Por Martín Ferratto
Los excluidos de la sociedad emergen de los suburbios en
busca de las migajas de los indiferentes. La cabeza constantemente adormecida
por el humo de tucas berretas y alcoholes baratos. La necesidad acechando todo
el tiempo. El ruido en la panza, el hambre que ruge, las miradas que juzgan,
los rostros desde autos que miran con desprecio como si uno hubiera hecho algo
malo. Como si existiera la posibilidad de hacer algo bueno. Como si no
deseáramos ser el hijo cómodo y lleno de amor, en ese auto calefaccionado por
un cariño anhelado que ya casi se olvida en los recuerdos de infancia.
Y de nuevo el hambre. Otra vez hay que comer para bajar lo
mal que pegan estas drogas baratas, resto del pedido hipócrita de algunos
caretas que nos usan de dealers cuando están solos y nos esquivan con sus autos
cuando pasan con su familia. Y las monedas que se juntan para cambiarlas y
hacer una diferencia. Y la tristeza que muerde, en el medio del pecho, como a
todo ser humano cuando no ve la salida. Cuando no se encuentra escapatoria.
Cuando se siente prisionero en una sociedad que sólo le da la posibilidad de
pedir o robar. ¿Dónde quedan las ilusiones? ¿Dónde quedan los proyectos de
vida? ¿Dónde quedan las ganas que alguna vez me sacaron una sonrisa sobria?
Si supieran que vengo de noche por vergüenza a que me vea
algún amigo de mis viejos.
Y el Estado que nos miente, nos promete, nos engaña. Y sólo
nos cuida cuando quiere votos o nos quiere esconder de la mirada de gente como
uno, disfrazada de turistas.
Tengo miedo. Hace frío. Ojalá llegue ese llamado. Ese
rescate. Esa oportunidad.
Ahí vienen un par de camiones. Ojala me dejen un 50 y me voy
a la mierda. Ya son casi las 12.
“Ayudame hermano”,
fueron las palabras de Marcelo Giménez al caer del camión que, tras llevarlo
tres cuadras colgado del vidrio, frenó y le pasó por encima.
“Ayudame hermano”, es el grito desesperado de muchos jóvenes
que esperan una oportunidad.
Publicada en Pausa #120, miércoles 28 de agosto de 2013
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