Otro yo mismo, por Mari Hechim
Para Ezequiel Nieva, el mejor pintor
Una baja del
colectivo, camina media cuadra, hay un pasillo. Entra a una casa, prende la
luz, ve que en la habitación de las nenas la luz está prendida y viene de allí
un ruido. Se dirige hacia allí, entra y ve que una está ante una compu,
escribiendo en el teclado y la otra le habla a una muñeca: si no te portás
bien, le dice, te saco la cabeza y no te tapo para que tengás frío.
Ella va, acaricia distraída las cabezas de cada nena y se
dirige a la cocina. Reúne trastos y alimentos y empieza a preparar arroz con
albóndigas. Escucha que se abre la puerta de calle y entra él, que se le
acerca, le dice algo, le revuelve el pelo y sale y enseguida. Se escucha el
ruido del televisor.
Al rato están los cuatro comiendo. Ella mastica el arroz
mientras piensa que casi inmediatamente va a comenzar la cuestión nocturna:
hagan las tareas de la escuela, quién levanta la mesa, quién lava los platos,
báñense, apaguen la luz.
Otra baja del colectivo, llega a su casa, su hijo está en la
cocina preparando algo para comer. Su
esposo se murió hace un par de años atrás, y ella y su hijo lo recuerdan de a
ratos y dicen: te acordás que a papá le gustaba ver partidos de tenis, aunque
no entendía nada de tenis. El perro entra a la cocina moviendo la cola y ella
le deja alimento en un bols que está en el suelo, junto a la heladera. Ella pregunta algo, el hijo contesta que sí,
así que ella va y pone la mesa y los dos se sientan a comer mientras conversan
de las cosas que pasaron en el día y en las que van a pasar en el tiempo que
sigue, siempre que ninguno se muera mañana o se altere el curso de la
naturaleza de las cosas de alguna otra manera que impida que se lleven a cabo
los planes que tienen, que no son muchos ni muy elaborados.
Otra baja del colectivo, llega a su casa, prende la luz y
enseguida el televisor. Se saca la ropa, se pone un pijama y un par de zapatos
viejos que le quedan holgados y se chancletean un poco. Mientras se lava las manos en el baño se mira
al espejo y procura tener la mirada de su jefe, ver qué ve su jefe en su rostro
que parece irritarlo tanto y, como no consigue ninguna repulsión, se decide con
que su cutis está bien, sus cejas bien depiladas, el pelo de un buen color
castaño rojizo (de una buena marca) y brillante. Va a la cocina, elige un plato
del freezer, lo pone a calentar en el microondas y, mientras espera, ve que la
pintura de sus uñas se están saltando en el borde de la cutícula. Al rato está
comiendo, mirando un informativo donde un tipo bien trajeado modula un
castellano afectado.
En este cuento hay algunas historias y se ve que nadie es
feliz, en primer lugar, porque todos los personajes van a morir, puesto que,
cabe aclarar, ninguno es inmortal; y en segundo lugar, porque así es la vida:
bastante horrible.
Publicada en Pausa #157, miércoles 8 de julio de 2015
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