Por el Licenciado Ramiro
Sí, una vez más, mis pronósticos acertados me han abandonado. Al final el 21 de septiembre no llovió ni un poquito… y es más, hizo un día hermoso que esa maldita juventud disfrutó, y mucho. Y me refregó en mis propias canas eso, la juventud.
De todos modos, con los hechos consumados, puedo decir que una vez más he acertado. Lo que siguió al día del estudiante, es decir, lo que transcurrió ya de primavera, sucedió tal cual lo sospechaba. Tal como lo define un amigo se acabaron “los excesos de vestimenta” y, repentinamente, aparecieron “clavículas femeninas sudoradas” y, hay que decirlo, también muchas axilas masculinas humedadas y espaldas musculosas de todo el año en el gym.
Hombros para todos
No voy a negar cierta simpatía por haber dejado atrás el invierno. Lo único que voy a extrañar de él es dormir “cucharita”… El resto, bien gracias, será hasta el año que viene. Notarán entusiasmo de mi parte, ansiedad por lo que vino ¡y lo que falta por venir! Si en apenas un mes ya archivamos los sweater y estrenamos musculosas y ojotas, mejor ni imaginarme lo que será enero porque sino voy a empezar a enloquecer a cuenta. Y a sufrir. Porque también se sufre. Así es la ansiosa vida en una sociedad estructurada bajo la lógica del consumo: todo eso que está ahí, tan expuesto, tan cerca, y a lo que no podemos acceder, nos genera una incontrolable ansiedad. ¿Y usted pensó que a eso se le llamaba “explosión hormonal”? No, no es biológico. Es social.
Y sí… la clavícula, el piercing en el ombligo, el tattoo en la cadera, el bikini, el shorcito, el escote, las piernas bronceadas, el pelo prolijamente despeinado, el brillante sudor que parece maquillado estratégicamente simulando una fatal pasión y el ombligo… el ombligo. ¿Le resulta conocido todo esto? Claro. En la playa, la plaza, los boliches a cielo abierto, la peatonal, bulevar, una y un millón de veces llegó el calor y así se lo recibe.
Y así no se puede vivir.
¿Cómo no va a haber cada día más viejos babosos si las pibas cada vez andan más en bolas? Y encima ya no se distinguen edades. Uno mira y ya no sabe si está viendo a una chica de 20, 18, 27 o 13. Sí, 13, porque andan todas iguales… pero todas eh. Así, dicen, uno se enferma, ya no quiere salir a la calle. Y en su casa, al resguardo de tanta sexualidad, resulta que en la tele o internet está, también, obscenamente presente el calorcito, representado en un ombligo, o un shorcito, etc., etc., etc. Pero fíjese que, si uno se descuida, el circuito del consumo, además de ansioso, a uno lo vuelve un cínico.
¿Así que usted se enferma? ¿Así que usted es el pobre desgraciado que no puede vivir rodeado de pechos traspirados que nunca va a tocar? ¿Usted, que sólo se reserva el esfuerzo de mirar, se queja de que no puede salir a la calle? Usted, que no le importa la diferencia entre una mujer, una nena y una mercancía; entre un ser humano y un objeto… ¿usted no puede vivir así? Y entonces, se me ocurre preguntar, si usted así no puede vivir, cínico idiotizado, ¿qué le queda a esa piba que se tiene que agujerear el ombligo, sufrir una aguja con tinta pinchándole las vértebras, peinarse compulsivamente el flequillo, recorrer de punta a punta el centro comercial en busca del short más corto y de calce justo para que le levante el culo y, si se puede, le disimule la celulitis, se apriete los pechos (imagínese a usted usando un slip chico para que le marque lo que cree que lo hace varón) en la búsqueda del perfecto 90 y, como si fuera poco, traspire de manera sensual para que usted no la excluya, no la ignore y ella, objetivándose, mercantilizándose, tenga por cuatro meses una sensación de felicidad más cercana a la esclavitud que a la libertad? ¿Y todo porque a usted se le ocurre que la vida es una publicidad misógina de desodorante?Definitivamente, así ni usted, ni yo, ni ellas, sobre todo ellas, podemos vivir.
¿Dónde está el control remoto?
Publicado en Pausa #85, todavía a la venta en los kioscos de SF
No hay comentarios:
Publicar un comentario