Otro yo mismo, por Mari Hechim
El pasaje de la infancia a la adultez se produce cuando se
aprende a jugar al truco, en mi familia. La que enseña, por costumbre, soy yo.
Hago una lista que empieza con el as de espadas para abajo, y, al lado, un
dibujo de la seña que corresponde a cada carta. Esta vez le tocó a Mateo, en
Buenos Aires. Está su papá, está su tío, mi hermano, que es un gran jugador y
va apuntando: no se puede decir ningún número. Si estamos en el envido y decís
cualquier número, perdiste si no tenés las cartas. Hacemos un ensayo general,
los cuatro, y vamos viendo, conversando. Alguien bromea: no podés decir
alcánzame un vaso. “Uno” tampoco se puede decir.
Es día de elecciones en la ciudad y el televisor está
prendido, y el puchero se va haciendo en la cocina, con todo, pero con todo,
con chorizo colorado y panceta, una gran cena va a haber. Teo tiene once años y
se fastidia si no tiene cartas y yo me paso la mano derecha por delante de la
cara, como diciendo: que no se note en la cara, mientras él hace una
gesticulación exagerada; tiene puntos.
Va ganando Rodríguez
por poquito y avanza el juego, mi hermano miente que da miedo, yo no le
creo nada y entonces me ensarta, como siempre.
El papá de Teo comenta que una profesora del joven discute
de política con los estudiantes y a todos nos parece bien; él cuenta que llevó
a la escuela un cuadernillo con las consignas del 68 francés y les encantó a
todos. Claro, decimos, no es lo mismo que bajarlo de Internet.
Teo y yo vamos
perdiendo. No nos tocó ningún as ni ningún siete bueno, y después nos vamos a
dar cuenta de que en la cajita de las cartas se quedó escondido el as de
espadas, y ya va a ser tarde; no ligamos nada, bah.
Antes de llegar a los treinta, deshacemos el juego para
poner la mesa y aparecen las verduras y las carnes humeantes, hace frío y viene
bien algo calentito, se pasa la sal, la mostaza, el aceite y mientras tanto
comentamos la cuestión de las elecciones y alguien dice que si gana por poco,
va a ser bueno para las presidenciales, porque, entonces, entre lo que pasó en
Santa Fe y poquitos puntos en Capital, el Mauricio aparece debilitado.
Teo, entonces, dice, elevando la voz como hacen los niños
cuando hay muchos adultos y quieren hacerse oir: Sabemos, dice, sabemos que
Mauricio es más de lo mismo, igual que Menem, quieren un Estado chico, quieren
que cada uno se las arregle como pueda. No quieren que el Estado proteja a las
personas.
Se hace un silencio, estamos comiendo el puchero, en el
televisor el Gato Sylvestre lee los porcentajes, mi hermana se sonríe, todos
sonreímos. El futuro es nuestro.
Publicada en Pausa #158, miércoles 22 de julio de 2015
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