Los reconocimientos
Con la muerte de su esposo, la presidenta se expuso a un intenso ritual de encuentro popular del que nació una nueva forma del kirchnerismo
La candidatura y la revelación pública de la masividad del kirchnerismo se resolvieron el 27 de octubre. El inusitado diálogo directo de Cristina Fernández, la viuda, la presidenta, la candidata, con quienes desfilaron para homenajear al ex presidente Néstor Kirchner –y con quienes mediatizados siguieron la procesión– selló un pacto de intensidad emocional y liderazgo político. Sobrepasa al “efecto luto”, tampoco es la inexplicable oscuridad de la “mística”.
Cristina estaba allí más para confortar a quienes mostraban su pena que para purgar la propia. Hizo de tal posición un hecho práctico político: con la procesión se exhibió, en toda su variedad, cada uno de los anclajes y transformaciones socioculturales recientes.
Fueron muy diversas las dignidades presentes en las exequias. En plural: dignidades. Acaso la palabra más repetida, junto a los agradecimientos y alientos. En el velorio popular como escena, se reconocieron, adjudicaron y ocuparon los roles de la comunidad política delineada por las decisiones y conflictos afrontados por los K. Eso es una dignidad, después de todo: un rol social, un estatuto casi jurídico. Puede perderse, puede recuperarse; siempre se requiere de una instancia de reconocimiento para que una forma de vida sea una dignidad, sancionada y construida. Y sólo una vez existiendo ese reconocimiento se abre la posibilidad de exigir, reclamar, obligar.
Así fue como con el agradecimiento devuelto por la presidente el kirchnerismo cristalizó –de forma provisoria, como todo hecho vital– su masa multicolor. Y así fue como la pesadumbre trocó en construcción de la historia cuando se situó, hablando con los pies, la jerarquía del dignatario.
Publicado en Pausa #69, disponible en los kioscos de SF
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