jueves, 6 de noviembre de 2014

El santuario

Muchos viajeros se proponen llegar al Magic Bus; sólo unos pocos lo hacen. Obviamente, el equipo de Polo a Polo lo logró.


Acá estamos. El agotamiento ya no existe. Ha sido suplantado por una mezcla de satisfacción y melancolía. Por fin, la realidad supera a Hollywood. Tendidos sobre la cama en la que murió Chris McCandless (1968-1992), los pensamientos se arremolinan sin dejar espacio a las palabras. No dan ganas de moverse, pero se viene la noche y hay que buscar leña.
Un laguito cercano invita a dar un chapuzón helado y el río cuesta abajo provee abundante agua potable. Los troncos acumulados en la cuenca seca comienzan su fatal procesión hacia el fuego. Al encender la estufa pienso en “Alex Supertramp” y su raquítica bolsa de arroz. Nosotros estamos a punto de saborear una deliciosa comida seca y el Magic Bus hace honor a su nombre: sobran bolsas de dormir, abrigos y demás elementos de supervivencia, herencia de los viajeros que han tenido la fortuna de llegar hasta acá.
Gracias a esos fieles, el santuario ha sobrevivido a la profanación. Dos proyectiles sin detonar unidos con cinta metálica y la palabra “Idiot” atestiguan la guerra entre dos visiones del mundo: la de los idiotas soñadores que arriesgan su vida por una película y la de los idiotas cazadores que descargan su frustración fálica a balazos.
Pese a ambas especies, que amenazan su existencia, el bus ha perdurado más de sesenta años y esta noche es nuestro refugio.

Noche de alquimia
Todo está fríamente calculado. Toldos de carpas y pedazos de lonas estratégicamente ubicados para sellar las ventanas. Cuerdas cuidadosamente extendidas sobre la chimenea para secar la ropa. Hasta cubiertos y velas para una noche de gala.
Emma sigue preocupada por una probable visita de osos, pero le muestro que el mecanismo de doble hoja de las puertas del colectivo sigue funcionando y es poco probable que un cuadrúpedo logre accionarlo.
Una tenue luz devela los mensajes escarbados en el hollín de las paredes. Frases que sacuden el alma. Testimonios. Agradecimientos. Voces que reviven a un caminante ejemplar.
La noche alaskeña nos regatea la aurora boreal, pero nos regala una llovizna tranquila que tararea las canciones de Eddie Vedder sobre el techo. Nuestro techo. Los ojos cansados leen con avidez las historias de aquellos que nos precedieron. Exploradores infatigables. Oficinistas rebeldes. Simples mortales. Todos unidos por una misma sensación: la vida, después de hoy, ya no será la misma.


Última parada
El sol de la mañana se cuela por los incontables orificios y nos acaricia las mejillas. Se acerca la hora de la partida y los sentimientos buscan cauce en un torrente de tinta y lágrimas. Es nuestro turno de dejar una marca, de corresponder. Los nombres de familiares, amigos y amores desfilan en los muros, en las páginas de un diario y ante una cámara temblorosa.
El ruido de un motor rompe el encanto. Son los cazadores que ayer nos ayudaron a cruzar el Teklanika. Un viejo canoso, con una sutil parálisis facial, lidera las tres generaciones que conforman la caravana de cuatrimotos. Hijos, nueras y nietos en uniformes de camuflaje y con pistola al pecho. “Hace cuarenta años vine a Alaska y nunca me fui”. Miro alrededor. Lo entiendo.
El encuentro entre las dos estirpes es cordial. Ellos se admiran de nuestro espíritu viajero. Nosotros, de su amor incondicional a este paraíso natural. Finalizado el intercambio cultural, cada uno sigue su camino. Ellos para atrapar su presa; nosotros, nuestro sueño.
En la última subida al bus, me desprendo un collar que custodia un mensaje desteñido. Lo dejo como despedida a un amor que no aguantó la travesía. Levanto con esfuerzo la mochila y camino. Una vez más.
Tras unos kilómetros de radiante soledad, nos encontramos con dos parejas de caminantes. “¿El bus?”, preguntan. “¿El río?”, replicamos. A ellos los espera la gloria; a nosotros, el peligro. Cada uno continúa hacia su propia porción de destino.
Las ilusiones se desvanecen al llegar al Teklanika. El nivel no ha bajado. Es necesario improvisar una carpa y esperar. Por suerte, Robert está del otro lado. La frustración por su tobillo torcido se convierte en nuestra última esperanza. La mañana siguiente, hacemos el intento, pero el último de tres brazos no nos deja. No queda otra que usar el bote inflable. Tras varios lanzamientos, el extremo de la cuerda cruza el río y nos da el punto de apoyo necesario. Probamos con una mochila; la embarcación atraviesa estable.
Es hora de Emma. Le digo que solo es una prueba, pero cuando se da cuenta ya está a merced de la furiosa corriente. El barquito amenaza con darse vuelta, pero el instinto la hace recostarse y logra balancearlo.
Es mi turno. Solo un punto de apoyo. Mucho peso. A mitad de río, sucede lo inevitable. El bote se voltea y me sumerge bajo su peso. Intento respirar, pero trago agua. Elevo más la cabeza y esta vez un poco de oxígeno llega al cerebro con un mensaje crucial: “No sueltes tu única línea de vida”.
Allí, en esos interminables segundos bajo las aguas glaciares del Denali, vi pasar mi vida y me sentí listo para dejarla ir. Pero no era mi turno. La misma corriente que hace unos días me había negado el paso en sentido contrario, esta vez me deposita en la costa correcta. Cuando por fin puede poner mis pies sobre tierra firme, lo único que el frío me dejó balbucear fue “ropa seca”. Las lamidas de Chai nunca se sintieron tan cálidas.

Todo queda
El regreso fue un doloroso paseo en el parque. El bote lo dejamos junto al monolito de Claire Ackermann, la sueca que en 2010 no corrió con la misma suerte que nosotros.
La última parte del Stampede Trial nos dio tiempo de reflexionar, de sopesar, de prometer. Incluso la posibilidad de volver en camionetas 4x4, que solo Robert y Chai aceptaron.
Con Emma decidimos disfrutar el padecimiento de cada músculo hasta el final. Luego de sesenta kilómetros into the wild, el motor de Adelita sonó como un arpa y nos puso, por fin, hacia un nuevo rumbo: el sur.

Publicada en Pausa #145. Pedí tu ejemplar en estos kioscos de Santa Fe y Santo Tomé.

Más info: Polo a Polo

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