Por Licenciado Ramiro
La pobreza es un hecho. Existe. Y en tanto y en cuanto
exista capitalismo, ella no va a desaparecer: es la condición necesaria para su
funcionamiento. Por eso, cuando lean o escuchen a un político en campaña hablar
de “pobreza cero”, llámelo mentiroso… A menos que, claro, sea candidato por el
Partido Comunista. Sin pobres no hay alguien que necesite imperiosamente
trabajar y, por ende, que esté en condiciones de aceptar ser explotado (ya lo
dijo Carlitos de Tréveris hace más de 150 años).
Incluso la pobreza existe aunque pretendamos que no la
vemos. Está ahí, siempre. Parafraseando al saber meloso popular: aunque [nos
hagamos los que] no la veamos, la pobreza siempre está. Y por hacernos los
sonsos, y como hacemos con muchas otras cosas que no nos gustan, la
naturalizamos. ¿Qué significa naturalizar? Lo obvio resultaría decir
“convertirlo en parte de la naturaleza”. Eso, dándole una vuelta de rosca,
sería lo mismo que decir “hacerlo algo necesario, que excede la cultura, es
decir, que está ahí porque así la naturaleza lo dicta. Por lo tanto, nos guste
o no, es y está… Como la muerte.”
Ahorramos algunas palabras si decimos, directamente, que la
pobreza, al naturalizarla, ya pasa a formar parte del paisaje de una ciudad. Es
decir, si no fuera tan fea podría formar parte de cualquier postal, igual que
los árboles, los monumentos, las hojas en el asfalto en otoño, etc., y al lado
de todo ello, iría, también, una madre clamando por una moneda para comer; un
adolescente aspirando poxi de noche para no sentir el frío de dormir en
invierno en una plaza; una familia hurgando la basura para comer desperdicios
ajenos.
Yo sé que estoy diciendo cosas que, tal vez, son harto
conocidas y no despabilo a nadie. Pero no por ello voy a dejar de decirlas,
porque si no despabilo a nadie con una escena tan horrorosa como una madre a
gritos en una vereda céntrica con su hija llorando rogando por un poco de
dinero para comprar “algo” de comida y un montón de personas pasando por al
lado como si eso ya fuera parte de la cotidianeidad pues, entonces, resulta
necesario seguir insistiendo sobre lo obvio: esa escena, tan desagradable, ya forma
parte de lo que podemos esperar ver cuando salimos a la calle… y eso es, aún,
más desagradable. Pasar por ahí y hacer de cuenta que no pasa nada es una
mierda.
También podríamos pensar que es la única manera que tenemos,
los seres humanos, de sobrevivir al espanto: naturalizándolo. Al menos con la
muerte funciona en parte. Pero la pobreza no es algo del orden de lo necesario
(podría, con otro sistema político, económico, social y cultural no haberla) y
sin embargo nos creamos toda una serie de estrategias y/o actos para poder
tolerarla. Por ejemplo, al pasar por al lado de esa señora desesperada uno
comienza a sacar temas de conversación con quien esté caminando porque pasar
por allí en silencio haría mucho más incómodo el andar. O bien, si uno va solo,
podría gesticular un “no” con la cabeza gacha, ya que eso es preferible a
toparse con los ojos vidriosos de la niña hambrienta.
Luego, y esto tal vez suene un poco polémico, existen otras
estrategias que consisten en crear, difundir y fijar prejuicios hasta que se
convierten en una verdad tan irrefutable como irreflexiva de tanta repetición.
¿Ejemplo? “Es más cómodo pedir que trabajar.” ¿Otro? “Y, si yo les doy plata
después andá a saber qué hacen con eso. Seguro se la gastan en droga y
alcohol”. No hay dos sin tres: “Salen a pedir con los hijos porque la gente les
tiene más lástima y entonces les dan más plata.” Y así podemos seguir con miles
de frases que, creo, son estrategias que la sociedad del capitalismo fabricó
para que a los sujetos que ha creado en sus poco más de 200 años de historia se
les haga más tolerable algo tan desagradable como que existan pobres e
indigentes; o sea, individuos que se mueren porque son pobres.
Tampoco voy a ser tan necio de negar que existen diferencias
cualitativas entre un grupo de estrategias y otro… Ya sea porque en uno domina
la culpa y en el otro el cinismo o lo que sea. Sin embargo, creo que ambos
cumplen la función ya dicha: que podamos soportar lo insoportable, al tiempo
que esa naturalización sirve a los fines de que se puedan seguir reproduciendo
las condiciones de producción de pobreza y de tipos (como yo) que podamos
soportarlo. Algunos más, otros menos pero, al fin de cuentas, lo hacemos. De
otro modo, este mundo sería imposible…
Ah. Y el domingo pasado hubo elecciones.
Publicada en Pausa #119, miércoles 14 de agosto de 2013
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