Finalmente, parte del equipo de Polo a Polo llega al
colectivo de Chris McCandless, el punto extremo desde donde comenzará el viaje
al sur.
Por Pato Che
El primer intento fue un desgaste descomunal de energía.
Mucha ropa, mucho peso, mucho “por si las dudas”. Esta vez venimos más
compactos, con indumentaria impermeable y un bote inflable, que esperamos no
sea necesario utilizar. Ya conocemos el camino y eso nos da confianza. Los
riachuelos que hace una semana reflejaban las auroras boreales, hoy están
secos. El corazón reboza de optimismo. No podemos fallar.
Sin embargo, a pocos minutos de llegar al río Savage, nos
encontramos con una pareja europea que viene en sentido contrario. “¿Llegaron
hasta el Magic Bus?”, pregunto esperanzado. “No, el Teklanika estaba muy alto.
Otros “three guys” (tres chicos) se fueron a probar suerte río arriba, pero
nosotros no nos aminamos ni a intentarlo”. Los entiendo. El Teklanika sigue
furioso.
Déjà vu
El Savage nos recibe igual que la vez anterior, con el agua
hasta los muslos. Pero al menos sabemos por dónde cruzar. Así que primero vamos
con Robert y las mochilas. Báculo en mano, brazos entrelazados y pasos
sincronizados. Un éxito.
Luego volvemos (sin mochilas) por Emma y Chai. Hacemos un
“trípode” humano, para cortarle el agua a Emma. Cruzamos sin inconvenientes.
El ánimo vuelve a subir, pero no por mucho tiempo. Hora y
media más tarde encontramos que el nivel del Teklanika no ha cambiado. Convenzo
a Robert de intentarlo, pero a los pocos metros, me pide regresar. Repetimos en
trípode. Nada. Imposible. Exploramos río arriba. Nada. “Al menos tengo un
bote”, pienso. Saco cálculos y me parece que la corriente me tiene que dejar
del otro lado. Inflo el barquito playero y lo primero que se asoma es una
advertencia: “solo para aguas calmas”. Demasiado tarde.
Dejo la mochila, pero sé que si caigo al agua, tengo pocas
chances, por el peso de las botas. Al primer contacto con la corriente, pierdo
el control. El único remo que tengo, solo me hace dar vueltas en círculos.
En la primera curva, casi toco la costa opuesta, pero la
corriente me jala ahora hacia el centro, la parte más ancha del río. Estoy a su
merced. Veo el primer rápido y me preparo para lo inevitable. Pero no caigo,
solo un salto que casi me para el corazón. La velocidad aumenta y sé bien lo
que se viene: el rápido más salvaje.
Llevo más de un kilómetro a la deriva y los chicos me han
perdido de vista. Emma piensa lo peor. De repente, reconozco el tramo donde
intentamos cruzar antes. Hago un esfuerzo más y logro cambiar el curso. Cuando
llego a terreno conocido, dejo caer la mitad del cuerpo y toco el fondo con las
manos. Me salvé.
Esperando el milagro
La adrenalina me hace seguir buscando. Ahora, río abajo,
desesperado. No puedo creer lo que veo: una tirolesa. Sin embargo, es solo para
cruzar un brazo y a la mitad está atorada en un tronco, que la mantiene en
contacto con el agua. Demasiado peligroso.
“Mañana se van a abrir las aguas”, me dice Emma, “ya verás”.
El alba no trae cambios en el caudal, pero escuchamos unas
cuatrimotos y vamos a su encuentro. Es un grupo de cazadores sordomudos que
miran el río y nomás se pasan la mano por el cuello, como si fuera un cuchillo.
No hay paso, por ningún lado. Nos hacen señales de que en dos o tres días es
probable que bajen las aguas.
Cuando volvemos al campamento, veo una camioneta y varias
cuatrimotos, al otro lado del río. Me río a carcajadas. ¿Ese cree que va a
pasar en esa Ford vieja? Pero cuando observo bien, me quedo estupefacto. Sus
ruedas son como de tractor, una ¡Monster Truck! El vehículo se lanza al río y
parte las aguas, literalmente.
Me acerco al conductor y le pido un “ride”. “Yes, sure”,
responde. Corremos de vuelta al campamento por las mochilas. Pero Robert dice
que su tobillo no da más, así que se quedará con Chai. En menos de cinco
minutos, Emma y yo estamos del otro lado. No sabemos cómo vamos a cruzar de
vuelta, pero eso será mañana, hoy nos espera el Magic Bus.
El último tramo
Aun faltan nueve millas, pero ya nos sentimos allá. El otoño
baña de magia el sendero.
Oímos unas risas. ¡Los “three guys”! Están radiantes. “Ahí
está el Magic Bus, esperándolos, es glorioso”, nos dice uno. Nos cuentan que
cruzaron el Teklanika por un margen de tres brazos y que aún así, con sus dos
metros de altura cada uno, renegaron. Ya veremos cómo volvemos, pienso.
Seguimos.
Al rato, se escuchan otras voces. Son dos caminantes.
“¿Vienen del bus?”, pregunto. “¡No encontramos el maldito bus!”, se queja uno
con acento británico. Me quedo helado. Traen GPS y las coordenadas exactas. Se
metieron al bosque y todo. “Ya no me importa el puto bus, tengo diez días
caminando, solo quiero una hamburguesa”, dice el otro.
Nos despedimos y empiezan las dudas. ¿Y si no lo
encontramos? ¿Cómo puede ser que no lo hayan visto?
De repente, veo un animal inmenso. Pienso que es un caballo,
pero es un alce hembra. Luego sale otro. Están tomando agua de un laguito.
Tomamos fotos hasta que desparecen en el espesor del bosque.
Cuando encaramos de vuelta al camino veo algo blanco en
medio de la vegetación, a unos 300 metros. “¡El bus!, le grito a Emma. “¿Cómo
el bus?”, exclama. “¿Qué otra cosa puede ser? ¡Tiene que ser el techo del
bus!”.
La magia
El último tramo es pura ansiedad. Los ojos bien abiertos,
por si el colectivo está escondido. Pero no, al cabo de unos minutos, aparece
justo a un lado del camino. Intacto. Verdaderamente glorioso.
Dejamos caer las mochilas. No hay palabras. Solo miradas
cómplices.
Subimos. Queremos filmar, pero no nos atrevemos, sentimos
como si fuera un santuario, el último refugio del viajero.
En un costado, está la misma estufa que le dio calor a Chris
McCandless. Al fondo, la cama en la que dio su último respiro. En el otro
costado, una valija con libros, incluidos Into the Wild y otro sobre plantas
silvestres comestibles, con un duro mensaje: “deberías haber leído mejor esto”.
También hay una repisa desvencijada. Un cajón con comida
extra, otro con medicamentos. Elementos para pescar, un hacha, un serrucho,
grasa para encender fuego, botas secas. Todo para “sobrevivir”, en caso de que
sea necesario.
Las paredes están llenas de mensajes que estremecen el
espíritu. “Todo empieza a tener sentido”, dice uno. “Gracias por cambiar mi
vida”, dice otro. Testimonios de gente que lo ha intentado hasta tres veces,
que vio la muerte muy de cerca, en todas las estaciones del año.
Nos dejamos caer sobre la cama y nos damos un abrazo eterno.
Las lágrimas son de alegría y de tristeza, por Robert y Chai, que no pudieron
cruzar.
Pero la victoria no nos la quita nadie. Este es el final del
camino hacia el norte. Lo hicimos. Costó mucho, pero lo hicimos.
Es hora de buscar un poco de leña y de agua para cocinar.
Esta noche dormiremos en el Magic Bus, mañana será otro día...
En Pausa #143, miércoles 8 de octubre de 2014. Pedí tu
ejemplar en estos kioscos.
Más info: Polo a Polo
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