Médula, por Fernando Callero
Confusión, robo nocturno en un supermercado. Recorrido por
las góndolas, guerra de bolsones de pañales. Golosinas escupidas a medio comer.
Un botín enorme de quesos caros, Coca Cola y algunas tecnologías, pero como
dije, nada claro, confusión, goce y estado de euforia que continúa en un
departamento lujoso donde estamos de polizones. Después del zafarrancho viene
el arrepentimiento, la culpa, todo se va a descubrir y no tenemos coartada. El
departamento está lleno de mugre, en cualquier momento viene el dueño. Se
corta.
Van a hacer dos meses dentro de una semana, sé que he
evolucionado mucho pero mi cabeza no para, quiere vivir, agitarse, moverse. Los
estudios se demoran. La urodinamia que me practicaron antes de ayer no dio
buenos resultados. Cuando tuve ganas de hacer pis, resulta que no salió. La
vejiga me explotaba, tenía toda la sensación, pero la micción no se abría
camino. Total: vuelta a ponerme la sonda con su pestilente bolsita que tengo
que cargar todo el día con todo tipo de cuidados por el riesgo de arrancarme el
miembro de cuajo, porque el extremo que llega a la vejiga está inflado con
suero fisiológico, una pelota que impide que se salga. Ese artefacto no me deja
empezar los ejercicios en la piscina. Pero pronto voy a estar en el agua con
los compañeros. Sopa de fideos. Falta poco.
Publicada en Pausa #159, miércoles 12 de agosto de 2015
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