Por Mari Hechim
Algo atrae su mirada hacia la puerta abierta del negocio y ve que se trata de una mujer que viene en bicicleta, se detiene allí mismo y entra con una sonrisa como si lo conociera. Pone sus manos en los bolsillos de atrás del jean. Era amiga de un amigo, pero demasiado joven, 20 años quizá. No es especialmente hermosa, pero tiene un desenfado, una tranquilidad. Pasa la mirada por las antigüedades del local, rápidamente.
Es de Santa Fe, estudia cine. ¿Qué hace ella en esta Resistencia adormilada por el calor? Visita a una hermana que se rompió un tobillo. Salen esa noche a cenar. Y los días subsiguientes. Ella recita García Lorca, el llanto por la muerte de Ignacio con voz baja. Se va unos diez días más tarde. Él la va a buscar para llevarla a la terminal, le lleva una cajita de madera de regalo. La hermana tiene las obras de Lenin sobre la mesa.
Él sigue con su vida. Los amigos, el negocio, la madre y la hermana. Siente que su cuerpo está todo agujereado, huecos que se van agrandando día a día “por donde sopla el viento”. Un día lo decide y se va a Santa Fe.
Ella vive en una casa con muchas estudiantes. No está en la casa, pero a la nochecita lo va a buscar al hotel.
Parece otra persona. Habla mucho, del reciente Cordobazo, de rendir Historia del Cine en pocas semanas, de reuniones. Tiene las manos en los bolsillos del jean. Nombra personas, películas y sonríe con frecuencia, tranquila y segura.
Él se lo dice, más tarde, cuando salen del hotel buscando tomar un café por ahí.
¿Querés casarte conmigo?
Ella corre la silla para atrás, mira el cigarrillo que sostiene en la mano derecha. ¿Qué piensa? ¿Que él es mucho mayor? “Tenés cara de prócer”, le hacía dicho, “San Martín o Moreno”. ¿Piensa decirle que no? ¿Que sí? ¿Que necesita un tiempo?
Apaga el cigarrillo, con la misma mano se tira el pelo hacia atrás. Pregunta: ¿Qué haría yo en Resistencia? Lo mira en forma directa y sencilla.
Al otro día él se vuelve a su casa. Va a los bares en donde se encontraron dos meses atrás. Piensa en el gesto de retirarse el pelo de la cara. Su anciana madre le dice: Parecés estremecido. Repite los gestos: ir al negocio, los amigos en la cena.
Pasa una noche en el hotel donde ella le dijo el poema sobre Ignacio. En la madrugada relee las últimas páginas de El oficio de vivir.
Publicada en Pausa #129, miércoles 12 de marzo de 2014
Disponible en estos kioscos
Algo atrae su mirada hacia la puerta abierta del negocio y ve que se trata de una mujer que viene en bicicleta, se detiene allí mismo y entra con una sonrisa como si lo conociera. Pone sus manos en los bolsillos de atrás del jean. Era amiga de un amigo, pero demasiado joven, 20 años quizá. No es especialmente hermosa, pero tiene un desenfado, una tranquilidad. Pasa la mirada por las antigüedades del local, rápidamente.
Es de Santa Fe, estudia cine. ¿Qué hace ella en esta Resistencia adormilada por el calor? Visita a una hermana que se rompió un tobillo. Salen esa noche a cenar. Y los días subsiguientes. Ella recita García Lorca, el llanto por la muerte de Ignacio con voz baja. Se va unos diez días más tarde. Él la va a buscar para llevarla a la terminal, le lleva una cajita de madera de regalo. La hermana tiene las obras de Lenin sobre la mesa.
Él sigue con su vida. Los amigos, el negocio, la madre y la hermana. Siente que su cuerpo está todo agujereado, huecos que se van agrandando día a día “por donde sopla el viento”. Un día lo decide y se va a Santa Fe.
Ella vive en una casa con muchas estudiantes. No está en la casa, pero a la nochecita lo va a buscar al hotel.
Parece otra persona. Habla mucho, del reciente Cordobazo, de rendir Historia del Cine en pocas semanas, de reuniones. Tiene las manos en los bolsillos del jean. Nombra personas, películas y sonríe con frecuencia, tranquila y segura.
Él se lo dice, más tarde, cuando salen del hotel buscando tomar un café por ahí.
¿Querés casarte conmigo?
Ella corre la silla para atrás, mira el cigarrillo que sostiene en la mano derecha. ¿Qué piensa? ¿Que él es mucho mayor? “Tenés cara de prócer”, le hacía dicho, “San Martín o Moreno”. ¿Piensa decirle que no? ¿Que sí? ¿Que necesita un tiempo?
Apaga el cigarrillo, con la misma mano se tira el pelo hacia atrás. Pregunta: ¿Qué haría yo en Resistencia? Lo mira en forma directa y sencilla.
Al otro día él se vuelve a su casa. Va a los bares en donde se encontraron dos meses atrás. Piensa en el gesto de retirarse el pelo de la cara. Su anciana madre le dice: Parecés estremecido. Repite los gestos: ir al negocio, los amigos en la cena.
Pasa una noche en el hotel donde ella le dijo el poema sobre Ignacio. En la madrugada relee las últimas páginas de El oficio de vivir.
Publicada en Pausa #129, miércoles 12 de marzo de 2014
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