Por Fernando Callero
Como en el poema “Digging”, de Seamus Heaney, yo soñaba
con algún día labrar la tierra y extraer
de ella frutos frescos para llevar a la mesa de los míos, tal como lo vi, y
sigo viéndolo hacer, a papá.
Claro que mi padre recién se puso a sembrar de viejo, como
terapia, con un sistema de canteros altos que aprendió por Internet y que le
facilitan mucho la tarea. Pero la verdadera papa de papá fue toda la vida las
boletas, dobles o triples, colmadas de pedidos de bombachas y corpiños que le
encargaba un centenar de pequeñas boutiques de pueblo y que el movía a comisión
para firmas de Buenos Aires. Pueblos del interior de Corrientes y Entre Ríos:
Monte Caseros, Esquina, Nogoyá, Ramírez, Tala, Basavilbaso, Villaguay, Chajarí,
Federación, etc. Con lo que su negocio era más amigo del cigarrillo, la pilcha,
los hoteles que de las botas raídas conque el viejo testarudo del poema de
Heaney empuja la pala, mientras en el escritorio que da a la ventana, el
petimetre de su hijo empuña como arma una birome ociosa, entre índice y pulgar,
esperando a que salte del aire la utopía redentora del poema.
Mi papá observó una facha impecable hasta su retiro, incluso
en su letra. A pesar de volverme loco con los errores de ortografía, cuando lo
ayudaba a controlar las ventas en largas sesiones familiares en que la
mercadería y los carbónicos copaban la mesa y todo el comedor con su erótica
perfumada, la caligrafía de mi viejo siempre me deslumbró. Era una destreza
delicada en la que un tipo áspero de pronto mostraba su costado aplicado y
sensible.
En el trabajo de los padres suele cifrarse la ruina moral de
los hijos: la culpa, y el miedo al fracaso, porque ellos jamás van a alcanzar,
ni se van a permitir, la falsa perfección de esa imagen distorsionada por el
miedo atávico que ordena la sangre.
El esfuerzo del padre, espiado desde la ventana del demorado
verdor de la infancia, ese eufemismo, es una de las tantas castraciones
placenteras conque la cultura nos descalifica para poder hacernos ingresar en
su orden benéfico. El poder hunde su estrategia en el futuro, un futuro
ilusorio, falso, porque es de todo punto inalcanzable. ¿Cuantas facturas habrá
escrito papá?
Publicada en Pausa #130, miércoles 26 de marzo de 2014
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