“La concha de su madre, no hay nadie”, dice el chofer del
142 sin desesperación. La imagen confirma su dicho: el colectivo desierto pasa
por la puerta del cementerio de Villa Constitución y suena el timbre. El suceso
apareció en diarios de Rosario. El video se expandió por las redes. El
colectivero decidió filmarlo, cansado de que no le creyeran que el timbre
sonaba cuando pasaba por el cementerio sin que hubiera ningún pasajero.
Las noticias sobre fantasmas me parecen buenas noticias.
Cuando los diarios las publican, insisten en un tratamiento risueño,
desconfiado o inquisidor. Pero quizás en esas noticias uno pueda vislumbrar el
germen de un alien capaz de devorar el resto de la portada del diario. Si hay
un fantasma que toca el timbre en el colectivo puede que nos importe menos la
cotización del dólar o la última ocurrencia del Papa Francisco. Y si es
mentira, puede que en cierta forma todo lo sea.
Quizás por eso las noticias de fantasmas tienen mejor
prestigio en la literatura que en la prensa. Elijo una, relatada por Lord
Rymer, experto en fantasmas, académico borracho y personaje del escritor Javier
Marías. Una mujer muy joven es dama de compañía de una anciana. Le lee libros.
Una tarde, frente a la chica, aparece el fantasma de un joven campesino. La chica
lo ve, él señala silencio con el índice en los labios, ella no grita y sigue
leyendo. La escena se repite cada tarde.
Cuando la vieja muere, por un tiempo no hay lectura ni
fantasma. Pero la joven Molly (así se llama) decide volver a leer, el muchacho espectral
regresa y así pasan los años. Molly envejece. Sin previo aviso, el joven deja
de asistir a la cita. Ella sigue leyendo sola y lanza reproches a la nada.
Luego encuentra una respuesta, marcada en una página de Dickens: “Y ella
envejeció y se llenó de arrugas y su voz cascada ya no le resultaba grata”.
Con despecho y dignidad, reprendió al fantasma, diciéndole
que era injusto que él no envejeciera y sólo gustara de voces jóvenes, que
ahora era ella quien necesitaba distracción. Le exigió, entonces, que fuera una
vez a la semana y prometió hacer su mejor esfuerzo en la lectura. El joven
fantasma aceptó y cumplió el pacto.
También es en la literatura donde tenemos una definición de
fantasma que sigue siendo insuperable, cedamos las palabras finales al señor
Joyce:
“¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen. Un hombre que se ha
desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de
costumbres”.
Publicada en Pausa #129, miércoles 12 de marzo de 2014
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