Oportunistas en el manejo de los tiempos, Macri y Reutemann
sellaron un acuerdo electoral y proponen volver al neoliberalismo. En la
provincia persiste una vieja incógnita: ¿por qué ningún partido se le anima al
Lole?
Por Juan Pascual
En días de movilizaciones por la impunidad y la justicia, la
reaparición de Carlos Reutemann (con explosivo primer plano en el 18F y
programada foto en redes sociales junto a Mauricio Macri, después) puede hacer
recordar a republicanos y no tanto una indestructible verdad de facto: el Poder
Judicial es del Estado; jamás es ni puede ser independiente.
No sólo se puede observar la eficacia de esa sencilla
afirmación en las ahora tan mentadas relaciones entre jueces, fiscales y
servicios de inteligencia, sino también en las obvias e inevitables
preferencias partidarias e ideológicas de los magistrados, exhibidas tanto en
los fallos como en las dilaciones de las sentencias. Recuérdense, por enumerar
algunos pantanos de expedientes tribunalicios, las denuncias del fallecido
fiscal Nisman a Mauricio Macri y al “Fino” Palacios por las escuchas
telefónicas a familiares de víctimas del atentando a la AMIA , o las innumerables
zancadillas para demorar la aplicación de la Ley de Medios, o el letal autoritarismo de los
jueces que impiden abortos no punibles. Si quiere, súmense en la lista a Boudou
y Vanderbroele, la venta de armas a Croacia y Ecuador, los asesinatos del 19 y
20 de diciembre de 2001 y el sobreseimiento de Fernando de la Rúa.
Sacando a María Julia Alsogaray y Ricardo Jaime, agregue en
la lista estrictamente lo que prefiera, pero no deje de entender que la
interrelación entre el poder político partidario y la Justicia se revela a lo
largo de nuestra historia en todo tipo de hito posible, también los que nos
llenan de orgullo, como el Juicio a las Juntas o la más reciente reanudación de
los juicios por la represión, una vez levantadas las leyes de impunidad. Sin el
acuerdo de los partidos estas instancias judiciales jamás hubieran alcanzado el
mero rango de la posibilidad. A la inversa, cuando el poder partidario elije
crear un marco de inmunidad, no hay ley, fiscal, juez o denunciante que pueda
generar resultado alguno. Y allí está una de las más sólidas causas por las que
todavía hoy seguimos estando pendientes de las acciones del senador Reutemann.
Ser neoliberal es lícito. Es correcto, si se es neoliberal,
privatizar el servicio público de aguas y el banco de la provincia, descontarle
el 13% del sueldo a todos los empleados públicos en medio de la peor malaria de
la historia reciente –bajo el lema “si el mayor gasto es en sueldos, achiquemos
los sueldos”– o reducir la inversión pública en salud y educación casi a nivel
nulo. Esa es una discusión política que se puede entablar con el senador
Reutemann respecto de sus gestiones en el Ejecutivo provincial. Se puede decir:
las privatizaciones fueron completamente ruinosas, los hospitales y las
escuelas quedaron knock-out y policías, maestros y empleados públicos fueron
hundidos en la pobreza. En ese punto, no hay problema en términos de justicia,
ni de legalidad o legitimidad. Es simplemente un señor neoliberal al que hay
que vencer en las urnas.
Ahora bien, otra cosa sucede cuando nuestro buen señor
neoliberal nombra como magistrado en la Corte Suprema de
Justicia a su primo, Rafael Gutiérrez, todavía orondo en su poltrona. O cuando
designa en el área de seguridad, durante su primer mandato, a un teniente
coronel (Rodolfo Riegé) acusado de 40 desapariciones durante la dictadura, para
luego refrendar la línea en el segundo mandato poniendo en la misma Secretaría
a un agente civil de la SIDE
incorporado a la tarea en 1976 (Enrique Álvarez), todo esto sin tener en cuenta
al ministro multifunciones Juan Carlos Mercier, de amplio currículum como
funcionario de dictaduras.
Otra cosa sucede cuando en tu provincia se desata una
represión a todas luces organizada, con un saldo de nueve víctimas, como la del
19 y 20 de diciembre de 2001. Otra cosa sucede cuando en tu ciudad entra el río
para llevarse 158 vidas y lo máximo que podés decir es “a mí nadie me avisó”.
Como si fuera un niño y no un gobernador, como si ese supuesto no saber lo disculpara de su responsabilidad, en lugar de agravarla todavía más.
Como si sólo hubiera sido un buen señor neoliberal, Reutemann
muy pocas, poquísimas veces es interpelado en los medios de comunicación
–nacionales y, ¡oh, vergüenza!, locales– respecto de su afinidad con los
represores y su eficacia en la producción de cadáveres. Y buena parte de ello
se debe a que todo –todo– el arco político partidario de nuestra provincia le
proveyó un marco de inmunidad.
En lo que queda del PJ provincial, en lo poco, frágil y
deshilachado que queda del otrora invencible partido, el rastrerismo con el que
vivió bajo la sombra gigante del senador tornó en práctica vital indigna y
sentido común de esclavo. Siete años perdieron –¡siete!– en el vaivén respecto
a qué hacer con la herencia política del responsable máximo, tal como la pericia oficial lo indica, del desastre del Salado. El primer puntazo lo dio el
Lole hace cuatro años, cuando le vació el electorado a Agustín Rossi con tan
sólo menear para el lado de Miguel Torres del Sel. El estiletazo final lo dio
ahora, saltando al PRO. Nunca el PJ se miró de frente al espejo de lo sucedido;
cobra por ello en cada elección.
Y en el oficialismo, el ejercicio de la memoria sin el
impulso de la justicia efectiva a veces suena más a estrategia de marketing
político que a otra cosa. Bajo el amparo del lema de “no entrometerse con la Justicia ” y de dejar que
la “Justicia independiente” siga con su curso, el Frente Progresista se desligó completamente de su responsabilidad de volverse un estandarte –tal como alguna
vez lo insinuaron en la plaza del 29 de abril– para que la sentencia en la Causa Inundación
2003 tenga lugar. Todas las públicas y vociferantes demandas de corruptela
dirigidas al kirchnerismo trocan en recato a la hora de poner el dedo en el
hediondo y pacato poder judicial de la provincia, que ya desde 2007 se
constituyó como un foco de oposición y resistencia al mandato del Frente Progresista.
Muy distinta sería la situación de Reutemann si la Causa Inundación
hubiera recibido por parte del Estado provincial el mismo impulso que los
juicios contra los represores recibieron por parte del Estado nacional.
Una muestra salvaje: en 2004, cuando el actual senador
provincial Hugo Marcucci y el gobernador Antonio Bonfatti eran diputados en la Legislatura , junto a
Marcelo Brignoni y Federico Pezz impulsaron un pedido de informes por el desembozado desvío de fondos nacionales (2 millones de pesos) enviados para la
reconstrucción de las localidades afectadas por la trágica crecida del Salado.
De ese pedido de informes se desprendió que más de un centenar de localidades
del centro y sur de la bota –donde la inundación no tuvo impacto– recibieron
durante 2003 montos, asignados a puro dedo y prebenda, de entre $3.000 y $75.000. Todas eran localidades fuera del área denominada “zona de desastre”.
¿Qué fue de esa obscena malversación de fondos? ¿Hasta dónde se llevó esa
información? ¿Hay una causa por ese listado infame de clientelismo fundado en
la destrucción de las abandonadas vidas de los inundados?
La sola puesta en público de la memoria es importante. Es
deber de todos los actores con una voz en el estrado: sea el micrófono, la
pluma, el atril del diputado o el despacho del funcionario. Pero de estos
últimos se espera algo más: la comprensión de que todo proceso de justicia es
también un proceso de construcción política, que empieza con el nombramiento de
los jueces, sigue con la asignación de presupuestos, continúa con el debate y
la puesta en práctica de códigos legales, se sustenta en la acción de las
fuerzas represivas y se legitima en la creación de consensos compartidos
–políticos, en democracia, partidarios– sobre quiénes pueden pasar por la
justicia y quiénes no. Todos los partidos de la provincia dejaron que Reutemann
quede en este último grupo.
Si los hombres públicos de los partidos no asumen la
profunda interdependencia de los poderes, que dejen los partidos y se dediquen
al periodismo. Así se puede ser mejor espectador de cómo, nuevamente, el tanque
suizo-alemán reorganiza el espacio político, poniendo en un brete, con un solo
movimiento, tanto a Miguel Lifschitz como a Daniel Scioli, y despejando de un
plumazo a Sergio Massa.
En menos de una semana, Reutemann polarizó el escenario
nacional y el provincial. Lo logró porque sus pares políticos, propios y
ajenos, le dejaron 12 años de changüí para hacerlo.
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