Mil mates, por Fernando Callero
Pasó el Felisa, pasó de todo esa primera semana de junio en
Santa Fe. Reuniones con amigos, lectores, autores muy copados que uno admira y
la fiesta que habilita para tomar una copa, contarnos cosas. Los escritores son
personas solitarias, se dice, pero doy fe de cómo les gusta encontrarse, joder,
ponerse en pedo y salir un rato de la cueva laboratorio a tomar aire.
Esos tres días fueron fríos, quizás los más fríos en lo que
va del año, pero el sol estuvo presente a través de los ventanales de la
estación Belgrano y con el entusiasmo y el café, o el mate, las jornadas se
desarrollaron en un clima cálido, y en las mesas que pude escuchar había amigos
y otros que enseguida pasaron a serlo por compartir una misma pasión que
celebramos de trasnoche con lecturas, música y copas en la Ochava Roma.
Ahora continúa el invierno, y el entusiasmo que dejó toda
esa energía me lleva a salir de casa, a los paseos contra el viento, para el
lado de las grandes tipas y de los ponis que la gente de las Cuatro Bocas gusta
de criar y de bautizar con nombres de persona. Hace poco le tomé una foto a uno
pintado, como el caballo de Perón, atado al cartel de madera que indica la
calle Francia.
El invierno tiene sus días, el sol aparece poco y es
conveniente aprovecharlo para salir a cazar imágenes. Las imágenes son objetos
de la conciencia que producen placer, porque nos expanden y conectan con todo
ese zafarrancho del mundo que a primera vista es tan sencillo como una montaña
y un par de nubes, según Wallace Stevens, pero en la intimidad fermenta como
una espuma desaforada de cerveza, una masa que leuda y reclama la arquitectura
de la forma para contenerla. De otra manera, la imagen se corre a su signo
contrario, el de la alucinación. La intoxicación es la máquina de la imaginación
de los desesperados. Detesto el esoterismo, la profundidad no alberga nada más
que desesperación. La desesperación es imposible. Por lo tanto, el dolor.
Santa Fe, la distinta, sólo se podrá fundarse atravesando la Policía y la intoxicación
terapéutica. Refrescando el placer de recorrer el espacio, finiquitar laburos
nobles, bailar y ser en la comunidad la madre, el padre, el hijo y el espíritu
santo. Plantar y comer. Plantar y fumar. Cuidar a las muchachas de las pijas
débiles. Cerrar las ventanitas y abrir las canchas de pelota.
Publicada en Pausa #136, miércoles 25 de junio de 2014
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