Por Licenciado Ramiro
Hace poco escribí, en Pausa #98, una nota que se pretendía reflexiva (desde el humor y la ironía) respecto a los cambios de dirección de
sentido de algunas calles de la ciudad.
El propósito de la medida, según funcionarios municipales,
fue “agilizar y facilitar los accesos a la ciudad y el tránsito en sus calles”.
Dichos cambios fueron acompañados con… nada más. Ni los semáforos, ni las
sendas peatonales cambiaron de lugar. Tampoco las flechas fluorescentes pintadas
en el asfalto. Esto significa que el peatón cruza por atrás del semáforo sin
percatarse de si ha cambiado a verde y, en consecuencia, van a arrancar los
automóviles. Me cito a mí mismo en aquella nota: “…tengo que arreglármelas con
la señalización que, aún, quien ha agilizado el tránsito no ha modificado
“facilitándole” el tránsito al noble peatón. Y ya que estamos, para ocuparnos
de las otras dos calles (Obispo y Santiago), no puedo dejar de mencionar la
fabulosa reubicación de los semáforos que… Ah, no, perdón: los dejaron tal cual
estaban”.
¿A qué viene todo esto? Casi un año después de la
revolucionaria medida, el municipio decide instalar radares y cámaras en una de
las principales vías de acceso y de nexo entre rutas que poseemos, a saber:
Avenida Alem, considerada “ruta del Mercosur”. Sí, exacto. La velocidad máxima
para transitar por esta arteria colesteriosa es de 50 km/h. Ágil, rápido y
fácil es todo lo que no podríamos decir para describir la circulación en dicha
autovía. Miles de vehículos (incluidos camiones y transporte de mediana y larga
distancia) circulan por Alem a diario. Ponerle límites de velocidad a una ruta
de acceso a la ciudad, ¿no contradice lo fundamentado para el cambio de sentido
de calles en septiembre del año pasado? Definitivamente, sí.
Yo entiendo la necesidad de recaudar que aqueja al gobierno
de la ciudad… Hasta incluso, puede llegar a ser imperiosa. Pero eso no
justifica bajo ninguna circunstancia que, con dineros de la “reconstrucción”
posterior a la inundación, hayan deforestado Avenida Alem, talando cientos de
árboles, destruyendo uno de los pulmones más bellos de Santa Fe con la excusa
de acondicionar “la autopista del Mercosur” para que unos pocos años después,
en una gestión de diferente signo político, le pongan un límite de velocidad
máxima.
Se me ocurre que si de recaudar a partir de la sanción se
trata (Vigilar y Castigar; eficacia garantizada, conciencia subordinada), ¿por
qué no sancionan a cada manzana que no respete la clasificación de los residuos
en orgánicos e inorgánicos? ¿Por qué no multan a quienes saquen los residuos en
horarios no permitidos y los dejen al nivel de las bocacalles provocando
mini-inundaciones en los barrios? ¿Por qué no vigilan y sancionan a quienes
lavan los autos en días no permitidos, ocasionando una pérdida valiosa de agua?
No sólo recaudarían sino que, mucho más importante, colaborarían con la belleza
de Santa Fe y con el cuidado de los recursos naturales.
Pero no, no lo hacen. ¿Y saben por qué? Porque implica mayor
presupuesto; mayores gastos… porque no es eficaz.
Hay que agarrar a los giles que vienen de otras ciudades,
sacarles fotos a las patentes y “clin caja”… si total, ¿quién podría llegar a
sospechar que en una autovía van a multar a quien circucle a 60 km/h? Y más teniendo
en cuenta que ese mismo recorrido es el circuito callejero del TC2000.
¡Fabuloso!
Les pido disculpas por la catarsis, por la violencia en mis
palabras.
Hoy, sinceramente, no tengo ganas de hacer chistes; hoy, los
genios de la planificación urbana, supieron incluso hasta cómo deforestarme el
sarcasmo.
Publicada en Pausa #101, miércoles 12 de septiembre de 2012
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