A poco más de un año de las próximas elecciones nacionales,
los jugadores no salen a la cancha.
Por Juan Pascual
El cambio de las circunstancias históricas vuelve ridículo
el uso directo de ese marco como herramienta para interpretar el presente
acomodamiento de las piezas. Sin embargo, el ejercicio quizá sirva para
clarificar el terreno de la contienda que se aproxima y así disipar un poco la
bruma.
Inconfesable
La devaluación en 1999, el ajuste en 2015. Los dos términos
cifran algo imposible de incorporar en el discurso de casi cualquier candidato
con aspiraciones al respaldo de las urnas. Las dos políticas representan la
única salida plausible en la imaginación de los bloques económicos que
efectivamente ordenan la gobernabilidad.
La devaluación finalmente arribó en 2002. La salida de la Convertibilidad
fue salvaje, tanto como el temor intrínseco a salir de ella. De un sopetón, los
niveles de pobreza ascendieron hasta superar a la mitad de una población que ya
llegaba a la década de desocupación extrema. La recomposición del tipo de
cambio, a su vez, reubicó al sector exportador –principalmente el agropecuario–
como generador de dinero fresco. Sobre los dólares sojeros Duhalde cimentó las
bases de las políticas de redistribución que vendrían a partir de 2003.
La actualidad económica es hoy más espesa. La discusión
sobre los orígenes de la inflación –exceso de emisión y gasto público versus
apropiación sanguinaria de los aumentos salariales vía precios de los bienes de
consumo– tiene un regusto amargo. Desde el primer shock en las góndolas –durante
el conflicto por la apropiación de la renta agraria en 2008– a nuestros días,
los precios aumentan cada vez más y más rápido. Sólo algunas ramas de
asalariados no vieron caer sus ingresos reales en los últimos dos años: delante
de la góndola, la mayoría –sumando a los trabajadores en negro– conversa sobre
cómo se disuelve el valor monetario del trabajo.
Es conocida la dinámica del masivo aumento de los precios
–ahora aumentan la tasas de interés para el ahorro, continúa el aumento de los
bienes de consumo y, en breve, el precio del dólar volverá a saltar–, también
es conocida cuál es la única resolución que a este desajuste le da clase
dominante: cortar el chorro, ajustar. Frenar la inflación achicando la demanda.
En castizo: sacar dinero de los bolsillos a través de la destrucción del
empleo.
Ni Scioli, ni Randazzo o Rossi o Uribarri o Taiana, ni
Binner o Cobos, ni siquiera Massa pueden situar este horizonte dentro de su
discurso. Macri sí, como lo hiciera Angeloz en el 89. El modo reaccionario en
que articule este término –recorte de los derroches del Estado, justicia para
con quienes más aportan en pos de quienes viven de arriba, devolución a la
buena gestión privada de las empresas torpemente comandadas por lo público–
hablará más de lo votantes, en los resultados, que de otra cosa.
Suma y resta
¿Qué es lo que está calculando Carrió en sus acercamientos a
Macri? El intendente de la
Capital Federal es una figura sin peso fuera de su ciudad, la
provincia de Buenos Aires y Santa Fe. Está a la caza de una estructura
partidaria que le permita anclarse en el resto del país, salir de las pantallas
de TV y volverse territorio, saltar el límite que trazara López Murphy en el
2003, cuando casi entra a la segunda vuelta. Carrió lee: Macri puede comprar
calles con Massa o con el radicalismo, está obligado a optar o a jugarse por
completo a ser un candidato audiovisual. Es pragmática Carrió y suma con
sencillez: al estallado radicalismo, quizá una alianza con Macri le aporte más
votos que una con Hermes Binner.
Lógicamente, ese juego embarra la construcción a la que
aspira Binner. Un horizonte donde la vieja estructura nacional radical pase a
convertirse en una red de municipios demasiado elástica no deja de agobiar como
pesadilla al centenario partido. La evolución de las cifras de la
encuestología, más que la fijación de fronteras ideológicas (como las
demarcadas por el socialista y Julio Cobos, en reunión), parece ser la clave a
futuro.
En suma, la fragmentación del peronismo –la presencia de
Massa– y la consolidación de un tercer espacio conservador macrista (con un
volumen superior al alcanzado por Cavallo en 1999) detuvieron y embarullaron,
por ahora, la decantación hacia una alianza republicana tradicional.
Sergio Massa (Frente Renovador) y Gerardo Morales (UCR) en Jujuy. Una foto que desconcertó a todos los espacios políticos.
Conducción
El tipo se aguantó todas. Vapuleado como vice, perdedor como
candidato testimonial frente al mequetrefe de De Narváez. Una y otra vez
expresó su alineamiento incondicional. Sin embargo ahora, cuando es su turno,
la venia no le baja. Máximo clama ante el estadio que Cristina es la única, e
imposible, opción. ¿A qué juega el kirchnerismo duro con Scioli?
Durante su ocaso presidencial, Carlos Menem pareció fungir
más como futuro opositor que como sostén del candidato del PJ. Durante su
crepúsculo, también, vio cómo sus sostenes se desgajaban. Hoy, el kirchnerismo
ni siquiera cuenta con el apoyo gremial. Y contiene, dentro de sí, una
enseñanza de manual: el que gana, conduce. Y absorbe, como sucedió en 2003 con
los retazos del duhaldismo y menemismo, que rápidamente se reacomodaron. Acaso
avizore el kirchnerismo su disolución detrás de un Massa o un Scioli
triunfantes. Acaso apueste a una futura épica del retorno y la resistencia,frente a un Macri ganador.
Todos unidos, festejando el 17 de Octubre en Moreno. Parece que hubo novedades en el FPV, al menos así lo deslizó Verbitsky en Página/12 del domingo.
Mientras tanto, Scioli no saca los pies del plato y aguarda.
Las primarias se muestran más difíciles de lo esperado: el ferviente
kirchnerismo no peronista –¿un 10% del electorado, como base?– irá detrás de
quien tenga la venia de la estructura presidencial, mientras que buena parte de
su propio redil bonaerense se la pasa coqueteando con el massismo. Su mejor
escenario radica en que el kirchnerismo duro divida aguas entre dos candidatos
para las primarias.
Lo cierto es que, como en 1999, el partido gobernante se
aproxima a una elección nacional en la que tramitar el cambio de mando al
interior del espacio propio se presenta, una vez más, como un escollo superior.
Plazos
Dos años antes de la elección que ungió a De la Rúa , el tablero estaba
prácticamente delineado por completo. A un año de la contienda de 2015, todavía
no está claro quién es quién en lo que se viene. Las candidaturas de Massa y
Macri se dan por descontadas, sus alianzas no. El espacio del socialismo y el
radicalismo es un ir y venir de guiños, señas y declaraciones cruzadas. Lo
mismo sucede en el PJ kirchnerista.
Diciembre terminó a toda orquesta policial el año pasado. El
calor todavía no llegó y todavía no se ve muy claro por dónde puede saltar la
presión. En otro plano, las miradas se detienen ahora en Brasil. Si Aécio Neves
vence a Dilma Rousseff este 26 de octubre, en la segunda vuelta de las
elecciones, es más que probable que comencemos a ver el último ciclo político
continental como parte del pasado.
El fin de los 12 años kirchneristas tiene desafíos propios
en lo próximo, que pueden volcar los humores sociales. La resolución de la
disputa con los fondos buitre, después de fin de año, es uno de los puntos. La
más que probable devaluación –presionada además por la conjunción entre
retención de granos en silobolsas y caída de los precios internacionales de la
soja– no dejará de impactar en el humor vacacional de las clases medias y el
estómago de arroz, papa y aceite de las clases de menores ingresos. El proceso
inflacionario no se detendrá: los controles de precios, sea a través de
programas específicos, planes de crédito a cuota fija, o leyes, sólo redundan
en incentivar la creatividad de los formadores de precios para continuar con la
trepada.
No se trata de una mirada pesimista o agorera, sino de la
dinámica simple planteada por el mando económico real durante los dos últimos años.
En Pausa #143, miércoles 8 de octubre de 2014. Pedí tu
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