El fútbol en los barrios más abandonados como una forma de
zafar de la violencia diaria.
Por Gastón Chansard
La noche del 19 de junio le hace honor a la proximidad del
invierno. Avenida Mosconi al 2200. El Hospital de Niños es un grandote de
cemento que vigila la cancha que tiene enfrente. Un extenso tapial no permite
ver quienes juegan del otro lado. Pero hay un portón abierto, de par en par,
como el corazón de Ana Leiva y Adolfo Martínez. En tiempos de inseguridad al
palo, acá no hay guardias, ni alarmas, ni perros que avisen que ingresa un
intruso. Juan Gorosito, uno de los chicos que está al frente del Club Arroyito
Seco (Alto Verde), me recibe. Me lleva hacia el fondo, en paralelo a calle
Mendoza hacia el oeste. Se abre una puerta, hay gente trabajando, ollas
grandes, cebollas, zanahorias, carne,
una cuchilla que pasa de una mano a otra, cajones de cerveza, un freezer,
paredes de ladrillo, techos de chapa, una larga mesa, sillas, una pelota en el
piso, dos mates, conos rotos tirados arriba de una caja y un gran preparativo
para el locro del día de la bandera. Estaba en el corazón mismo de La Casita , con Ana y Adolfo
como anfitriones, los responsables máximos de contener –desde hace 16 años–
cerca de 300 chicos de la zona, en su gran mayoría de Santa Rosa de Lima.
El objetivo
“La
Liga Infantil de los Barrios tiene el objetivo de sacar a los
pibes de la calle a través del deporte, entendiendo al fútbol como un espacio
que debe servir para compartir, para hacer amistades y unir a la familia”, con
esas palabras intentan definir el propósito de su tarea diaria con los chicos.
Mate en mano, el presidente de La Casita quiere que la
sociedad se entere de que la idea también pasa por sacar a los chicos del
barrio para que conozcan su ciudad, otros barrios, “por ejemplo acá, en Santa
Rosa de Lima, hay pibes que ni el centro conocen; por miedo a salir o porque
son parte de una bandita y no se atreven a pasar por otro barrio, pero cuando
vienen al club se integran y después entre todos podemos ir a otras canchas, a
otros barrios”.
Ayuda cero
La necesidad económica es el principal inconveniente de
todos los integrantes de esta Liga, y sin dudarlo, tres (La Casita , Barcelona Juniors y
Arroyito Seco) de los representantes que dialogaron con Pausa coincidieron en
la protesta: “Ni el gobierno municipal, ni el provincial nos dan una mano, y
nosotros hacemos de todo para contenerlos a los pibes. No nos ayudan ni para
cortarnos los yuyos, ni con una camionada de tierra, ni un baño químico, nada”.
En el caso de La Casita ,
Adolfo subraya: “Muchos políticos se acercaron a querer darnos un juego de
camisetas para que les hagamos propaganda, pero nosotros no hacemos política
partidaria, no estamos con nadie, queremos que nos ayuden porque estamos
haciendo lo que ellos no hacen, que es rescatar a los pibes de tanta mierda”.
Ana mira y sus ojos hablan, y dicen: “Nosotros hacemos un trabajo social sin
fines de lucro, y no nos comprometemos con ningún político y es por eso que
ellos tampoco quieren colaborar. Siempre trabajamos solos y vamos a seguir
luchando, pero el problema es que cada vez tenemos más chicos y los gobiernos,
al no comprometerse, nos hacen las cosas más cuesta arriba”. Hace un profundo
silencio, se escucha una pelota que cae arriba de los techos de chapa y vuelve
a disparar: “Esto es gran parte de nuestra vida, acá después de nuestro trabajo
venimos y dejamos todo. Acá se compra todo, se le da todo a los chicos, desde
las medias, pantalones, camisetas, zapatillas, botines, comida los días del
partido, todo. Y sin ayuda de ningún gobierno”.
Diez clubes y ocho categorías congregan a habitantes de los barrios más abandonados.
Además de las trabas económicas, también destaca que “la
policía suele parar a los chicos porque andan de gorritas o por ser morochitos,
pero cuando ven que vienen a jugar a la pelota acá no los molestan tanto”. Esta
situación también la viven en otros barrios, donde los chicos más humildes
caminan unas cuadras para ir a practicar dos o tres veces a la semana. Una vez
más, el estigma de la pobreza sobrevuela las barriadas más desprotegidas, y es
en ese punto donde Ana dice: “Orgullosamente somos de Santa Rosa de Lima, acá
crecimos, acá vivimos siempre con mi marido y criamos tres hijos que nunca
tuvieron problemas con nadie, estudiaron y ahora trabajan”. Y agrega: “La
prensa habla de Santa Rosa cuando pasa algo malo, pero lo bueno nunca se ve”.
“Te lo llevan”
“Otros clubes de la Liga Santafesina ,
al ver que nosotros estamos mucho tiempo con los chicos y ellos van creciendo
como personas y futbolistas, después vienen y te sacan a los pibes sin darte ni
una pelota a cambio”, dispara Ana. Aunque también, con mucha alegría cuenta que
hay un chico, Ignacio Insaurralde, que salió de La Casita y hoy está en
Rosario Central. Y otro caso parecido se da con la escuelita Pinina Yedro
(Yapeyú), que tiene un chico jugando en la primera división de Defensa y
Justicia, Leandro Fernández. “El chico nunca se olvida de donde sale, en algún
momento pasa y te saluda, o llega fin de año y se acercan a darte un
abrazo”.
La preocupación por el futuro de los pibes cuando el club ya
no los puede contener más, por una cuestión de edad y categoría deportiva que
participa en los torneos, está muy presente entre todos los que trabajan por
ellos, y por eso están evaluando la posibilidad de crear alguna división mayor
para que puedan seguir ligados al deporte. “La categoría 1997 el año que viene
ya no va a estar más en el club, y los tenemos que largar. Los chicos salen,
dejan el fútbol, la escuela y después aparece lo peor, el alcohol, la droga, el
juntarse con banditas que roban y hasta se terminan matando entre ellos. Lo más
lamentable es que se mataron pibes que jugaron juntos desde los 4 o 5 años
hasta los 17, que eran íntimos amigos, pero la misma droga de mierda los llevó
a desconocerse”, cuenta Adolfo.
Antes de apagar el grabador (donde quedaron otras historias
por contar), todavía está caliente una ironía de Ana: “La Liga Infantil de los
Barrios no existe, porque somos pobres”.
Publicada en Pausa #136, miércoles 25 de junio de 2014
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