La calle, por José Luis Pagés
Cuando lo ve venir es tarde para eludirlo. Chocan en la
vereda. Vargas lo abraza. Tantos recuerdos. No se veían desde los 80. “¿Conocés mi casa?”, pregunta el escritor y
funcionario. Lucio no responde. “Bueno, es esta”.
En el recibidor, dos mastines. “¡Hunter!”. Uno se echa en el
acto, Hunter da unas vueltas, pero finalmente obedece. Sobre tres fusiles
alineados en paralelo dos ojos de vidrio miran desde la chimenea. Una medida.
La botella hace gorgoritos. Vargas habla. Lucio mira los libros que tapizan las
paredes, las fotos del escritor recibiendo y entregando premios. Hunter le
enseña los dientes, gruñe, babea. Vargas amenaza con el atizador. El perro gime
y sale. “¿Tenés gato?”. Lucio asiente. “¡Odia los gatos!”, aclara Vargas.
El monólogo sigue con perros. Vargas enumera las virtudes
caninas: fuerza, fiereza, lealtad,
obediencia ciega. Se despiden, se prometen visitas, hasta una excursión en el
San Javier. Hunter irá con ellos, es buen nadador y mejor navegante.
Mediodía. Dos gatos esperan a Lucio. Están hambrientos. Se
adelantan a su paso y maúllan mientras
él sirve dos raciones generosas. Satisfechos, se echan a la sombra. No
responden llamados, no lo miran siquiera.
“¿Cansados de trabajar?” –pregunta Lucio y agrega–: “Así me gusta,
anarquistas”.
Publicada en Pausa #145. Pedí tu ejemplar en estos kioscos
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