El gobierno mexicano le da cada vez mayor cabida al maíz
transgénico, un cultivo de polinización abierta en la tierra que es la reserva
mundial de la especie originaria.
Luego de Veracruz, el equipo de Polo a Polo levantó velas
con rumbo a Querétaro, el ombligo de México. Allí, nos recibió Ali, la
productora de Radio Éxitos, una estación de Michigan que apoyó nuestro sueño
desde sus inicios, así que aprovechamos para compartir la experiencia del Túmin
(moneda alternativa en El Espinal) con los radioescuchas al norte del Bravo.
En esos días, a Emma se le presentó una oportunidad que no
pudo dejar pasar: viajar a la capital para cubrir un foro de CropLife, el
gremio agroalimentario más grande del mundo, en pleno cabildeo por la inserción
de semillas transgénicas en México. El terreno es fértil, ya que el gobierno
federal acaba de lanzar la “Cruzada Nacional contra el Hambre”, que promete
garantizar a alimentos a los 7.4 millones de mexicanos (cifras oficiales) que
no tienen qué comer.
El tema nos interesa por los efectos en la salud, pero sobre
todo, por el impacto que la siembra de organismos genéticamente modificados
(OGM) podría tener en las comunidades indígenas, en particular en el maíz, que
ha sido parte de la dieta y la cultura mexicanas desde tiempos inmemoriales.
Corporativismo vs. activismo
Sumergida en las entrañas del metro, Emma se dirige a
Polanco, una de las zonas más ricas de la capital mexicana. En la sala de prensa
del evento, las empresas se esfuerzan por atender a los periodistas que han
acudido a la cita desde diferentes rincones de América Latina.
Nuestro equipo de grabación da risa al lado de las grandes
televisoras, que han sido invitadas a difundir el “premio” que Croplife
entregará a la
Comisión Federal para la Protección contra
Riesgos Sanitarios (Cofepris), por “facilitar el comercio de productos
fitosanitarios”. En realidad, se trata de un reconocimiento al gobierno por
haberse sumado a las directrices del mecanismo de revisión conjunta de nuevas
moléculas, que incluye a la
Agencia de Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos y a la Agencia Reguladora
de Manejo de Pesticidas (PMRA) de Canadá. En 2002, sin realizar ningún análisis
de riesgo, la Cofepris
autorizó la importación para consumo humano del maíz NK603 de Monsanto, que
causó tumores y muerte prematura en ratas alimentadas con este transgénico.
En el medio del monólogo de los cabilderos del transgénico, dos activistas de Semillas de Vida irrumpieron: “El problema alimentario no es de producción, sino político, de distribución”.
El evento pinta aburrido, pues salvo un ingeniero agrónomo
argentino, que apela a la “licencia social” para el cultivo de OGM, el resto
son economistas, políticos, incluso ingenieros automotrices. No hay cabida para
científicos, ni productores locales, ni profesionales de la salud, mucho menos
para campesinos. Está claro: las políticas para el campo latinoamericano se
dictan desde el sector privado.
De pronto, dos mujeres irrumpen con una manta que reza: “No
al maíz transgénico”. Son miembros de Semillas de Vida, una organización que
apoya la conservación de semillas nativas y lidera la campaña “Sin Maíz no hay
País”.
Las voces de protesta solo se escuchan en las primeras
filas. Nadie les cede un micrófono. En un acto reflejo, la compañía que filma
el evento corta la grabación, pero nuestra cámara sigue captando aquello que el
gobierno no quiere ver.
Superada la inesperada “exposición de ideas”, el foro
concluye sin más sobresaltos.
Miedo al debate
“¿Adelita San Vicente? Me contactaron con usted en el foro
de CropLife, me gustaría hacerle una entrevista”, suelta Emma por teléfono.
“¿Segura que no eres de Monsanto?”, responde Adelita, un poco en broma y
bastante en serio.
La cita se da en Coyoacán. La activista luce una blusa con
bordados indígenas y de su cuello pende un dije con la forma de una planta de
maíz.
“En el foro de ayer, no hubo ninguna voz discordante y creo
que eso es muy preocupante”, dice, “se están tomando decisiones que ponen en
riesgo la salud humana y la biodiversidad del maíz, sin someterlas a un
verdadero debate científico”.
Nos cuenta que el gobierno ha ignorado muchos estudios,
entre ellos los de la Unión
de Científicos Comprometidos con la
Sociedad (UCCS), que señalan que el país puede alcanzar su
soberanía alimentaria sin la inserción de OGM. Sin embargo, la falta de insumos
y de políticas de apoyo han hecho que México no pueda satisfacer la demanda de
maíz.
En ese contexto, las corporaciones agroquímicas presentan la
inserción de semillas transgénicas como la fórmula mágica para saldar el
déficit de producción y, de paso, contrarrestar los efectos de las sequías.
“Se trata de modelo tecnológico que finalmente no acabó con
el hambre en el mundo. Ese argumento se cae por sí solo. El problema
alimentario no es de producción, sino político, de distribución”, asegura
Adelita.
En 2012, Francia y Rusia suspendieron la importación de maíz
transgénico después de que un estudio realizado por el doctor Gilles-Eric
Sèralini revelara los efectos mortales del NK603 en ratas de laboratorio.
Pero México, el país con el mayor porcentaje de consumo
humano de maíz, no tomó ninguna medida de precaución. Al contrario, se
aprobaron siembras piloto en los estados de Sonora y Sinaloa, que llevan
adelante empresas como Monsanto y Pioneer.
Sin maíz no hay país
El cultivo de maíz, de origen mexicano, está entre los más
importantes del mundo. Se calcula que la raza tiene entre setenta mil y ochenta
mil años de antigüedad y sigue evolucionando. Puede sembrarse desde el nivel
del mar hasta los tres mil metros de altura. Desde la Patagonia hasta Canadá.
Además del consumo humano, se utiliza para la producción de etanol, aceites
vegetales, azúcares, para uso forrajero y pecuario.
Pero en México, este grano, con sus sesenta y tres razas
(entre nativas y criollas), representa mucho más que la base de la pirámide
alimentaria, pues conforma una parte vital del bagaje cultural y de la
identidad nacional. Es parte del modus vivendi de los pueblos originarios, que
preservan la milpa*, como sistema de autoconsumo.
A poco más de cinco años de que se levantara una moratoria
para la siembra experimental y comercial de transgénicos, las empresas de
agroquímicos apuntaron al campo mexicano. De 110 solicitudes para la siembra
“experimental” de transgénicos, se han autorizado al menos quince.
Estos cultivos, según la Ley de Bioseguridad para OGM (mejor conocida como
la “Ley Monsanto”), son la antesala de la fase comercial y, por ende, de su
liberación definitiva en zonas no clasificadas como “centros de origen”.
Pero el maíz es un cultivo de polinización abierta, por lo
que la contaminación es inminente, con lo cual las transnacionales podrían
reclamar derechos de propiedad intelectual, como lo han hecho en otros países.
Para las comunidades indígenas, esto significaría poco menos que un lento
exterminio.
Por eso, insiste Adelita, la campaña “Sin Maíz No hay País”
ha llamado a que todo el país sea reconocido como centro de origen y no solo
ciertas zonas. En julio pasado, un juez federal activó una medida precautoria
que impide liberar maíces transgénicos en el campo mexicano, hasta tanto se
resuelva una demanda colectiva presentada por Semillas de Vida, junto con
investigadores, expertos, ambientalistas e indígenas.
En octubre, el gobierno lanzó una contraofensiva judicial.
El desenlace de esta historia dependerá, en buena medida, del interés de los
mexicanos.
* milpa: agroecosistema mesoamericano, cuyos principales
componentes productivos son maíz, frijol, calabaza y chile.
Publicada en Pausa #129, miércoles 12 de marzo de 2014
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