Médula, por Fernando Callero
Un pendejo castaño al pie de una máquina de electro. Una
forma de luz que entra por los ventanales del gimnasio le da brillo. Rolo al
ras del piso sobre una pista de colchonetas. Las piernas espásticas traban el
giro, el tronco se las arregla con una dinámica de brazos que aprendí hace unos
años en unas clases de danza. Supero una rampita que improvisó la kinesióloga.
En la terapia las rampas son el principio de todo. Hay que darse maña para
reeducar y devolverle al cuerpo los
patrones estándar. Salud equivale a norma. El final del proceso es parecerse lo
mejor posible al ser humano, es decir a los otros.
El pendejo desapareció, o quizás ya no le presto atención.
El pendejo real. Pero continúa en mi mente en forma de tres preguntas
completamente inútiles. ¿De quién será? ¿Qué lo distingue de un cabello? ¿Por
qué está ahí? Cada pegunta tiene su respuesta igualmente insignificante. La
primera: sin lugar a dudas de uno de los 20 y pico de pacientes que estamos
entrenando en el turno mañana (ningún pelo escaparía a la exhaustiva limpieza
diaria del personal). La segunda: su zig zag lo hacen inconfundible. Tercera:
esta es una pista de rolar y es natural que alguno se escape de entre la ropa
interior por efecto de los tirones del elástico de los buzos.
El pensamiento inútil es una forma de meditación, a la que
contribuye la enorme comba vidriada que da al paisaje. Una frontera de pinos y
álamos soplados por la brisa caliente de febrero. Los vuelos rasantes de los
teros en estado salvaje y las lechuzas que se reproducen en nidos enterrados en
las lomadas de pasto. El cielo marmolado en su punto incandescente en contraste
con las máquinas físicas y electrónicas con que nos disciplinamos. Las
variables son: acv, fractura de vértebra y contución medular, amputaciones y otras
enfermedades cerebrales complejas. El hardware del cuerpo colapsado que hay que
rectificar con pronósticos de recuperación inciertos.
Espasmos, espasticidad, cuadri, hemi y paraplejia.
Cuadriparestesia. Escaras, edemas, embolia. El
arsenal de drogas para los tratamientos. Clecsan, eparina, corticoide,
diazepam, clonazepam... Bicicletas fijas, colchonetas, camillas, sillas de
rueda, barras, camas de bipedestación, electroestimuladores, pelotas, pileta,
flotadores, escaleras. Todo un complejo equipo de simulación para forzar desde
afuera la arquitectura y dinámica natural de los cuerpos. Y por supuesto, el
corazón del asunto: el equipo humano de kinesiólogos, terapistas, médicos,
camilleros, enfermeras, psicoterapeutas, fonoaudiólogas, terapistas ocupacionales,
cuidadores nocturnos; cada uno con su función, pero esencialmente su contacto
cercano. Sin humanidad todo lo otro resultaría una maquinaria sádica para una persona que transita un estado agudo
de necesidad.
Publicada en Pausa #154, miércoles 20 de mayo de 2015
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