Por Federico Coutaz
Silencio
Bebíamos en silencio, apenas nos mirábamos, estaba bien así.
Estaba bien esa calma, esa distancia, como descanso para los cuerpos y las
palabras. Era un silencio simple sin nada que entender. Hasta que empecé a
escuchar como un leve zumbido, como pasos lejanos, los ecos de las palabras que
no decías, lo que callábamos. Entonces te hablé del clima, temí empezar a
descifrar aquellos ecos, temí escuchar por primera vez tu voz y la mía.
Mesa
En esta mesa tus dedos jugaban con los ingredientes, con tu
copa, con cigarrillos antes de encender. En esta mesa nuestras manos se rozaron
antes de besarnos y nuestras miradas se hamacaron juntas durante un segundo
gigante. En esta mesa hay mucha gente que ríe y habla fuerte, en esta mesa hay
gente que se para y brinda. Yo sonrío y no escucho y no entiendo. En esta mesa
sólo me acuerdo de vos.
Estatua
Esperabas un taxi en medio de la lluvia, descubrí que
llorabas y sentí ganas de abrazarte pero, con la misma intensidad, una
atracción sobrenatural a la silla en la que estaba sentado.
Estabas con tu novio en una mesa, hablaban, se reían y se
miraban felices. Sentí ganas de irme y el mismo peso de mi cuerpo en la silla
de aquel día de lluvia.
Estás sentada cerca, sola. Cuando dejes el teléfono, si
logro levantarme, voy hasta vos.
Fotos
Raquel saca fotos. A
veces viene con su cámara.
Yo la espero en
secreto, todo cambia cuando llega. En mi recorrida por el bar, exagero
apenas todos los movimientos y los gestos en una actuación imperceptible,
íntima.
Raquel, con total desparpajo, constantemente apunta la
cámara hacia donde estoy. Después, si
uno mira bien, casi siempre parece que hay algo que no se ve pero que está. Se
sabe, los fantasmas casi nunca salimos en las fotos.
Fragmentado
El tipo tenía campera de cuero y voz latosa, después de
un rato de estar solo pidió permiso y se
sumó a la mesa. Sin demasiados preámbulos lanzó el desafío: Les juego dos
cervezas a que me muerdo el ojo.
Aceptamos divertidos y curiosos por saber cuál era la
trampa. El tipo se sacó el ojo de vidrio y lo puso entre sus dientes.
Celebraciones y estruendoso festejo del público.
Antes de terminar las cervezas apostadas volvió a hablar:
“Bueno, ahora en serio, cuatro cervezas a que me muerdo el otro ojo”…
Desconcierto y excitación general, inevitable aceptación de
la apuesta. El tipo con gesto ensayado cientos de veces quitó su dentadura
postiza y se mordió el otro ojo que, para alivio de todos, no era de vidrio.
Publicada en Pausa #130, miércoles 26 de marzo de 2014
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