Terminó el partido para Eduardo Galeano, un jugador que nos
enseñó por qué nos gusta el fútbol.
Por Gastón Chansard
Este espacio periodístico nace de la muerte, y de ella parto
con un concepto con el que cualquier bien nacido coincidirá: la muerte es
inaceptable, aunque existan cientos de palabras dichas por especialistas en
“todología” que se esfuerzan por hacernos repetir que la muy mal parida es
parte de la vida. Y ahora ella, fría como un experto goleador en el área,
gambeteó la resistencia de Eduardo Galeano y lo dejó afuera del torneo
terrenal.
“Lo terrenal” fue el mejor campo de juego para que sus
palabras nos enseñen a mirar las venas de un continente, la vida desde un
abrazo y cada persona como un fueguito memorioso. Observador de lo no observado
y voz de los silenciados, con esas cualidades Galeano les hizo partido a los
poderosos, y se convirtió en un activo “abreconciencias” que encendió millones
de fuegos.
Como dijo Osvaldo Bayer, se fue “el mejor de todos”, el que
no necesitó de palabras difíciles para poder dejar su sello. El combativo y
romántico, el compañero de su amada Helena y el mejor amigo de sus amigos, el
más denostado por la rancia derecha latinoamericana, el tipo simple del café
“El Brasilero” (Montevideo), el hombre que provocó que Diego Armando Maradona
declare ante la noticia de su muerte: “Gracias por enseñarme a leer el fútbol,
en el equipo hacen falta muchos como vos, te voy a extrañar”.
Diego devuelve una pared que hace muchos años el charrúa le
supo tirar al de Fiorito: “Se convirtió en una especie de Dios sucio, el más
humano de los dioses, eso explica la veneración universal que él conquistó más
que ningún otro jugador. Un Dios sucio, que se nos parece: mujeriego,
parlanchín, borrachín, tragón, irresponsable, mentiroso, fanfarrón, pero los
dioses por muy humanos que sean no se jubilan”. Desde ese lugar fue capaz de
mirar y poner en palabras al fútbol y a su máximo ejecutante, con todos los
soles y todas las sombras. Como escribió Ariel Scher hace unos días, y por eso
es perfectamente copiado: “Todos sabíamos que nos gustaba el fútbol. Un día
vino Eduardo Galeano y nos explicó por qué”.
El juego y las palabras
Su majestad, el fútbol (1968) y El fútbol a sol y sombra
(1995) fueron las dos obras dedicadas a su gran pasión. El segundo libro fue la
síntesis de un deporte que provoca algo maravilloso, “una locura que hace que
el hombre sea niño por un rato”. Elevó la bandera del juego en su sentido más
lúdico y menos ingenuo, porque desde la rabiosa injusticia impregnó páginas y
páginas de denuncias a los todopoderosos que se adueñaron de una enorme pelota
de dinero. Nos habló de solitarias y borrachas historias de pobres exitosos.
Militante en todos los terrenos sociales, y titular indiscutido en la
militancia por la causa del “buen fútbol”, este hincha de Nacional inmortalizó
la frase “soy un mendigo del buen fútbol, que recorro los estadios y pido una
linda jugadita, por amor de Dios”.
Ya en las últimas líneas de El fútbol a sol y sombra, el
periodista que fundara la emblemática revista Crisis en nuestro país y el
semanario Brecha en su país, denunció con absoluta simplicidad la capacidad
para no darle lugar en la historia al deporte más popular del planeta: “Un
vacío asombroso: la historia oficial ignora al fútbol. Los textos de historia
contemporánea no lo mencionan, ni de paso, en países donde el fútbol ha sido y
sigue siendo un signo primordial de identidad colectiva”.
Indignado por naturaleza racional (así se sumergió en la
olvidada historia de nuestro continente), el uruguayo se lanzó al fútbol, y
desafiado por la memoria y realidad de este deporte, decidió homenajearlo como
una “celebración de sus luces y denuncia de sus sombras”.
Fútbol con alma
En la interminable militancia por los derechos igualitarios
de la humanidad, este montevideano que se fue a los 74 años tuvo la capacidad
en sus escritos de tornear la palabra para hacerla poesía, denuncia o una
simple información (o todo junto), y así llegar hasta la platea más alejada del
fútbol con escritos como estos: “Rueda la pelota, el mundo rueda. Se sospecha
que el sol es una pelota encendida, que durante el día trabaja y en la noche
brinca allá en el cielo, mientras trabaja la luna, aunque la ciencia tiene sus
dudas al respecto. En cambio, está probado, y con toda certeza, que el mundo
gira en torno a la pelota que gira: la final del Mundial 94 fue contemplada por
más de dos mil millones de personas, el público más numeroso de cuantos se han
reunido a lo largo de la historia de este planeta. La pasión más compartida:
muchos adoradores de la pelota juegan con ella en las canchas y en los
potreros, y muchísimos más integran la teleplatea que asiste, comiéndose las
uñas, al espectáculo brindado por veintidós señores en calzoncillos que
persiguen la pelota y pateándola le demuestran su amor”.
Galeano dijo (dice) que el fútbol puede ser una locura, un
negocio, “una fábrica de trucos fabricada por sus dueños”, pero también sostuvo
(sostiene) que también puede ser “una fiesta de los ojos que lo miran y alegría
del cuerpo que lo juega”. Y hay más: “Un periodista preguntó a la teóloga
alemana Dorothee Sölle:
—¿Cómo explicaría usted a un niño lo que es la felicidad?
—No se lo explicaría –respondió–. Le tiraría una pelota para
que jugara”.
Más libre que nunca
Se fue el escritor reconocido, el popular, pero también el
discutido y hasta ignorado por la academia y la crítica. Sobre eso, otro
popular, Joan Manuel Serrat, sostuvo: “Lo mismo le ocurrió a Benedetti. Creo
que el mayor problema ha sido vender libros. Como vendían libros, eso le jodía
a más de uno. Son escritores profundamente populares. Pero hay una razón para
ser populares que no es la simplicidad, sino el ser capaces de tener facilidad
comunicativa, como no tienen otros escritores, que también son imprescindibles.
No soy dogmático en ese sentido, pero lo que consigue Galeano en todos sus
libros es contar cosas que la gente entiende, y lo hace con un lenguaje
brillante y muy ocurrente. Que tenga detractores, pues sí, no hay dudas, pero
una de las razones es que vendía muchos libros”.
Se fue el hombre libre, el amigo del bar, de la vida, de
políticas, de religiones y de fútbol. Así lo definió el catalán: “Se podía ser
amigo de él sin necesariamente compartir en detalle cada cosa, pero era muy
difícil ser amigo suyo si no comprendías el fútbol y si no compartías el
interés por América Latina. Ya no tanto el pensamiento, porque una de las cosas
que también tenía Eduardo como muy clara en su funcionamiento era la libertad
de conciencia. A pesar de que apoyara con claridad una idea, podía disentir con
los modos de aplicarla y lo expresaba fuerte y sin recato. Lo que nunca se
sintió Eduardo fue en el deber de la obediencia, no practicó esta obediencia
debida que lamentablemente es tan frecuente ver”.
Para el que escribe estas palabras, se fue aquel que abrió
las puertas de una cancha (el mundo) mucha más ancha y amplia de lo que jamás
podría haber imaginado. Gracias Eduardo Germán María Hughes Galeano, por los
libros, y por aquellos 20 minutos en el café El Brasilero.
Publicada en Pausa #152, miércoles 22 de abril de 2015.
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