Segunda edición del Festival de Literatura de Santa Fe.
Por Pablo Cruz
El 7, 8, y 9 de mayo se desarrolló la segunda edición del
Festival de Literatura de Santa Fe (Felisa 2015). Organizado de manera
independiente por Luis Escobar, Mercedes Bisordi, Federico Coutaz y Mariano
Pagés, el festival ofrece la gran posibilidad de convocar en la ciudad la voz
de un seleccionado de escritores, críticos y editores que abonan una mirada
acotada pero representativa en torno a la literatura contemporánea argentina.
No es poco. Beatriz Vignoli, Jorge Consiglio, Roque Larraquy, Hernán Vanoli,
Leonardo Oyola, Alejandra Zina, Martín Maigua, ente otros, residieron en Santa
Fe compartiendo desayunos, almuerzos, y mesas de debate junto a escritores
locales.
En sus diferentes roles en el Felisa, Gabriela Cabezón Cámara fue una nota destacada. Foto: Pablo Cruz.
Hubo tres espacios de encuentro: “Arranca corazones”, en El
Centro Experimental del Color, donde se llevaron a cabo los paneles; “Felisa
Copetín”, en Brew pub Estación Saer, que ofrecía charlas más distendidas; y
“Felisa me muero”, en la
Ochava Roma , proponiendo, entrada la noche, una maratón de
lecturas y cerveza que convocaban a la fiesta. Cada una de las charlas se abría
con una lectura. Francisco Bitar, Claudia Chamudis, Érica Rozek, Cecilia
Moscovich y Santiago Venturini fueron de la partida. Vivir o no de la
literatura, la relación con el mercado, la influencia del lector en la obra del
autor, fueron los temas que atravesaron las charlas. Paralelamente, Raquel Cané
dictó un taller de ilustración y Mario Dubín de lectura de poesía.
Una de las virtudes del Felisa es la posibilidad de que sus
invitados trasunten por distintos roles –moderadores, expositores, lectores–
desplegando de cara al público un abanico de matices que redondea una idea de
sobre su obra y sus itinerarios. La mesa de apertura denominada “Narrativa
argentina actual y las zanahorias que mueven el mercado”, comenzó con la lectura
de Francisco Bitar, un ensayo sobre su propio trabajo donde afirmó ser un
escritor de mundos pequeños. Posteriormente Hernán Vanoli, más cercano al
título de la mesa, leyó un análisis sobre mercado y producción editorial.
Seguidamente Alejandra Zina valoró la articulación de editoriales, ciclos de
lecturas y talleres que emergieron tras la crisis de 2001 y que en gran medida
fueron el germen de buena parte de la literatura contemporánea. La intervención
de Maximiliano Crespi condujo a un contrapunto, principalmente con Zina,
virando el curso de la conversación hacia el papel de la crítica y la necesidad
de dar un salto que potencie el movimiento más allá de la camaradería. Crespi
manifestó en todas sus intervenciones una saludable vocación a la polémica,
intención que caía en el vacío cada vez que se topaba con el silencio del
auditorio. Y es que la poca presencia de público es una variable constante
tanto en estos espacios como en otras propuestas similares que se ofrecen en la
ciudad. En una región con fuerte tradición literaria, donde habita una carrera
de Letras, donde no debe haber menos de diez talleres literarios en marcha, en
un tiempo donde se valora la presencia de escritores emergentes, este dato
debería llamar la atención.
El momento Messi
En una de las recientes semifinales de la Liga de Campeones europea se
enfrentaban el Barcelona y el Bayern de Munich. El primer partido transcurría
entretenido, sin mayor sobresalto. Promediando el segundo tiempo, en poco más
de cinco minutos, Lio Messi llevó a cabo dos jugadas que rompieron el
equilibrio. Minutos después da un pase que deja servido el tercer gol a un
compañero, dando por cerrado el encuentro. En ese breve tiempo el fútbol
profesional se olvidó de la cáscara mezquina que lo envuelve para mostrarse
como un juego, la sonrisa pícara del goleador, el abrazo fraternal con los
compañeros, un público relajado en el placer. Tras el partido algunos
contrariados comentaristas deportivos arguyeron que Messi sólo juega cinco
minutos y que el resto del partido cae en una suerte de fiaca donde bien sus
servicios podrían resultar prescindibles. Este argumento es factible de
refutación si se piensa que, justamente, hay una relación de necesariedad entre
esos cinco minutos (que podíamos llamar el “momento Messi”) y el resto del
tiempo en donde el jugador se la pasa yendo y viniendo, dando pases cortos,
esperando el desgaste del rival, en fin, jugando.
La sunchalence Carina Radilo. Foto: Pablo Cruz
Pueda que el momento Messi, el instante de gozo, sea
factible de ser trasladado a otras prácticas de la vida en sociedad. Para el
público que asistió al Felisa ese momento ocurre de manera muy personal, ya que
depende del recorrido individual que por el festival se realice, de las charlas
a las que se elija asistir, de la atención que se le dedique al orador, de su
propia distancia en relación a los temas que se presentan. El momento Messi se
dio, para quien escribe, en la segunda noche del festival, en la tertulia
convocada en la Ochava
Roma. En ese lugar, con sabor a peña de amigos, donde la
cerveza afloja los músculos y dispone el cuerpo al contacto con los demás,
sensibles los sentidos a la propuesta tribal de leer y escuchar una historia.
Como preámbulo a ese momento tomó el micrófono Mariano Dubín. Leyó una serie de
poesías que recuperan la voz de su abuela y de sus héroes barriales. Hay
belleza en la escritura de Dubín y en el modo en que la interpreta. Luego hizo
lo propio Gabriela Cabezón Cámara, quien manifestó que iba a adelantar un
capítulo de su próxima novela. Ganada por el alcohol, Cabezón Cámara leyó monocorde,
sin altibajos, un texto revelador que abreva en el Martín Fierro.
Es conocida la intención de Borges de desmitificar la obra
Hernández, operación que inicia en el ensayo El escritor argentino y la
tradición proponiendo un corrimiento de género y que prosigue luego escribiendo
dos cuentos. En Biografía de Tadeo Isidoro Cruz inventa la génesis, desde la
gestación guacha del sargento hasta el encuentro con Fierro, o consigo mismo,
que es su igual, su espejo, su yo mismo en otros cueros. La alusión bautismal
es admirable ya que reafirma la determinación filial americana: la de los
hermanos por encima de los demás lazos sanguíneos. Luego Cruz descubre, en una
noche cualquiera, la cifra de su pasado y de su destino en el rostro de un
hombre que no le es extraño. En otro encuentro, con ánimo de clausura, el
hermano del Moreno espera a Fierro en la misma pulpería donde tuvo lugar el
contrapunto final. En la tarde decadente Martín Fierro muere de una puñalada en
un cuento titulado El fin.
Si Borges se propuso callar la profusión de sentidos que
emanan del poema de Hernández, Cabezón Cámara intenta, en el adelanto de su
novela, trocar por completo el imaginario moral construido en la figura de
Fierro. Alcahuete y altanero, Fierro ayuda a armar la lista de los gauchos que
el juez manda a la frontera, cayendo también en la volteada. Provocadora, desde
la primera persona, Cabezón Cámara corre la voz hacia un personaje apenas
nombrado en la obra de Hernández: la mujer de Fierro. De pelo rubio y con
catorce años, “la china” aprovecha la leva para abandonar a sus hijos y huir de
la opresión. Cruza la pampa, viaja hacia la civilización en la carreta de una
inglesa con la que presiente una lejana familiaridad. Cuando Cabezón Cámara
concluyó su intervención, algo se modificó en la noche de Ochava Roma, la
certeza, quizá, de haber asistido a un momento único. Solo cabe agradecer la
lectura y esperar ahora la publicación de la novela.
Maximiliano Crespi, Alejandra Zina y Hernán Vanoli en la apertura del Felisa. Foto: Pablo Cruz
Publicada en Pausa #154, miércoles 20 de mayo de 2015
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