lunes, 3 de agosto de 2015

Un lugar es (también) una práctica y un hábito


Por Estanislao Giménez Corte

Un lugar no es sólo una extensión física y/o una organización de materiales. Tampoco es únicamente una pertenencia o un derecho legal; es también, creo, y quizás mucho más que lo antedicho, una práctica, un hábito, una costumbre. Sin pretender cuestionar la norma lógica del derecho, un lugar es también lo que las personas hacen con él. Muchísimos santafesinos y de otros sitios cercanos hemos disfrutado, en pleno centro, de un paisaje rarísimo y mágico (unas ruinas, un cielo nocturno, unas luces como de película, un ámbito como de ensoñación), para hermosas manifestaciones artísticas –música, teatro, video, etc- en los últimos años. Sucede que muchas veces todos los interesados y amantes de un lugar (los que hicieron ese lugar con sus prácticas) no cuentan al momento de decidir qué hacer con él (no cuentan legalmente, quiero decir). Hasta aquí, una parte de la discusión ¿qué cosa se considera para la toma de decisiones? ¿Esas prácticas, pueden ser consideradas un derecho adquirido?

La recuperación de los espacios públicos con fines culturales, por parte de la Municipalidad y la Provincia, en los últimos años, es un buen ejemplo de una política con un objetivo establecido, que todos agradecemos, usamos y disfrutamos. La Iglesia ¿puede tomar esos casos como ejemplo a seguir? Deberíamos considerar hondamente, para pensar este tema, qué sucedió en las muchas décadas del “mientras tanto”. Mientras tanto, léase, mientras nadie hizo nada, los artistas vieron en esa mole a medio elaborar un lugar extraordinario para el desarrollo de propuestas artísticas. Lo que podría haber sido un baldío o la nada misma se transformó, entonces, en un teatro a cielo abierto, único en su tipo o muy raro. Sus posibilidades son infinitas y muy bellas. Ya muchos colegas hablaron largamente de las altas condiciones acústicas, de posibilidades escenográficas, de perspectivas visuales y demás. Para mí lo más impresionante es esa estética de ruina a medio conservar que le otorga una belleza visual notable (pensemos en cualquier lugar parecido; exageradamente podemos recordar las ruinas conservadas de muchos sitios de Europa).

La decisión de la Iglesia y el rol del Estado provincial son aspectos bien polémicos de la cuestión, que han sido tratados por muchos colegas con más y mejor información de la que yo dispongo. Quisiera, solamente, insistir con esta idea: un lugar abierto al público y a las expresiones artísticas es también de aquellos que lo hacen, no únicamente de remotos o recónditos propietarios, cuya acción sobre el lugar en decenas de años fue nula. Los usos sociales de las cosas no tienen que ver con la apropiación indebida de las cosas, sino que establecen por propio peso un reconocimiento a los que hicieron, construyeron, desarrollaron, mostraron y montaron sobre la nada y ahora no quieren (no queremos) perder eso.

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