Un caño subterráneo no da más y los vecinos ya parecen
resignados a convivir con el riesgo sanitario de sus propios desechos. Las
autoridades no apuran una solución.
Por Marcelo Przylucki
Inundadas veredas como oscuros espejos hedientos; señoras
pisando en los pequeños blancos de baldosa sin agua; nenes correteando al filo
de esas orillas accidentales; animales bebiendo de esos charcos putrefactos,
metiendo sus patas y todo su cuerpo allí; tapas de cemento vencidas ante el
escape líquido y tubos, cuyas bocas alcanzarían a albergar un puño, que vomitan
a cántaros los desechos de los 84 departamentos que suman las torres 13 y 14.
De boca de los vecinos, el problema es de larga data (algunos refieren a los
primeros momentos del barrio, fundado en 1988); si nos remitimos a la búsqueda
digital, hace poco más de 5 años que la deficiente red cloacal de esta zona de
barrio El Pozo es un eco que, de vez en cuando, rebota en algún medio a modo de
grito de reclamo extremo. Las soluciones acaban durando (con fortuna) poco más
de un mes, o menos.
Caminando por la calle peatonal Rosario Vera Peñaloza es cuestión habitual el tener que valerse del
ingenio para transitar el trecho que se extiende a los pies de las
edificaciones: “En algún punto, hasta nos permitimos tomarlo con humor y nos
colgamos a mirar cómo hace la gente para no ensuciarse porque, la verdad, estamos conviviendo de manera
permanente con este derrame”, comenta Germán Gracia, que trabaja en una
despensa ubicada en esa suerte de galería comercial que alberga en su planta
baja cada conjunto de edificios.
Los desbordes en la vía pública son constantes y la tierra ya está saturada con el tóxico, que se expande con el mero pasar de los vecinos.
El camino está dividido como si fuera un bulevar: dos
carriles separados por canteros. Estancada en esos canteros, el agua no puede
ser barrida por la gente que todos los días limpia el lugar (vecinos que se
encargan de eliminar la suciedad en los espacios comunes de cada consorcio).
Así, el agua penetra en la tierra y se vuelve un engrudo que, con el correr de
los días y al calor de la cocción solar, deriva en una viscosidad verde
altamente tóxica. La inundación supo extenderse incluso más de 100 metros,
rodeando a las manzanas 14 y 15.
Mario Drisun, presidente del Concejo de Administración del
SAMCo de El Pozo y Secretario de Salud municipal, advierte que “la cantidad de
bacterias y microbios que se alojan en los desechos conforman un volcán de
enfermedades en sí mismo, además de ser un ambiente propicio para la emergencia
de agentes transmisores de enfermedades como insectos y roedores, amén de que
los desechos son potenciales contaminadores de los alimentos”. La contaminación
no es estática: los organismos más minúsculos son focos infecciosos altamente
peligrosos. Detergente y una escoba no bastan, la suciedad se adhiere
igualmente a los calzados, a las ruedas de las bicicletas, al pelaje de los
perros. Los vecinos compran sus alimentos en negocios que son muy próximos al
foco dañino. Aquello que la gente ya ha comido y desechado, vuelve a su mesa en
forma de riesgo de contraer cualquier malestar, puesto que hay para elegir en
el extenso menú de posibles padecimientos.
Vecinos en acción
Ante el aumento de la periodicidad con la que las cloacas de
esta zona colapsan, un grupo de vecinos viene conformando desde hace más de dos
meses una asamblea impulsada por el grupo de acción social y cultural El
Pozillo. Carlos Abad, miembro de este grupo de jóvenes, narró a Pausa cómo
comenzaron estas reuniones: “algunos de los miembros de la agrupación sufren
directamente el problema, pero es algo que nos compete a todos. Lo normal es
que no haya fisuras en los servicios públicos, y ante la magnitud de este
problema decidimos que esperar a que alguien padezca cualquier síntoma no era
una opción”. Desde entonces, cada viernes a las 18, la Asamblea Barrial
(así se denominan) se reúne en cualquier espacio público donde pueda acomodar a
todos sus asistentes para debatir en torno a las problemáticas comunes a todos
dentro del territorio de El Pozo y a cuáles serán los pasos a seguir para
arribar a una solución.
Abad agrega: “aquí nadie viene con la varita mágica a
solucionar todo, este es un espacio de debate acerca de cómo accionar. En un
tema tan delicado como el de las cloacas no se pueden tomar decisiones a la
ligera. Cortar una calle o convocar a un medio así porque sí, cuando hay tanta
gente involucrada –casi 200 personas viven en estas dos torres–, es contraindicado.
Lo que siempre pregonamos es agotar las formalidades antes de cualquier otra
medida, el lema de la
Asamblea es: ‘Lo cortés no quita lo valiente’”.
La convocatoria es abierta y de una semana a otra se
encargan de gestionar y averiguar todo lo necesario para avanzar en la
resolución de los problemas. Así fue que se enteraron de la existencia del plan
“Luz y agua segura para la inclusión social”, cuyos pormenores fueron
publicados en el portal de noticias de la provincia el 25 de abril. Allí se
afirma que se “puso en marcha, a través del Ministerio de Aguas, Servicios
Públicos y Medio Ambiente, un plan de mejoras en los sistemas cloacales y de
provisión de agua potable en barrios sociales de las ciudades de Santa Fe y
Rosario, que desde su construcción tres décadas atrás no se beneficiaron con
ningún tipo de mantenimiento o mejora de sus instalaciones sanitaria”. Los
alcanzados por esta serie de refacciones son los barrios El Pozo, San Jerónimo
(Fonavi de Barrio Centenario) y Acería. El monto total de las obras asciende a
21 millones de pesos; en lo que respecta a El Pozo, el presupuesto para estas
mejoras se estima en 2.300.000 pesos y comprende diversos trabajos para
optimizar el servicio en la red del barrio en su totalidad, no únicamente donde
se encuentra el problema de derrames.
Germán Nessier, encargado de las Relaciones Institucionales
de Aguas Santafesinas S.A., charló con Pausa acerca de algunos detalles de este
plan de obras:
—¿Cuáles son los trabajos a realizar en El Pozo?
—Por un lado, algo que ya se completó fue el mejorar la
accesibilidad a la red cloacal, mediante la renovación de bocas de registro y
las tapas que están en las intersecciones de las calles, para poder hacer un
mejor mantenimiento. Además de ello, se están cambiando de forma proactiva las
conexiones domiciliarias de agua y se incorporarán también grupos generadores
de energía para evitar que problemas de servicio de la EPE interfieran con los
nuestros.
—¿Hace cuánto que tienen noción del problema de cloacas?
—Ya hace un tiempo que relevamos este inconveniente, que
tenemos asumido. El problema concreto es que el colector cloacal está roto. Es
un caño subterráneo que está enterrado en inclinación pendiente a unos cuatro
metros de profundidad, lo que hace complicada la cuestión de maniobrarlo, por
costo físico y financiero.
—¿Son esos los mayores contratiempos para la solución de
estos derrames?
—El costo económico es uno, ya que el trabajo que requiere
esta obra solemos delegarlo a alguna empresa privada. Pero, por otro lado está
la complicación del suelo, que en El Pozo es particular ya que es arena, lo que
hace más complicado garantizar seguridad a los operarios, más aun con la
creciente del río, puesto que una excavación podría significar un
desmoronamiento que pondría en riesgo al resto del entorno.
—¿Y mientras tanto?
—Lo que se hará hasta que podamos comenzar con las obras
definitivas será un mantenimiento periódico, con asistencia de nuestros
camiones para succionar y evitar colapsos en este colector averiado. Esperamos
finalizar con todas estas obras en el transcurso de este año.
El río, la burocracia, los riesgos que conllevan los
trabajos necesarios no cesan de dilatar la solución. Los vecinos seguirán
organizándose, enviando notas, pagando las boletas a una empresa que no les
puede asegurar aquello que debiera poder. Los niños continuarán jugando allí
mientras tanto, sus padres aguardando pacientes pero siempre con ese riesgo
latente de que un mareo, un dolor de cabeza o una tos sea el inicio de algo más
grave.
Publicada en Pausa #119, miércoles 14 de agosto de 2013
Disponible en estos kioscos
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