Por Horacle (*)
No te puedo transferir el paso equivocado o el precipicio de
los sueños, descansar en el campo de lo eterno.
Darte el pecado, la serpentina redonda de las calles
oscuras.
No van a estar las luces de los perros pariendo en los
zaguanes. El cajón de manzanas fermentadas en la cárcel. La operación ridícula
para ser lo que no fuimos. La paciencia modesta de un juzgado con trapos hechos
corbatas. El pasillo que no te acompaña en todas las pesadillas.
La paz del segundo que sólo desinfla lo boludo. El sombrero
que recoge bananas en el sol de los estúpidos. La medalla que me dieron por
haberme salvado de la muerte. El crédito impagable que te embarga el futuro. El
caramelo tirado en el suelo.
No te puedo transferir el nivel de la media para pasar
ridiculeces. La voz áspera de la mañana abrazada en piernas despeinadas. El
bigote escondido en el bolsillo como una piedra. Intoxicaciones de almohadas
separadas o casi incomunicadas. El molino huérfano que te miente pensando por nosotros.
No puedo darte la ausencia de una mamá, de un hijo, de un
hada o un tercer domingo de octubre. Un yacaré en el triángulo de la mentira.
Las flores amarillas en fuegos celestes de la madrugada.
No te voy entregar el poder de la muerte, la sinceridad transparente.
No te voy a dar la espalda para que conozcas el crucifijo de
poderes.
No te voy a transferir el miedo, porque es una serpiente que
se desangra en las medias. La argolla que te queda grande en el dedo.
No te voy a enseñar a oprimirte la cabeza cuando ella se
encuentra en el oeste y matarte cuatro horas con solo balazo.
No te puedo dar el birrete obligatorio o la desaparición de
la noche espesa.
No puedo darte la represión del crecimiento, los rulos para
pensamientos lacios.
No intento transferir una noche de caravana o un sueño de
parado.
Tampoco puedo dejar pasar el tiempo para mirarte. Un
semáforo en rojo que atraviesa la velocidad del segundo. Una pistola fundida en
la Setúbal ,
donde desangro mi condición de hombre. Una cocina sin horno o una heladera sin
puerta.
No te puedo dar mi escape, mi cinturón rojo, ni el fruto de
lo prohibido. El estar libre para desafiarte. Darte la infelicidad inútil para
que te dejen entrar en tu casa.
No puedo darte la regla de la cortesía o un saludo secreto.
La paciencia del pensamiento eterno.
No te puedo dar el maniático suicida para parecer cualquier
persona. Dejarte un planeta de culpas para volver a la tierra después de 43
meses.
Es simple, no te puedo transferir lo que ya no existe,
porque ya fue hecho.
(*) Esta columna va dedicada a nuestro amigo, el Horacle: HH
que hache, hache nada. El Horacle participó del arranque de Pausa con sus
ringtones literarios. Poeta artesano, con el cual tuve la oportunidad de
compartir plazas del 29 de abril, momentos de radio, algún que otro escabio y
palabras de amigo.
Falleció el 22 de septiembre pasado, en Córdoba.
La mejor manera de despedirlo fue compartir con ustedes sus
versos. “De cuántos laberintos y silencios está hecha la palabra”.
Adrián Brecha
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