La elección nacional del 23 de octubre y la aparente prolongación
de la crisis mundial ponen a los partidos políticos frente a una instancia
decisiva.
Por Juan Pascual
El 54% de Cristina Fernández en 2011 y la diferencia gruesa
de 40 puntos respecto de las figuras de la oposición es el dato más firme de
cómo están aprestadas las fuerzas y soportes del sistema de partidos en la
actualidad. Ofrece una traducción dura del proceso de los últimos dos años:
descomposición a veces ruinosa del arco opositor –televisados mea culpa
llegaron a teñir hasta los spots de campaña–; consolidación rígida dentro del
justicialismo de un núcleo –el kirchnerismo– dispuesto a reconfigurar en su
paso al partido. Pero, quizás, se trata del final de un período más extenso.
Cuatro años más
El camino que transitó el gobierno desde 2003 basculó desde
un padrinazgo inicial de Duhalde y un soporte técnico de Lavagna hasta el
desafío posterior al lock out de 2008. Pasó por diferentes versiones de la
transversalidad –movimientos sociales, ciertos grupos de izquierda, el
radicalismo (parte del último período)– y por variadas formas de relación con
el poder territorial y social concreto, como la red de dirigentes y partidos
del interior con sello PJ y de bloques que surcan el conurbano bonaerense, o la
CGT y una parte de la CTA.
La flexibilidad de un partido en la gestión se presentó en
todos sus matices. Pero hoy afuera del kirchnerismo no hay oportunidad ni
siquiera para los chispazos futuros hacia la (novedosa) sucesión: nadie
desconoce que al 54% lo forjó Cristina. Esta configuración es absolutamente
inédita dentro del justicialismo en la democracia reciente. En su contumaz
cierre, el menemismo tuvo peronistas puros por fuera de sí: allí tanto el
Frepaso de Bordón y Chacho Álvarez como Hugo Moyano y los camioneros en la
calle, disidentes de una CGT abrazada al 1 a 1 e indiferente al desempleo,
tanto como para dejar la organización de esos trabajadores en manos de los
movimientos sociales y la CTA.
Hoy los únicos peronistas no K con cierto peso real quedaron
bajo la conducción de Mauricio Macri. Pero... también es cierto que ser un
peronista aliado al gobierno nacional no es lo mismo que ser kirchnerista. La
agitación de 2008, el reconocimiento mutuo de la derrota de Néstor Kichner y la
convicción de resistir y avanzar del 31% de 2009 –parecían portadores de la
peste–, la continua cadena de discursos con la que sus conductores dieron
contención, sustento y letra, el Bicentenario y el funeral del ex presidente,
dieron la matriz de un nuevo núcleo. Antes, la gestión implicaba la
articulación de fuerzas y programas diversos con sus autonomías: sean
interiores al PJ o con trayectos propios de demandas puntuales al Estado
(Madres y Abuelas junto a los juicios o la enseñanza escolar de los Derechos
Humanos, los movimientos de género junto las nuevas leyes civiles, la Coalición
por una radiodifusión democrática y la ley de Medios, por nombrar algunos
casos). El resultado de 2011 abrió el espacio para una expresión propia que
puja entendiendo que el 54% le pertenece, al menos en gran parte: tal
construcción no estuvo en 2008 ni antes. ¿Tendrá la misma capacidad, voluntad o
efectividad de otrora para retomar, incorporar y realizar aquello que lo rodea,
lo excede y a veces lo cuestiona, o se sumirá en la embriagadora beatitud de un
triunfo?
Renovación y límites
La última convención del radicalismo expone el otro lado de
la elección. Las juventudes llegaron a gritarles “gorilas” a sus referentes,
enfrascados en el insulto mutuo, el reproche o el lavado de responsabilidades.
La escena corresponde a un declive que no sólo se ancla en la enorme dificultad
de producir dirigentes de peso después del incendio de 2001. En todo caso, la
muerte de Raúl Alfonsín vino a mostrar la falta de otros líderes que
sostuvieran al radicalismo. ¿Quiénes marcharon delante del larguísimo y emotivo
cotejo, quiénes dieron el homenaje? ¿Quién llegó a pesar más que él en lo
interno? Encarnó al último momento de esperanza radical popular y colectiva,
surfeó (con mala tabla) una feroz embestida financiera y pasó la crisis social
con una sucesión institucional democrática, cosió el Pacto de Olivos, pergeñó
la Alianza y, también, el acuerdo de gobernabilidad y transición con Duhalde
tras el 2001. No hubo otro dirigente de gravitación real o sucesoria –ni
siquiera De la Rúa– en el partido. O no se le dio espacio: López Murphy y
Carrió hicieron la parte más importante de sus carreras por afuera. Uno estuvo
a apenas 6 puntitos de entrar en un balotaje en 2003, la otra condujo la
oposición desde 2008 y cayó a menos de 400 mil votos.
El recambio quedó marchito. La tradición, doctrina e
historia de la centenaria UCR no generarán un repunte por propio ímpetu, sobre
todo si no son consideradas con reflexión crítica e histórica: recuperar
principios para el presente, desprender la carga del internismo y de lo “anti”.
Sobran dirigentes, experiencia de gestión y alcance territorial en la UCR para
rehacer una identidad con sus elementos y para estructurar las demandas reales
del arco que no votó al peronismo o que lo hizo a desgano.
Opuesta es la situación del socialismo. Aunque apenas rozó
el 17% del electorado, fue la segunda fuerza. Es más vivaz en la construcción
de sus relatos y gobernará ocho años una de las provincias principales del
país, pero su peso material allí se delimita. Difícil es cualquier futuro
nacional sobre una base territorial tan reducida. Mismo escollo posee el gran
ausente a la cita: Macri. Aunque la virtud de los intereses que representa ya
probó su facultad de producir rápidos realineamientos en el peronismo no K.
Laberintos
Los próximos cuatro años pondrán a prueba este punto de
partida. Y serán completamente diferentes a los ocho anteriores. Oráculos y
lectores de mapas coinciden. El leve impacto de la crisis financiera
internacional tomará otro cariz en el comercio exterior –por ende en las
cuentas del Estado, lo fiscal y lo cambiario– a medida que se profundice y
extienda en el tiempo (todas las medidas de ajuste en Europa y la trabazón e
inacción política en Estados Unidos así lo indican). Y el boom de crecimiento y
empleo facilitado por la reactivación de la capacidad productiva ociosa
desacelerará su ritmo, en la medida en que con dicha capacidad al límite todo
dependerá de la inversión (acaso ese descenso de ritmo mengüe la inflación, lo
cual sólo dice la mitad de lo que puede pasar con los salarios reales).
En Los dos reyes y los dos laberintos Borges usa la alegoría
arábiga para enseñarnos que no hay peor laberinto que un desierto. De pie en un
punto cualquiera de una planicie de sol, amarillo, sequedad y calor, no hay
dirección que se ofrezca que no implique la desorientación. El laberinto
tradicional, con sus corredores, recodos y trampas, palidece ante este reto sin
paredes ni caminos fijos, donde cada paso es una invitación a lo desconocido.
Las cartas echadas el 23 de octubre muestran mucho de un
hecho pasado, pero poco de la intemperie futura. No hay mapa previo en nuestra
historia reciente que conjugue realidades similares. Y el tiempo pasado desde
2001 también obliga a considerar un nuevo piso. Si la transición civil
democrática se va cerrando a medida que avanzan los derechos sociales y se
realizan los juicios, en lo económico todavía queda mucho por desanudar de los
90 y más atrás. Incluso el gobierno habrá de enfrentarse con sus creaciones:
allí el recorte segmentado de los subsidios en los servicios, todavía en curso.
Y a problemas de nuevas características: la regulación mercantil de los
inmuebles ya demostró que su tema no es el déficit habitacional sino el
resguardo financiero, el blanqueo del trabajo se topará con un probable
enfriamiento indeterminado, por dar ejemplos.
La UCR peregrinará a 2013, una sus contiendas más decisivas
de los últimos tiempos. No será fácil para el kirchnerismo –no lo es para
ninguna fuerza partidaria después de semejante espaldarazo– tener su radar
abierto y no endurecerse como la artrosis o liarse puramente en los meandros de
2015: recuperar la gestión de cuando se tenía que remontar el 22% de 2003 o el
31% de 2009.
Con nuevas realidades internas y una plétora de horizontes
posibles, los dos partidos más grandes están forzados a acelerar sus dinámicas.
A no quedarse y dar un paso. Excepto que consideren estar en el más alto de los
paraísos y que, por ello, es hora de resguardar y ponerse en conservadores.
Quedarse quietos. En soledad, bajo el sol de la intemperie, que es letal para
los inmóviles.
Publicada en Pausa #88, miércoles 7 de diciembre de 2011
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