Mil mates, por Fernando Callero
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II. Los signos
Uno de los primeros relatos de los que tengo memoria son los
signos del zodíaco, o el horóscopo, como le decíamos y le seguimos diciendo en
nuestra familia.
Mi madre y sus hermanas eran fanáticas del horóscopo, tema
recurrente en las reuniones de mates que ellas cultivaron mientras vivían todas
en el mismo barrio. Después la familia explotó en direcciones distintas, unos
fueron a parar a Posadas, otros a Córdoba, nosotros a Santa Fe. Pero antes de
la diáspora, que tuvo que ver con trabajo y estudio, nuestra familia era una
gramilla que expandía subterráneamente sus transmisores como neuronas
conectándose entre sí y con otras familias, políticas o de conocidos, con los
que entrábamos en conversación. Carpas junto al río donde a la noche, alrededor
del fuego, los grandes jugaban al Dígalo con mímica. Bueno, esos mayores, antes
que nada, se habían preguntado o encargado de averiguar los signos. Los niños
escuchábamos todo ese alboroto desde las carpas.
Cuando conozco a alguien y enseguida me llama la atención,
no puedo evitar el lugar común de preguntarle por el signo. “¿De qué signo
sos?”. Y no podría definirme como un cultor de la astrología, ni siquiera como
un conocedor básico, es decir, el zodíaco nunca se me presentó como objeto de
reflexión, quizás hasta hoy, sino que circula de manera espontanea en mi
subjetividad de manera atávica, familiar, por ciertos rituales de palabra que
se practicaban entre mi madre y mis tías los sábados a la mañana en la cama
grande. Un murmullo sostenido y el ataque de una carcajada, ciertos puntos de
concentración máximo donde apenas se interpretaban, desde la pieza de al lado,
los caracteres suprasegmentales, tremenda palabra, de la entonación: un asunto
oscuro, una alegría contenida, algún secreto.
Un puchero, como dice Viktor Shklovski del Quijote, una olla
en la que coexisten formas heterogéneas de lengua: novela. La tele, la radio,
las revistas, las charlas.
Las charlas en la cama grande de cualquiera de las hermanas
de mamá, pero sobre todo la de casa, era un punto donde todo este material se
cruzaba.
Los signos del horóscopo se citaban con naturalidad en
contextos de perfiles físicos y psicológicos de vecinos, análisis de
casamientos, nacimientos, separaciones (las primeras en Concordia a partir del
“destape” de los 80 y de un disco
paradigmático del Puma Rodríguez: Dueño de nada).
No podría definir lo que sé de los signos en general ni de
cada uno de ellos en particular, que es la parte más interesante (soy escorpio,
vengativo y generoso, no soporto a leo, pomposo y vanidoso, me enamoro de
cáncer porque me hace el aguante, de una chica sagitario prefiero estar a mil
años, géminis me puede aunque sufra, acuario que reviente en su burbuja,
capricornio y aries van a Buenos Aires, yo me quedo en Empalme. Tauro dicen que
los hay, yo no conozco a nadie).
Publicada en Pausa #145. Pedí tu ejemplar en estos kioscos
de Santa Fe y Santo Tomé.
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