Agustín de Azcuénaga dejó la guitarra por un tiempo y
escribió El Vestigio, una novela de aventuras en escenarios de la ciudad.
Por Ezequiel Nieva
Cinco nazis prófugos que se refugian en la Argentina , un objeto
preciado, milenario y misterioso, un montón de curas –unos falsos y otros
verdaderos–, dos grupos de adolescentes y dos épocas bien diferenciadas –la
posguerra y los 90– son los elementos con los que Agustín de Azcuénaga compuso
El Vestigio, su primera novela, escrita en 2008 y publicada por su propia
cuenta en febrero de 2014.
“Mi idea fue hacer una novela de ficción pero verosímil”, explicó el autor. Foto: Bárbara Favant
Con lugares históricos de Santa Fe como escenario –el convento de San Francisco, el Colegio Inmaculada y el Seminario de Guadalupe, entre otros–, el autor construye un relato vertiginoso, que va y viene en el tiempo, en el que enlaza las aventuras juveniles de sus involuntarios protagonistas y la suerte de un objeto mágico –el centro de la novela– que recién avanzada la historia se da a conocer.
De Azcuénaga tiene 34 años pero escribió la novela cuando
tenía 28. La envió a editoriales de Buenos Aires, sin lograr respuesta. La dejó
guardada y retomó su carrera musical, hasta que el año pasado resolvió editarla
por su cuenta alentado por otros escritores que la habían leído.
El pasaje de la música a la literatura –Agustín toca la
guitarra desde los 9 años y tiene bandas desde los 13– no fue algo brusco,
según comentó a Pausa. “Estaban las dos cosas mezcladas; yo escribía mientras
tocaba y lo que escribía lo tiraba: cuentos, artículos... Después tuve un par
de blogs donde publicaba algunas cosas”.
—¿Y qué te llevó a imaginar, en algún momento, que tenías
una novela?
—A los 18 años decidí que tenía que escribir una novela. Pero
la escribí diez años después. A mi la música me encanta, es algo que voy a
hacer toda la vida, pero nunca sentí tanta satisfacción como cuando terminé de
escribir este libro. Fue mi logro más grande.
De la música a las letras
Cuando escuchó por primera vez a los Beatles, supo que
quería ser músico. Comenzó a tocar la guitarra de niño y después se largó
también a cantar. Formó su primera banda en primer año de la secundaria: La Rauda , un grupo de death
metal. Después participó de VHS, Doctor No, El Tordo, Mineral y Coma. Tuvo un
breve paso por Cohibas y una etapa solista en la que se presentaba bajo el
nombre de Mosco. En todo ese tiempo escribió las letras de sus bandas, pero
había también otro registro por explorar: la ficción literaria.
“Me encantan las historias”, dice Agustín. “Me gusta leer y
me gusta mucho el cine. El Vestigio no recuerdo cómo surgió; sé que una mañana
me desperté con la historia en la cabeza. Yo venía leyendo sobre la historia
real del objeto del que trata el libro; la historia del objeto y de la
influencia que había tenido en Hitler desde muy chico. A mí siempre me fascinó
la historia de la
Segunda Guerra Mundial. Entonces empecé a hurgar un poco más
en esas historias, en esa locura, y ahí también aparecía este objeto que
Hitler, cuando era adolescente, en Viena, iba al museo y se quedaba horas
mirándolo”.
—Sin embargo no es una historia de guerra, aunque hay nazis
prófugos...
—En esa época mi influencia literaria eran los libros que
mezclan ficción y realidad, que se ubican en escenarios reales y que cuentan la
historia de esos escenarios. Al leerlos, me ubicaba en esos lugares y me
despertaban ganas de conocerlos. Yo quise hacer algo parecido y me ubiqué en
Santa Fe, en la posguerra, porque me permitía hablar del Vaticano y de la
participación de la Iglesia
en la fuga de los nazis. Agarré esas referencias y las traje a Santa Fe.
—¿Por qué?
—Por dos razones. La única ciudad que conozco bien es Santa
Fe. Puedo hablar de su historia, por más que tuve que hacer un trabajo de
investigación. Pero me siento cómodo en Santa Fe; no puedo ir a otra ciudad dos
semanas y escribir sobre ese lugar. Mi idea fue hacer una novela de ficción
pero verosímil. Y después está el objetivo mayor: que cuando la lea alguien que
no es de Santa Fe le den ganas de venir a conocer la ciudad.
—¿Cómo fue el trabajo de documentación para la novela?
—Primero hice un esqueleto de la historia y de los lugares
que iba a tocar. Hice una síntesis histórica de cada lugar y un trabajo
fotográfico para describirlos. Leí mucho material porque quería incluir partes
históricas en el libro pero tampoco quería aburrir, entonces necesitaba poner
lo más importante de cada lugar.
—El recorte de los lugares es bastante arbitrario.
—Son lugares específicos que tienen que ver con la historia
que quería contar. Es muy poco comparado con todo lo que tenemos. A futuro
pienso en hacer una segunda parte; no ahora. Tengo un montón de cosas más para
contar, en otros escenarios, no necesariamente que tengan que ver con la Iglesia.
—¿Pensaste en filmar la historia?
—Está la idea. Es un libro guionable. Cuando yo escribo,
tengo la película en la cabeza. Pero no es fácil porque requiere de una
producción importante, sobre todo para filmar todas las partes que transcurren
en los 40 y los 50. No hay tantas novelas de este tipo en Santa Fe. Eso es algo
que yo sabía cuando la estaba escribiendo.
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