Historias de las mujeres de la guerra de Malvinas, recogidas
en un libro de Alicia Panero.
Por Ileana Manucci
“En cada charla que doy me pasa que hay gente que me
pregunta, y se pregunta, ¿cómo puede ser que nunca nos hayamos cuestionado qué
hacían las mujeres durante el conflicto de Malvinas?, ¿qué pasó para que
durante tres décadas el único nombre femenino vinculado a la guerra haya sido
el de Margaret Thatcher? Nunca se nos ocurrió otro nombre, y uno de los
objetivos de mi trabajo fue comenzar a dar a conocer esos nombres”, dice Alicia
Panero, en la presentación en Santa Fe de su libro Mujeres Invisibles. Remoto
Atlántico Sur, 1982.
Panero nació en Córdoba, es profesora de historia, trabaja
en el Instituto Universitario Aeronáutico y es esposa de un militar y forma
parte de una organización internacional llamada Mujeres de Paz en el Mundo. “Mi
trabajo dentro de esa organización ha sido visibilizar a las mujeres que
participaron del único conflicto armado internacional que tuvo la Argentina , donde hubo
mujeres que han sido desconocidas hasta dentro de las propias fuerzas”, comenta
la autora.
Malvinas es una herida profunda en la historia Argentina,
una herida que sigue supurando dolor, angustia, vergüenza y orgullo. A lo largo
de estos 33 años, libros, películas, programas de televisión, han rescatado las
experiencias de los soldados que dejaron la vida, hayan muerto, o no, en las
islas. Pero poco y nada se sabe de las mujeres que también fueron una parte de
esta historia. “Durante muchos años, debido a la dictadura, la guerra de
Malvinas fue un hecho vergonzante para quienes habían participado de ella”,
dice Panero. “Nadie recuerda como volvieron nuestros soldados porque los
ocultaron, la dictadura los escondió. A estas mujeres también, y por muchísimos
años, les dio vergüenza contar que habían participado de la guerra, porque
tenían miedo que se las vinculara a la dictadura”.
La mayoría de estas mujeres fueron enfermeras e
instrumentadoras quirúrgicas que la Fuerza Aérea había comenzado a incorporar en 1980
con el rango de cabo primero. “Durante los días que duró el conflicto, esas
mujeres, primeras militares de la Fuerza Aérea de la historia, estuvieron
destinadas al hospital reubicable en Comodoro Rivadavia. A ese lugar arribaban
todos los heridos en combate, los que provenían del territorio insular y de los
barcos. Ellas eran las primeras en recibir a esos soldados heridos y cuentan
que, aún hoy, después de 33 años, lo que más recuerdan es que cuando se abría
la compuerta del avión Hércules, se escuchaban muchos gritos, los soldados que
llamaban a sus mamás y el olor a la sangre... esto las atravesó y marcó para el
resto de sus vidas”.
Además de estas mujeres, con rango militar, hubo muchas
voluntarias que participaron activamente en los días de la guerra. En Comodoro
Rivadavia, que durante el conflicto vivió permanente amenazada de ser
bombardeada, las mujeres participaron en la defensa civil de la ciudad teniendo
un rol fundamental en los operativos de oscurecimiento; también eran quienes
asistían cada día a los hospitales a acompañar a los soldados que se
encontraban allí, los entretenían, les leían y muchas veces fueron ellas
quienes les dieron a sus familias la noticia de que estaban vivos, enviándoles
cartas. “Muchas enfermeras civiles de la ciudad se llevaron a sus casas a
soldados que recibían el alta pero que debían esperar a que las Fuerzas Armadas
los enviaran a sus lugares de origen. La ciudad está llena de historias de
mujeres que fueron madres transitorias de esos jóvenes soldados”, cuenta
Panero.
A la imagen estremecedora de soldados adolescentes, sin
preparación y abandonados a su suerte, hoy también se suman las historias de
estas estudiantes de enfermería y asistentes que tenían entre 15 y 25 años, que
todavía sabían poco sobre su trabajo y mucho menos sobre lo que estaban por
vivir.
“No las querían ahí”
Más allá de la contención, el afecto, el abrigo brindado por
estas mujeres a los soldados, ninguna de ellas estuvo exenta del trato
hostigador y machista por parte de las Fuerzas Armadas. En el libro se rescatan
anécdotas como la del Almirante Irizar, buque hospital durante la guerra, donde
al principio no les hablaba nadie, porque se decía que las mujeres a bordo
traían mala suerte; o una donde un comandante, en un traslado de Buenos Aires a
Comodoro Rivadavia, tuvo que llevar a la cabina a cinco mujeres de la Fuerza Aérea porque
no paraban de gritarles cosas machistas y “piropos” subidos de tono.
Estas mujeres fueron las primeras en tomar contacto con la
realidad de lo que pasaba en las islas. Cuando el resto de la sociedad
Argentina recibía el “estamos ganando” o “los soldados van a volver más gorditos
de lo bien que están comiendo”, ellas los recibían con síntomas de
congelamiento, mal alimentados, abandonados a la falta total de previsión.
“Esto es algo que la dictadura ocultó, dándoles ordenes precisas de que no
hablen de eso ni de su trabajo durante la guerra, ocultándolas también a ellas
mismas. Cargar con la visión de la guerra y no poder hablar de eso es algo que
las marcó profundamente”.
Veteranas de guerra
De las más de 24 mil pensiones de veteranos de guerra que
paga el Estado no son más de 10 las mujeres beneficiadas en esa categoría. Al
respecto, Alicia Panero explica que “en la ley argentina, solo es considerado
veterano de guerra el que estuvo dentro de cierto perímetro de las islas y por
eso ellas no entran en esta categoría”. En tanto, las que sirvieron en los
centros de la Fuerza
Aérea son reconocidas simbólicamente como “veteranas” por
esta institución, pero en los hechos no reciben la pensión vitalicia otorgada a
los militares y civiles que estuvieron en el teatro de operaciones.
Con el rector Albord Cantard de un lado y la profesora Ana Copes del otro, Alicia Panero narró la historia de las argentinas en la guerra.
Las mujeres de la guerra sufrieron los mismos problemas que
los hombres: las pesadillas, el estrés post traumático, una vida marcada para
siempre. En el libro, Panero comparte historias como la de Alicia Reynoso, una
ex enfermera que, luego de haber sufrido un accidente cerebrovascular en 2010,
mencionó a su terapeuta que la estaba “pasando tan mal como en la guerra”.
Nunca antes había mencionado el haber participado del conflicto: “Ignorar ha
sido una forma limpia de borrar existencias. En Argentina el concepto de
veteranos solo incluye hombres, no hay conciencia social de la enorme tarea de
las enfermeras que 30 años después, por este trabajo y por sus propias luchas,
comienzan a hacerse visibles”.
Madres del silencio
Uno de los capítulos del libro, la autora lo dedica a
quienes ella llama las madres del silencio, y al respecto expresa que “en
Argentina tenemos madres del dolor, de tragedias como la de Once, de Cromañon,
ni hablar de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, pero no tenemos madres de
Malvinas, y esa es otra pregunta que deberíamos hacernos e intentar
respondernos”.
Muchas de estas madres transformaron su dolor en un mensaje
de paz. Una vez finalizado el conflicto se conformó la Comisión de Familiares de
Caídos en la Guerra
de Malvinas para iniciar las tratativas para la construcción del Cementerio
Militar Argentino en Darwin: “Esa comisión, formada en su mayoría por mujeres,
lograron un hecho único en la historia universal: que por primera vez el Reino
Unido autorizara, en un territorio de su administración, la sepultura de
soldados muertos en combate del ejército adversario”.
Las guerras, y Malvinas no fue la excepción, dejan en la
invisibilidad a las mujeres y hacerlas visibles es un mensaje de paz que aporta
al diálogo permanente. “Estas madres, hermanas, novias, esposas, son aún hoy
sostén de esos soldados que volvieron, son puentes entre la guerra y la vida,
son ellas las que siguen encontrándose con ese soldado al que la ropa de
combate no abrigó en las islas pero que les camufló el alma y se las llenó de
frío”, cerró Panero.
Publicada en Pausa #160, miércoles 26 de agosto de 2015
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