que ellos. No obstante, voy a editar el objeto tangible.
—También está por salir Live from Rulemania, un CD y DVD en vivo grabado con Gillespi. ¿Qué nos podes contar de ese proyecto?
—Fue un experimento. Tenemos mucha afinidad desde que nos conocemos. Él es muy raro, las cosas que no muestra son aún más extrañas que las que exhibe. Es un tipo muy especial. Y hemos creado a “Willespi”, un monstruo de dos cuerpos, que es mucho más molesto que uno de dos cabezas. Así que somos dos fulanos, una idea y medio DVD. Pero fue excesivamente agradable. De hecho, a lo último se daban situaciones como esta: yo le decía “tenés que salir con tu banda” y él me respondía “ahora no puedo, estoy hablando”. Entonces, yo subía al escenario con su gente. Era el “no va más” de la promiscuidad musical. Y todos los músicos se enganchaban.
Viajando en el tiempo
—En los 80 tocaste con Los Redondos, con Los Abuelos de la Nada y con varios más. Mirando a la distancia, ¿Qué te queda de esa época? ¿Qué experiencias rescatas de haber vivido esos años?
—Me queda una escasa resistencia hepática, pero no lloremos sobre el Bernet derramado. Siento que viví una era que no se va a repetir. He pateado entre gigantes. Me siento muy orgulloso de eso. Desde Los Redondos hasta mi otro grupo, que fue Lions in Love, y de todo lo que pasó en el medio. Por ejemplo, Los Abuelos, con los que toqué durante la última gira de Miguel en este planeta. Porque, conociéndolo, seguramente ahora anda viajando por otros. Lo importante es que hubo vida antes de la muerte. De igual manera, el hecho de ser amigos no ha quitado la admiración. Skay me sigue cautivando como el primer día: clava una nota y sabés que es él. Fue una década que en un principio no se valoró. Era rarísimo, porque tocábamos en condiciones paupérrimas. Ahora hay papel higiénico en los baños y hasta tenemos prohibiciones. En esa época no nos molestaban porque casi no existíamos. En el 87 murió Luca, en el 88 Miguel (Abuelo) y otro amigo más. Sabía que era carne de cañón y tuve el tino de huir de esos problemas. Así que me fui para volver.
Publicado en Pausa #103, a la venta en los kioscos de Santa Fe y Santo Tomé
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