Maestro de la escritura oral, el “Chuca” Claudio Chiuchquievich y sus
músicos enamoraron a su audiencia en Uh lalá.
Con expectativa de sorpresa pero con la confianza de
siempre, un brote de saxo, guitarras y poesía se prendió alrededor de cada oído
presente cuando desde las 22.32 Claudio Chiuchquievich recobró y recitó un
compendio de sus célebres Polaroids (aguafuertes delineadas para radio, textos
escritos para ser oídos) a cuento de un motivo organizador: el amor. Uh lalá,
el bar de calle La Rioja ,
habilitó las reservas antes de lo previsto pues el público no quiso masticar el
ansia en casa.
Alain Badiou, Oscar Wilde, Roland Barthes, el amor y la prosa y poética callejera de Chiuchquievich. Foto: Victoria Vázquez.
Como fenómeno histórico, podría decirse que el de la lectura
atraviesa en este tipo de espectáculos una nueva forma de suceder: la
experiencia del lector recibiendo las palabras desde el aparato fonador mismo
del autor, y no desde el impacto visual de un libro, dota de textura a los
textos cuya entonación y ritmo “van acomodándose en tiempo para entrar en forma
con la música”. Entre el cielo y la tierra (de Skay) abre paso al ritual en el
que Chuka saluda a la multitud presente en cada uno de los concurrentes.
Egoísta, posesivo, obsesivo y apasionado el sentimiento amoroso que también es
re-creador, de un día al siguiente muda las maneras y se vuelve a alojar en
nosotros en clave tan precisa pero tan frágil que cuando sucede es mejor que no
hables de tu amor, porque se escapa con tu aliento.
“Para venderlo formal diríamos que esto es como una jam de
música en la que yo busco ingresar en el ritmo, es un ritual cuya propuesta es
ponernos en papel de aventureros del instante y que recorramos todas las
perspectivas de un mismo sentimiento. Si dijésemos que son seis los rostros
posibles, con aproximarme a cuatro, por lo menos yo ya estoy”, sopla Chuca
junto con una bocanada cigarrera un rato antes de empezar. Durante casi 40
minutos transcurre el primer acto, break. “Money”, de Pink Floyd. El gemelo
Lucas Fornillo apenas espía una partitura pues se pierde de memoria en el
mástil de su instrumento estilo E 335 (de esas guitarras grandes como la de
B.B. King) y no necesita más que el canal limpio mientras Martín Testoni no
dejó nunca de inventar solos a partir del silencio.
Alain Badiou fue donde más veces se encontró el poeta para
agregar fundamentos a su defensa (y también a sus embates). Oscar Wilde y
aquello de que es a la vida y no al artista ni al público lo que el arte
refleja a través del lenguaje que se refriega y llena cavidades e invita a
erotizarse como Roland Barthes se animó a sugerir. Máscaras que espejo es el
libro en curso de Chiuchquievich, un hacedor de radio que se forjó en el oficio
de escritor oral y cuya publicación se dilata a medida que no cesan de
incrementar sus “cuatro estaciones” que no sólo hablan de amor, también de
fútbol, de “política o peronismo” pero también de él, de mí y de todas nuestras
multitudes.
Publicada en Pausa #144. Pedí tu ejemplar en estos kioscos
de Santa Fe y Santo Tomé.
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