lunes, 8 de junio de 2015

El show de los 90


A raíz de una confesión que no pienso hacer pública, en una cena con amigos y otras gentes que me cayeron muy bien, derivamos en la típica conversación de un grupo de personas mayores de 30 (y el hijo de una de ellas que se aburría como ostra mientras tanto) que rememoran los ’90. No, no nos pusimos a hacer un análisis político del menemato, ni de los perjuicios a futuro del 1 a 1. Díganos irresponsables, sí. Está bien. Era sábado, había lisos y nos estábamos riendo mucho. Además de irresponsables, somos frívolos, ¿y?
Desde luego, una de las primeras cosas que recordamos fue la Brahma a $0,85 en la góndola del súper. Es la típica. Uno de los presentes, muy acertado, dijo que eso costaba un 20% de desocupación. De no haber sido porque ya me miraban feo después de mi confesión, le hubiese contestado que para eso existía la Diosa también, y que era más barata. Años antes de mi ingreso en la cerveza, en el kiosco de la galería que estaba enfrente al Teatro Municipal, me compraba una latita de Coca y una bolsita de palitos de la selva por un peso. Salíamos los sábados al boliche con cinco mangos y tirábamos toda a noche. Sí, obvio: cinco mangos era plata. Y más si tenemos en cuenta que “los sueldos eran de $300”, como dijo uno de los camaradas amigos. Pero no se trató la charla de cuestiones monetarias que, encima, pueden hacerle hacer comparaciones odiosas e injustas a algún desprevenido. En los ’90 vivíamos como el culo y punto. Y si uno no vivía como el culo, al lado tenía a diez que sí.
La cosa tenía más que ver con lo que consideramos un hito fundamental de la década del tiragomas. Algo que dividió en dos dicho decenio: el jarrón del Guillote. Sí, el Cóppolagate. Mauro Viale, uno de los peores relatores de fútbol de la historia, inauguraba una selva (ruido de animales salvajes), televisiva. Con el Diego a la cabeza, el juez Bernasconi (que terminó en cana por manipular pruebas y plantar la droga) y un séquito de “Guillotitas”, el estudio de Mauro por momentos parecía el de Titanes en el Ring, aunque con un alto porcentaje de luchadores suspendidos por doping positivo. Samanta Farjat (toda la noche se la aguanta), Yayo Cozza y Natalia Denegri (¿Quién se la puso al final?), comandaban el staff de notables inútiles que casi hacen desaparecer el dormir la siesta de la cotidianeidad argentina. (Investigando para esta columna descubrí que Denegri es una destacada y premiada personalidad filantrópica del periodismo latino en Miami. No, no es joda.)
Siguiendo con lo más bizarro de los ’90, A la cama con Moria, era el programa donde iban todos los políticos del menemismo a desnudar sus intimidades, un ratito después de decir en el programa de Neustadt cómo nos iban a mandar a la ruina absoluta en un par de años. Neustadt, lectores veinteañeros, era más malo que Walter White y Francis Underwood juntos. Silvia Pérez, Susana Romero, Divina Gloria, eran otras huérfanas de Olmedo, aunque mucho menos afortunada que la otrora jurado del concurso de baile de Tinelli. Tinelli, que me recuerda los torneos de pulseadas y de balero de La noche del domingo, del misógino erudito Gerardo Sofovich, interventor de la televisión pública durante la primera presidencia del riojano.
“Ya no hay programas humorísticos”, lanzó una de las parroquianas y eso nos transportó a Juana Molina, Antonio Gasalla y una selección de cómicos hoy muy difícil de reunir (algunos porque están muertos también): Tortonese, Urdapilleta, Juan Acosta, Daniel Aráoz, Verónica Llinás y Atilio Veronesi, Magazine for Fai, de Mex Urtizberea y una troupe de adolescentes talentosísimos.
Pero lo bueno dura poco, como todos sabemos. Y alguien volvió a remarcarme lo de mi confesión. Y de vuelta a la berreteada nos encontramos con el cierre de transmisión del Padre Ceschi y lo que yo nunca creí que me iba a suceder. A uno de los presentes se le ocurrió contar que Ceschi es chaqueño, que nunca vivió en Santa Fe y que las reflexiones del día eran enlatadas y difundidas por canales de todo el país. Y para peor, eran unas pocas que se repetían periódicamente. El 1 a 1, el cohete a Japón y el Padre Ceschi, las tres grandes farsas del menemismo. Yo creía que me hablaba a mí, que me deseaba un buen descanso a mí, acá nomás, en Canal 13, traidor farsante.
Encima no iba a repetir lo de la Brahma como para salir de tanta desilusión con una sonrisa porque capaz alguien saltaba conque toda la televisión que acabábamos de recordar se pagaba con la indigencia y el hambre de más del 45% de los argentinos y nos íbamos terminar cagando la salida.
Y a los que me siguen preguntando por qué en el Pausa anterior no salió la Hora Libre, les respondo que fue porque vi algo que no me gustó. ¿Qué cosa vi? Prefiero guardármelo, pero fue lo suficientemente grave como para decidir bajarme de la publicación.

Publicada en Pausa #155, miércoles 3 de junio de 2015
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1 comentario:

Anónimo dijo...

El padre Ceschi nació en San Martín Norte, provincia de Santa Fe, saludos.