Por Fernando Callero
Tomo la casa de Lugrin abandonada hace años. Las paredes con
el revestimiento de porlan reseco con vetas negras y pardas. Las habitaciones
perdieron el olor antiguo de las montañas de ropa en los sillones de cáñamo y
tapizados podridos. De la cocina ya se borró el olor a grasa del pan y el
eterno vapor del te. De las camas sólo quedan las parrillas de hierro y los
listones de madera de los pisos se volvieron insípidos como un piano sacado a
la intemperie que perdió su tono.
Me mudo ahí a escribir. Empiezo por quemar todo lo que tengo
escrito, varias resmas manuscritas. Voy a empezar de cero. Busco un lugar donde
instalar una mesita, un rincón con una ventana. Encuentro un recoveco con una
especie de altar, cucharas y cruces de plata en la pared, cajoncitos de madera
con viejas revistas porno. Las reviso, me excito y empiezo a masturbarme, pero
me freno en seco. Este puede ser el rincón para escribir y si lo cargo de
entrada no me va a dejar en paz. Después encuentro otros escondrijos de porno.
Esta familia vivía al palo. Ahora tengo miedo de instalarme ahí a escribir. Hay
mucha cosa dando vuelta. Residuo de vicios y pasiones que ya me contagiaron.
Pero ahora es una casa romana, con una familia moderna, el padre saca el hollín
de las paredes con una hidrolavadora, la madre riega y arregla las plantas. El
cedrón de la entrada vuelve a perfumar el corredor. Yo soy amigo de la hija.
Están conmigo de visita Hernán y Gustavo. Vamos al fondo donde resulta que hay
una piscina antigua, de cemento, con el agua un poco turbia, pero se la ve
fresca y me animo a meter las piernas. Gustavo y Hernán se besan. Yo encuentro
un nuevo canastito con porno.
Corremos por un puente sobre la vía, Ponchi, Simón y yo.
Tenemos que colarnos al tren que va a Rosario. Muchos otros están en la misma y
hay que apurarse para no perder. Entramos en un túnel con una escalera mecánica
en reversa. Llegamos a la cima y nos largamos a correr por un andén
subterráneo. Ponchi comanda todo con un libro naranja que escribió Daiana
Henderson sobre cómo colarse en los trenes con una descripción de todas las
fallas del sistema de seguridad. Obviamente la mayoría son muy peligrosos, pero
en eso también consiste la gracia es como un deporte. Yo voy pendiente de mi
hijo, aunque él tiene más destreza y menos miedo que nosotros. En un momento
Ponchi se pierde, quedamos atrapados en un bolsillo de doble fondo, decidimos
por uno y embocamos en un vagón cortito donde nos reunimos los tres. ¡Lo
tenemos! Nos acomodamos en un sillón largo y llegamos a Rosario mirando por la
ventanilla.
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