martes, 2 de octubre de 2012

Apriete Vainilla


Los cacerolazos, que fueron masivos en muchas ciudades, aceleraron los tiempos para el 2013. Los dilemas del gobierno hacia el futuro próximo.

Por Juan Pascual

Por fuerza de los acontecimientos recientes, a puro ruido de cacerola, el kirchnerismo vio cómo se aceleró su avance hacia sus tres sencillos y únicos horizontes posibles: una Reforma Constitucional; un candidato propio, un delfín, que suceda a CFK; un realineamiento como “garantía de gobernabilidad” hacia un candidato del PJ, mas no estrictamente kirchnerista. El primer escenario luce improbable, el segundo inédito y el tercero demasiado complejo.
(Hay una cuarta posibilidad, más remota: que el delfín kirchnerista vaya a una interna abierta y sea derrotado –o no– por otro candidato del PJ. En ese caso, la cantidad de realineamientos que sobrevendrían, en todos los partidos, es imposible siquiera de plantear).
Durantes estas semanas mucho se afirmó acerca de las movilizaciones del jueves 13 de septiembre, que agarraron a contramano a todo el sector político y a las variopintas claques mediáticas en general. Las reacciones fueron diversas, las interpretaciones por cuenta de la prensa y los políticos pecaron por el exceso o el defecto. El dato duro muestra que en muchos conglomerados urbanos importantes –Córdoba, Rosario, Mendoza, por nombrar los más grandes del interior– hubo masividad en las protestas, no sólo en el epicentro capitalino que copó las imágenes de las cadenas de noticias. En nuestro caso, frente a Casa Gris se vio a una multitud que superó con creces, en su número, a la mayoría de las marchas de la última década.
Esas masas están compuestas por el núcleo duro del antikirchnerismo, el reverso absoluto de lo que fuera el 30% que apoyó al gobierno votando a los diputados del Frente Para la Victoria en 2009, cuando la proximidad al oficialismo parecía pestífera. La corrupción, la seguridad, el Indec (con sus humorísticos e insultantes guarismos) y la inflación, el descontrol mercantil para las empresas de la opinión pública (sería: “la libertad de prensa”), la soberbia de la yegua autoritaria dictadora, la burocratización en la compra de dólares, la falta de productos importados y Guillermo Satanás Moreno, azote de probos y esforzados: la serie indica intereses de clase y rasgos de una condición social determinada que vuelven obvias las referencias a la estética top de los concurrentes y a cómo ya lograron volver a Micky Vainilla una pieza de museo.  
Se ha dicho sobre esos reclamos que son incomprensibles o, al menos, poco articulados. Que sus esfuerzos son fútiles por falta de organización, que sus demandas van hacia el vacío por no poder ser reconstruidas por ninguna representación de los partidos de la oposición. También se han dicho barbaridades de otro tipo, como las comparaciones con la Primavera Árabe. Pero así como en el 2009 no se comprendió que ese 30% del electorado implicaba mucho más en lo cualitativo que en lo cuantitativo (se trató prácticamente de un voto “militante”, de una adhesión destinada a reproducirse rompiendo el silencio en la discusión persona a persona), hoy tampoco se señala lo más evidente de los cacerolazos, el núcleo que anuda todas las interpelaciones y emociones que allí se conjugaron. El punto central es la elección del 2013: ¿habrá o no Reforma Constitucional? (En los términos de la convocatoria organizada por las redes sociales: ¿sigue o no la Diktadura?). Eso, no poco, es lo que se dejó en claro ese jueves por la noche: en la vereda que enfrenta a un intento re-reeleccionista hay muchas, muchas personas dispuestas a salir a la calle.
Por ello los tiempos se aceleraron, tomaron mayor velocidad que cuando Daniel Scioli salió a marcar terreno al explicitar sus intenciones presidenciales o cuando Hugo Moyano sacó su respaldo al gobierno y desgajó a la CGT.
La renovación de las cámaras legislativas se decide el año que viene. Una eventual Reforma Constitucional requiere de los dos tercios de los diputados y senadores. Actualmente, el kirchnerismo y sus aliados poseen quórum propio, superando apenas el 50% de las poltronas. Sin embargo, la solidez presente del bloque no implica el compromiso a futuro. Las acciones de los legisladores siempre van atadas a sus lugares de origen, las provincias. Y en las provincias, todas del PJ excepto Santa Fe y la Capital, los gobernadores tienen pretensiones y juego propio. Meten su cuchara en la conformación de las listas, dirigen pactos y acuerdos cuyas razones van más allá de la dirección nacional, anhelan en varios casos saltar en 2015 a la Rosada.
En síntesis: para llegar a una Reforma, el kirchnerismo no sólo tiene que alinear a todos los gobernadores propios (los cuales andan de bolsillo flaco, o al menos exigen mayores aportes de la Nación) y confeccionar las listas casi a voluntad sino que, además, debe prácticamente repetir la performance de 2011 y, finalmente, garantizarse que el nuevo bloque que quede conformado en el Congreso trabaje en forma unificada y sin fisura. Como la anterior oración, suena largo, farragoso, improbable.
Cacerolazo en Plaza de Mayo (Santa Fe), jueves 13 de septiembre de 2012.

En una contienda por el legislativo el elector no sopesa lo mismo que en una para el ejecutivo. La oposición obtendrá legitimidad a partir de hacerse eco de la sonoridad de los reclamos caceroleros, con mayor o menor independencia de la particular virulencia que poseen. No necesita expresar programa político alguno, ni tampoco plegarse a las numerosas consignas del jueves: alcanza con que se sitúen como garantes de que la Reforma no tendrá lugar. Mientras tanto, el gobierno confronta a las marchas impugnando sus lemas, varias veces expresados de forma procaz. Como nada puede decir sobre la re-reelección, esas críticas terminan pedaleando en el vacío o, en verdad, apuntan a lo más lateral del asunto. Una cosa es que resulte abominable el uso aberrante de un símbolo de la democracia como el pañuelo de las Madres, risible la comparación con las cadenas oficiales del chavismo (15 horas de TV obligatoria suma CFK en este año, 75 Chávez) y patético el deseo de retornar al mundo cultural y económico de los 90. Otra cosa es plantear con la misma dureza la defensa del “Cristina eterna”. Para ello debería haber pleno convencimiento de que el 54% del 2011 seguiría estando allí, incólume. La reacción expresada por los recoletos indudablemente dista mucho del mundo de valores de un votante K, pero ello no quiere decir que el eje que las cacerolas hicieron emerger, y algunos reclamos puntuales  (los precios, la seguridad), no produzcan adhesiones, con fundamentos diferentes, y muerdan algo del 54%. Lo suficiente como para impedir el intento el año entrante.
El oficialismo todavía no es claro en el punto de la re-re, por fuera de algunas bravatas, lo cual abrió la puerta a que sea la oposición –y la calle– quien plantee como eje electoral a la Reforma, en términos de riesgo letal para la democracia. De todos modos, es probable que en este asunto el gobierno tampoco sea explícito durante algún tiempo, lo cual también suma al polo opositor y deja la iniciativa de su lado. La paradoja es simple. Si CFK ya mismo declara no ir, o bien ir, por la reelección, se desataría la interna a pleno, sea cual fuere el caso. Toda construcción que haga al respecto será entre bambalinas. La gobernabilidad, hasta el 2013, en parte se sustenta en ese tenso silencio. Sin embargo, ese silencio también suma y hace más denso el reclamo anti-Reforma: la calle lo situó como central, las definiciones se requieren y esperan, los tiempos se acortan.

Publicada en Pausa #102, miércoles 26 de septiembre de 2012

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