viernes, 31 de julio de 2015

Dos sueños


Tomo la casa de Lugrin abandonada hace años. Las paredes con el revestimiento de porlan reseco con vetas negras y pardas. Las habitaciones perdieron el olor antiguo de las montañas de ropa en los sillones de cáñamo y tapizados podridos. De la cocina ya se borró el olor a grasa del pan y el eterno vapor del te. De las camas sólo quedan las parrillas de hierro y los listones de madera de los pisos se volvieron insípidos como un piano sacado a la intemperie que perdió su tono.
Me mudo ahí a escribir. Empiezo por quemar todo lo que tengo escrito, varias resmas manuscritas. Voy a empezar de cero. Busco un lugar donde instalar una mesita, un rincón con una ventana. Encuentro un recoveco con una especie de altar, cucharas y cruces de plata en la pared, cajoncitos de madera con viejas revistas porno. Las reviso, me excito y empiezo a masturbarme, pero me freno en seco. Este puede ser el rincón para escribir y si lo cargo de entrada no me va a dejar en paz. Después encuentro otros escondrijos de porno. Esta familia vivía al palo. Ahora tengo miedo de instalarme ahí a escribir. Hay mucha cosa dando vuelta. Residuo de vicios y pasiones que ya me contagiaron. Pero ahora es una casa romana, con una familia moderna, el padre saca el hollín de las paredes con una hidrolavadora, la madre riega y arregla las plantas. El cedrón de la entrada vuelve a perfumar el corredor. Yo soy amigo de la hija. Están conmigo de visita Hernán y Gustavo. Vamos al fondo donde resulta que hay una piscina antigua, de cemento, con el agua un poco turbia, pero se la ve fresca y me animo a meter las piernas. Gustavo y Hernán se besan. Yo encuentro un nuevo canastito con porno.
Corremos por un puente sobre la vía, Ponchi, Simón y yo. Tenemos que colarnos al tren que va a Rosario. Muchos otros están en la misma y hay que apurarse para no perder. Entramos en un túnel con una escalera mecánica en reversa. Llegamos a la cima y nos largamos a correr por un andén subterráneo. Ponchi comanda todo con un libro naranja que escribió Daiana Henderson sobre cómo colarse en los trenes con una descripción de todas las fallas del sistema de seguridad. Obviamente la mayoría son muy peligrosos, pero en eso también consiste la gracia es como un deporte. Yo voy pendiente de mi hijo, aunque él tiene más destreza y menos miedo que nosotros. En un momento Ponchi se pierde, quedamos atrapados en un bolsillo de doble fondo, decidimos por uno y embocamos en un vagón cortito donde nos reunimos los tres. ¡Lo tenemos! Nos acomodamos en un sillón largo y llegamos a Rosario mirando por la ventanilla.

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