miércoles, 20 de mayo de 2015

Siete años bajo el fresno


Galisteo 3140 es la dirección de un lugar hermoso. Una casa que cobijó sueños de extraños y ajenos. Un lugar violentado por la desidia estatal que permitió el ingreso del Salado en el 2003. La casa se puedo recuperar en el tiempo y ese tiempo nos permitió apropiarnos del espacio. Muchas vidas transitaron esos caminos que cuentan de una Santa Fe que no termina en Avenida Freyre.
La casa es grande, tiene un patio inmenso y en el medio hay un fresno.  Cuando la casa es grande y uno queda solo pinta lo colectivo. No recuerdo en detalle, ni mucho menos, las instancias de negociación, pero un día el Negro vino a vivir a Galisteo.  El tipo tenía un sueño o una obsesión, aun con el paso del tiempo no logro distinguir uno de la otra. El tipo quería sacar a la calle un semanario en papel, nada de web, nada de revistas. Pausa, sale los miércoles y es el semanario de Santa Fe; supo decir Carlitos alguna vez en un jingle.  Yo no sé muy bien por qué, pero me involucré en su delirio onírico. Como suele decirme el Secretario de Redacción, “Vos escribís con los codos”, y tiene razón. Por eso me dediqué a la imagen y a la radio. Entonces ¿qué hizo que yo me sumará a un proyecto periodístico en donde lo principal es la escritura?
Por momentos pienso que, al haber tenido como único trabajo estable el de canillita, conocía del tema. A veces pienso que era una hermosa herramienta de seducción. No hay nada más erótico que mostrar las versiones de prueba de un semanario en hoja A4 en una mesa de Japo bar. En mi adolescencia ya me había pasado: me había enamorado de la chica del coro que cantaba en misa. El compromiso con la seducción fue tan fuerte que la chica dejó el coro y yo casi termino en el Seminario. También podría decir que el entusiasmo que mostraba el Negro y la pasión con la que garabateaba en papeles usados como sería el Pausa incidieron en mí. Sumado a la inevitable conducta de ponerle el cuerpo a los imposibles. Dado el caso, podríamos conciliar en que la sumatoria de estos tres factores –experiencia como canillita,  un semanario como herramienta para robar un par de besos y la seguridad con la que hablaba el Negro– llevaron a que yo termine escribiendo y repartiendo el semanario en bicicleta desde Barrio Roma hasta los confines de Guadalupe.
Una mañana el tipo estaba bajo el fresno con Fernando, que trataba de convencer al Negro de que el proyecto era bueno pero a la vez imposible. Yo preparaba el mate y escuchaba. Fernando no logró su fin y terminó rematando la reunión diciéndole que era el Palermo del periodismo. Todos coincidimos en que lo decía por lo optimista. Y en el fondo esperábamos que el Negro sea el Palermo que nos dió la clasificación al Mundial y no el Palermo que marra los penales en la Copa América.
El equipo era diverso, muchos no llegábamos a los 30. Estaban Pili, el Chuca, el Malevo, Marcela, Ana, la Viqui, el Cardenal, Marina, el Tonga, el Guille desde el anonimato, Gerardo viajando por el mundo y un montón de colaboradores que no logro retener. Un día apareció Juan. En la jerga futbolera sería un número 5. A veces más cerca de Gago que de Mascherano. Faltaba alguien que le tire un buen centro a Palermo.
En ese momento el garage de Galisteo se convirtió en una oficina de redacción. Las noches de cierre inevitablemente eran acompañadas por un puchero, un puré rustico con costeletas de cerdo y, cerca de fin de mes, los fideos con salsa. Una noche el Negro mostró sus dotes de ecónomo: salió con el objetivo de comprar queso rallado y regresó con dos paquetes de Philip Morris.
Llegó una madrugada en que nos agarro la 125 y el no positivo de Cobos. Juan y el Negro escribían, el Malevo hacía una siesta y yo me dí cuenta de que formaba parte de algo que se llamaba Pausa.
No nos dimos cuenta y pasaron siete años. Lo festejamos de la mejor manera: bajando tres pilas de los últimos números del Pausa. El destino: una mesa que se convertiría en radio abierta, mientras quienes pasaban podían retirarlos de forma gratuita.

Publicada en Pausa #154, miércoles 20 de mayo de 2015
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