domingo, 16 de marzo de 2014

Licenciado en crisis


Bien podría justificar la elección del tema de la primera columna del cuarto año a la derecha de la página tres del periódico diciendo que es una constante que ya he hecho hábito. Que en marzo escribo sobre lo mismo porque, por lo general, la fecha de estreno del año pausero arranca cerca de la fecha de mi cumpleaños. Que es una cábala. Que es lo que el público está esperando y no me gustaría defraudarlo (¿?). Que me encanta cumplir años (peor sería no cumplirlos, ¿no?) y por que eso mismo lo celebro con los lectores. Sin embargo, prefiero no engañarlos y decirles lo que ya saben: me da fiaca empezar el año laboral; me acordé tarde que debía comenzar a trabajar y recién ahora estoy descontracturando las teclas y, sobre todo, despertando el cerebro. Ergo, voy a escribir sobre lo mismo de siempre porque no se me ocurre otra cosa: mi cumpleaños.
Pero además sucede que durante el verano no pasó nada que crea pueda ser narrable. Perdón. Durante el verano no me enteré de nada y entonces no tengo materia prima para la columna. ¿Vieron el tornado que hubo en Santa Fe según los noticiosos porteños? Bueno, a mí me tuvieron que llamar desde Gualeguaychú para decirme que eso estaba pasando acá. ¿Se acuerdan que a los pocos días de que Facebook compró Whatsapp, esta aplicación se cayó y dejó de funcionar por unas horas? Bueno, yo me enteré de eso a los dos días. Quiero decir: es evidente que no necesito del mundo para vivir… ¿o es al revés y es el mundo que no me necesita?
Como sea, cuando el apocalipsis zombie nos encuentre ni se calienten en tratar de salvarme porque no me voy a enterar de lo que está pasando y van a caer en los dientes de los caminantes junto conmigo. Rajen y déjenme comerle los sesos a algún colgado como yo.
Pero retomando el coso de mi cumpleaños, quiero decirles que desde ahora hasta dentro de nueve años voy a estar atravesando una etapa de crisis; de profunda crisis. Sí, señor. La llamada crisis de los 40. No porque cumpla 40. No. Me falta un montón para llegar a esa edad. Cumplo 36 nomás. Pero eso significa que estoy más cerca del 4 que del 3 y ya me voy acostumbrando a la depresión del cambio de década desde ahora que ya no soy más un treintaypico, sino un casicuarenta. Y si a ustedes eso no les parece terrible, no sé qué problema tienen entonces. ¿Y por qué me va a durar cuatro años más allá de los 40? Porque voy a tener más de 40, obvio.
También me pasó cuando cumplí 26, pero ahí me deprimí porque me di cuenta que me quedaban como mucho dos años para hacer algo lo suficientemente grande y poderoso que repercuta a nivel mundial y por mucho tiempo… Pensaba: “mirá si me muero a los 27 y todavía no hice nada como para estar en una remera junto a Cobain, Joplin, Hendrix, Jones, Morrison y Rodrigo”. Únicamente por eso fue que no me morí hace nueve años.
Cuando llego a la mitad de la década (25, 35, 45) todo se equilibra y ese año disfruto a rabiar de mi edad… para repetir el ciclo a los 365 días y, como diría el Ale Lerner, volver a empezar la crisis. Es también el modo que tengo de encontrarle sentido a una cifra tan poco significativa: el 6. Lo suficientemente lejos de la decena como para decir “ya estás cerca de…” o “ah, apenitas pasados los…”. Ni fu ni fa. Parece como tener 19 años: no hay nada especial en cumplir 19. Tal vez no sea culpa suya sino de los 18, edad que indica el pasaje a la mayoría de edad civil y política de todo individuo… O sea, vas en cana y que te saque magoya. Tenés que empezar a pensar las cosas dos veces antes de hacerlas. Por eso, por el peso del que viene atrás, el 19 es como una nada, una noche de borrachera extrema que no existe en la memoria… una resaca también, ya que debería suprimirse y pasar directamente de los 18 a los 20 y el mundo no se vería alterado en lo más mínimo, al igual que si yo me convirtiera en zombie.
Redondeando, como redondeo con la edad y por eso me deprime cumplir 6 porque estoy cerca del 0, o como redondean los colectivos con el famoso $3,90 que mágicamente se convierten  en $4, me encanta cumplir años, no importa cuántos sean; pero si me dan motivos para quejarme y divertirme mejor… Tanto como me encanta escribir esta columna y por eso busco cualquier excusa para quejarme y escupir 800 palabras para ser leídas y, deseo, disfrutadas por ustedes, mis ¿queridos? lectores. Felices cuatro años.

Publicada en Pausa #129, miércoles 12 de marzo de 2014

Disponible en estos kioscos

No hay comentarios: