miércoles, 15 de octubre de 2014

Una brújula de 1999

A poco más de un año de las próximas elecciones nacionales, los jugadores no salen a la cancha.


La Alianza conformada por el progreperonismo del Frepaso y el rescoldo conservador de la UCR delarruista, bajo la mano organizadora de Raúl Alfonsín, alcanzó el triunfo en las legislativas de 1997 y, con ello, quedó trazada una parte del tablero electoral de 1999. Del otro lado, Eduardo Duhalde había tomado distancia del entonces presidente Carlos Menem –poniéndole un freno a sus asonadas re-reeleccionistas–, lo que lo convirtió en un candidato cojo, continuamente vilipendiado por la máxima figura política de la década que terminó en 2001. Esa fue la última (y única) experiencia en la que un dirigente del peronismo tuvo que enfrentar una sucesión que, al mismo tiempo, implicaba una cesión de mando, de poder y de conducción. También fue la última (no única vez) que por los votos un candidato no peronista triunfó sobre un peronista.
El cambio de las circunstancias históricas vuelve ridículo el uso directo de ese marco como herramienta para interpretar el presente acomodamiento de las piezas. Sin embargo, el ejercicio quizá sirva para clarificar el terreno de la contienda que se aproxima y así disipar un poco la bruma.

Inconfesable
La devaluación en 1999, el ajuste en 2015. Los dos términos cifran algo imposible de incorporar en el discurso de casi cualquier candidato con aspiraciones al respaldo de las urnas. Las dos políticas representan la única salida plausible en la imaginación de los bloques económicos que efectivamente ordenan la gobernabilidad.
La devaluación finalmente arribó en 2002. La salida de la Convertibilidad fue salvaje, tanto como el temor intrínseco a salir de ella. De un sopetón, los niveles de pobreza ascendieron hasta superar a la mitad de una población que ya llegaba a la década de desocupación extrema. La recomposición del tipo de cambio, a su vez, reubicó al sector exportador –principalmente el agropecuario– como generador de dinero fresco. Sobre los dólares sojeros Duhalde cimentó las bases de las políticas de redistribución que vendrían a partir de 2003.
La actualidad económica es hoy más espesa. La discusión sobre los orígenes de la inflación –exceso de emisión y gasto público versus apropiación sanguinaria de los aumentos salariales vía precios de los bienes de consumo– tiene un regusto amargo. Desde el primer shock en las góndolas –durante el conflicto por la apropiación de la renta agraria en 2008– a nuestros días, los precios aumentan cada vez más y más rápido. Sólo algunas ramas de asalariados no vieron caer sus ingresos reales en los últimos dos años: delante de la góndola, la mayoría –sumando a los trabajadores en negro– conversa sobre cómo se disuelve el valor monetario del trabajo.
Es conocida la dinámica del masivo aumento de los precios –ahora aumentan la tasas de interés para el ahorro, continúa el aumento de los bienes de consumo y, en breve, el precio del dólar volverá a saltar–, también es conocida cuál es la única resolución que a este desajuste le da clase dominante: cortar el chorro, ajustar. Frenar la inflación achicando la demanda. En castizo: sacar dinero de los bolsillos a través de la destrucción del empleo.
Ni Scioli, ni Randazzo o Rossi o Uribarri o Taiana, ni Binner o Cobos, ni siquiera Massa pueden situar este horizonte dentro de su discurso. Macri sí, como lo hiciera Angeloz en el 89. El modo reaccionario en que articule este término –recorte de los derroches del Estado, justicia para con quienes más aportan en pos de quienes viven de arriba, devolución a la buena gestión privada de las empresas torpemente comandadas por lo público– hablará más de lo votantes, en los resultados, que de otra cosa.

Suma y resta
¿Qué es lo que está calculando Carrió en sus acercamientos a Macri? El intendente de la Capital Federal es una figura sin peso fuera de su ciudad, la provincia de Buenos Aires y Santa Fe. Está a la caza de una estructura partidaria que le permita anclarse en el resto del país, salir de las pantallas de TV y volverse territorio, saltar el límite que trazara López Murphy en el 2003, cuando casi entra a la segunda vuelta. Carrió lee: Macri puede comprar calles con Massa o con el radicalismo, está obligado a optar o a jugarse por completo a ser un candidato audiovisual. Es pragmática Carrió y suma con sencillez: al estallado radicalismo, quizá una alianza con Macri le aporte más votos que una con Hermes Binner.
Lógicamente, ese juego embarra la construcción a la que aspira Binner. Un horizonte donde la vieja estructura nacional radical pase a convertirse en una red de municipios demasiado elástica no deja de agobiar como pesadilla al centenario partido. La evolución de las cifras de la encuestología, más que la fijación de fronteras ideológicas (como las demarcadas por el socialista y Julio Cobos, en reunión), parece ser la clave a futuro.
En suma, la fragmentación del peronismo –la presencia de Massa– y la consolidación de un tercer espacio conservador macrista (con un volumen superior al alcanzado por Cavallo en 1999) detuvieron y embarullaron, por ahora, la decantación hacia una alianza republicana tradicional.
Sergio Massa (Frente Renovador) y Gerardo Morales (UCR) en Jujuy. Una foto que desconcertó a todos los espacios políticos.

Conducción
El tipo se aguantó todas. Vapuleado como vice, perdedor como candidato testimonial frente al mequetrefe de De Narváez. Una y otra vez expresó su alineamiento incondicional. Sin embargo ahora, cuando es su turno, la venia no le baja. Máximo clama ante el estadio que Cristina es la única, e imposible, opción. ¿A qué juega el kirchnerismo duro con Scioli?
Durante su ocaso presidencial, Carlos Menem pareció fungir más como futuro opositor que como sostén del candidato del PJ. Durante su crepúsculo, también, vio cómo sus sostenes se desgajaban. Hoy, el kirchnerismo ni siquiera cuenta con el apoyo gremial. Y contiene, dentro de sí, una enseñanza de manual: el que gana, conduce. Y absorbe, como sucedió en 2003 con los retazos del duhaldismo y menemismo, que rápidamente se reacomodaron. Acaso avizore el kirchnerismo su disolución detrás de un Massa o un Scioli triunfantes. Acaso apueste a una futura épica del retorno y la resistencia,frente a un Macri ganador.
Todos unidos, festejando el 17 de Octubre en Moreno. Parece que hubo novedades en el FPV, al menos así lo deslizó Verbitsky en Página/12 del domingo.

Mientras tanto, Scioli no saca los pies del plato y aguarda. Las primarias se muestran más difíciles de lo esperado: el ferviente kirchnerismo no peronista –¿un 10% del electorado, como base?– irá detrás de quien tenga la venia de la estructura presidencial, mientras que buena parte de su propio redil bonaerense se la pasa coqueteando con el massismo. Su mejor escenario radica en que el kirchnerismo duro divida aguas entre dos candidatos para las primarias.
Lo cierto es que, como en 1999, el partido gobernante se aproxima a una elección nacional en la que tramitar el cambio de mando al interior del espacio propio se presenta, una vez más, como un escollo superior.

Plazos
Dos años antes de la elección que ungió a De la Rúa, el tablero estaba prácticamente delineado por completo. A un año de la contienda de 2015, todavía no está claro quién es quién en lo que se viene. Las candidaturas de Massa y Macri se dan por descontadas, sus alianzas no. El espacio del socialismo y el radicalismo es un ir y venir de guiños, señas y declaraciones cruzadas. Lo mismo sucede en el PJ kirchnerista.
Diciembre terminó a toda orquesta policial el año pasado. El calor todavía no llegó y todavía no se ve muy claro por dónde puede saltar la presión. En otro plano, las miradas se detienen ahora en Brasil. Si Aécio Neves vence a Dilma Rousseff este 26 de octubre, en la segunda vuelta de las elecciones, es más que probable que comencemos a ver el último ciclo político continental como parte del pasado. 
El fin de los 12 años kirchneristas tiene desafíos propios en lo próximo, que pueden volcar los humores sociales. La resolución de la disputa con los fondos buitre, después de fin de año, es uno de los puntos. La más que probable devaluación –presionada además por la conjunción entre retención de granos en silobolsas y caída de los precios internacionales de la soja– no dejará de impactar en el humor vacacional de las clases medias y el estómago de arroz, papa y aceite de las clases de menores ingresos. El proceso inflacionario no se detendrá: los controles de precios, sea a través de programas específicos, planes de crédito a cuota fija, o leyes, sólo redundan en incentivar la creatividad de los formadores de precios para continuar con la trepada.
No se trata de una mirada pesimista o agorera, sino de la dinámica simple planteada por el mando económico real durante los dos últimos años.

En Pausa #143, miércoles 8 de octubre de 2014. Pedí tu ejemplar en estos kioscos.

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